UNA SELECCIÓN DE MIS RELATOS MAS ATREVIDOS

jueves, 19 de diciembre de 2013

MI ENEMIGA





Sonia era odiosa. Desde que llegó al instituto no paraba de hacerle la vida imposible a Elena. También se metía con otros, pero parecía tenerla tomada con ella especialmente.
Lo peor es que no se podía hacer nada contra esa chica.
Para los padres y los profesores era una alumna modelo que venía de buena familia, sacaba buenas notas y participaba en las actividades extraescolares. No veían el mal que había en ella ni como disfrutaba haciendo daño a los más débiles.
Luego tenía a los chicos engatusados y estos hacían todo lo que ella quería como esclavos sumisos con la esperanza de poder tirársela algún día y cada vez mas chicas la admiraban y se unían a su grupo de amigas, el cual parecía más un ejército que controlaba el instituto como si de un estado totalitario se tratara.
Por suerte, Elena acababa de comenzar su último año de instituto y ya no volvería a verla cuando se fuera a la universidad. Pero todavía le quedaba un curso entero aguantándola, el cual no se presentaba nada agradable.
Aunque, lo peor estaba por llegar.




Todo comenzó cuando las dos fueron elegidas para organizar la fiesta de Halloween. Desde hacía varios años, cada 31 de octubre el instituto celebraba una gran fiesta centrada en esa festividad y cada año dos chicas eran elegidas por sorteo para organizarla. Y ese año le tocó a Sonia, que adoraba esa fiesta, y a ella, lo cual la iba a obligarla a pasar mucho tiempo con su gran enemiga.


Los primeros días fueron terribles. Sonia se tomaba muy en serio aquello y era muy dura con Elena cuando esta cometía algún fallo por pequeño que fuera. Para Elena cada día era un infierno, y todavía le quedaban dos semanas por delante aguantándola. Ya no podía soportarlo más, pero no podía retirarse porque le bajarían la nota y no podía permitírselo.
Un día se reunió en la cafetería del instituto con su habitual grupo de amigos, que lo formaban tres chicas y dos chicos, para intentar buscar una solución. Uno de ellos vivía en el mismo vecindario que Sonia y sabía cosas de ella.
Según les contó, Sonia era una gran creyente en todo lo relacionado con los sucesos paranormales. Siempre estaba viendo programas de Tv y leyendo libros y revistas relacionados con la parapsicología y creía mucho en los fantasmas y espíritus; incluso se decía que organizaba sesiones de ouija con sus amigas en el desván de su casa.
- No me extraña que le guste tanto Halloween –dijo una de las chicas del grupo.
- Pues yo creía que era porque es una bruja –dijo otra.
Elena, en cambio, escuchó atentamente lo que su amigo contaba mientras en su cabeza trazaba un plan para vengarse de una vez de Sonia.


Primero hicieron correr el rumor de que en el sótano de la casa de Elena se produjeron unos asesinatos sin resolver muchos años atrás –mucho antes de que su familia se trasladara allí –y, desde entonces, se escuchan misteriosos ruidos que salen de ese mismo sótano; rumores que se asegurarían de que llegaran a oídos de Sonia. Cuando esto ocurriera, Elena la citaría en su casa con el pretesto de hablar de la fiesta. Antes, dejaría la puerta trasera abierta, la cual daba directamente al sótano, para que, cuando la tuviese distraída, entraran sus amigos y, tras apagar las luces, le montaran un espectáculo con disfraces y efectos especiales del taller de teatro que jamás iba a olvidar.
Lo tenían todo planeado.
Una noche en la que sus padres estarían fuera y no regresarían hasta tarde fue la elegida. Elena llamó a Sonia por teléfono y la citó en su casa. Dejó la puerta de atrás abierta y, cuando Sonia llegó, la hizo bajar al sótano para enseñarle algo novedoso que había hecho para la fiesta.
Entonces empezaron los problemas.
Elena recibió un mensaje en su móvil de una de sus amigas diciéndole que les había surgido un imprevisto e iban a tardar en llegar con el material, por lo que tenía que convencer a Sonia para que se quedara más tiempo. Lo único que se le ocurrió fue decirle que aún no le habían traído esa cosa tan importante que tenía que enseñarle y le pidió que esperara un poco más.
Entonces, Sonia sonrió de una forma maliciosa y la miró fijamente de una manera que hizo que a Elena se le pusiera la carne de gallina.
- Deja de mentir, tontuela –dijo –. Sé muy bien para que me has traído aquí...
Elena se estremeció. Estaba tan muerta de miedo que no se atrevió a mover un solo músculo del cuerpo. Si Sonia había descubierto sus planes estaba perdida. Aquella chica era más alta y más fuerte que ella. Encima, era atlética y practicaba kickboxing, por lo que tenía todas las de perder si le daba por empezar una pelea.
Se le acercó unos pasos hasta colocarse frente a ella y alzó una de sus firmes manos. Elena cerró con fuerza los ojos y se preparó para recibir el primer golpe. Sin embargo, en lugar de un puñetazo o una bofetada, lo que sintió fue la yema de los dedos de ella acariciando tiernamente una de sus mejillas.
- Al principio no lo creía –continuó Sonia –pero ¿para qué tanta insistencia en que viniera y ahora que me queda una noche que estás sola en casa…?
Perpleja, Elena abrió los ojos y miró a Sonia, que seguía sonriendo. Su sonrisa seguía teniendo un tono malicioso, pero se había vuelto más cálida y sexy.
Elena no entendía nada. Entonces, Sonia la agarró del mentón.
- No creía que a ti también te fuera este rollo, pero me alegro mucho de equivocarme… -dijo antes de besarla apasionadamente en los labios.
Elena no podía creerse lo que estaba sucediendo; por unos momentos creyó que estaba soñando. Pero lo que más le sorprendió es que ese beso no le producía asco ni repugnancia ni ninguna otra sensación desagradable; al contrario, le estaba gustando y, además, excitando.
Cuando terminó de besarla, Sonia se la quedó mirando fijamente con su sonrisa y Elena le devolvió la mirada. Por primera vez, empezó a mirar de forma diferente a esa chica de bello rostro, penetrantes ojos verdes y largos cabellos tan negros como la noche. Por un momento deseó que la besara otra vez.
No obstante, rápidamente quiso apartar esos pensamientos de su cabeza. Esa chica seguía siendo su enemiga, la misma que le había estado amargando la existencia, y quería vengarse de ella. Sin embargo, pronto otros pensamientos empezaron a entremezclarse en su cabeza; pensamientos más sucios y calenturientos que hicieron que un sudor frío empezara a recorrer su cuerpo y a sentirse muy húmeda entre las piernas.
Retrocedió unos pasos alejándose, pero su espalda dio con la pared y Sonia pronto la arrinconó.
- No te hagas la tímida ahora... –dijo con tono provocativo mientras acariciaba sus rojizos y amelenados cabellos –no voy a comerte; a menos que tú quieras, claro...
Elena quiso quitársela de encima de un empujón, pero no pudo. No porque sus débiles brazos no hubieran podido a penas moverla unos centímetros, sino porque algo dentro de ella la impedía moverse.
Sonia volvió a besarla y después pasó sus labios por su cuello mientras sus manos acariciaban su cuerpo alcanzando sus puntos más sensibles. Elena, cada vez mas excitada, ya no podía resistirse más. Deseaba poseer a esa chica tanto como esa chica la deseaba a ella. Sus defensas cayeron como fichas de dominó y se entregó por completo a su enemiga.




Estuvieron un pequeño rato jugueteando las dos, con sus cuerpos muy juntos y sus manos y sus bocas entrelazadas. Finalmente, Sonia empezó a hablar.
- Este sótano parece muy incómodo. Qué tal si subimos a tu cuarto...
Elena asintió ansiosa. Le dijo que subiera ella primero y la esperara allí, ya que tenía que hacer antes una cosa.
- No tardes mucho... –dijo Sonia guiñándole un ojo mientras subía las escaleras para dirigirse al dormitorio de Elena, el cual sabía muy bien donde se encontraba, ya que había estado allí las otras veces que había ido a esa casa por los preparativos de la fiesta.
Una vez sola, Elena corrió hacia la puerta trasera. Aliviada, comprobó que sus amigos aún no habían llegado y la cerró rápidamente. Era la señal de abortar. Cuando sus amigos vieran que la puerta no estaba abierta, sabrían que la misión se había ido al garete y se largarían de allí. Después apagó su móvil, por si alguno de sus amigos trataba de contactar con ella para saber que ha pasado, y, ansiosa, empezó a correr escaleras arriba.


Al llegar a su cuarto se sorprendió antelo que vio.
Sonia se encontraba tumbada de lado sobre su cama completamente desnuda en una posición muy provocativa. Elena se quedó boquiabierta. Vestida, aquella chica era una preciosidad, pero desnuda, era una auténtica diosa.
- Yo ya estoy preparada -dijo Sonia con voz seductora mientras la miraba ardientemente con sonrisa felina –, ahora te toca a ti...
Captando en seguida el mensaje, Elena se quitó la blusa naranja y los vaqueros que llevaba puestos. Luego se quitó el sujetador, dejando a la vista sus pechos, más pequeños que los de Sonia, pero muy hermosos y jugosos; de hecho, Sonia los devoraba con la mirada.
Cuando se quitó las bragas y se quedó completamente desnuda, Sonia le indicó que se acercara. Elena obedeció y se acercó a la cama, sentándose en el borde. Sonia se incorporó y se sentó junto a ella mirándola fijamente.
- Que bonita eres. Me fijé en ti desde el primer día, pero jamás pensé que llegaría a tenerte.
Elena le devolvió la mirada con un brillo en los ojos.
- ¿Por eso me has estado haciendo tanto daño...?
A Sonia no le gustó ese comentario, pero no dijo nada y continuó manteniendo su sonrisa porque sabía que ella tenía razón. Desde el primer momento, se sintió atraída por Elena. Sin embargo, nunca tuvo esperanzas de que ella la correspondiera. Pensó que era la típica chica recatada que la rechazaría sin dudarlo; encima con desprecio. Ya le había ocurrido con otras chicas en su anterior colegio y esas experiencias la habían llevado a ser la tiránica líder que era ahora. Sin embargo, no pudo acabar así con su frustración, la cual descargó con Elena haciéndola sufrir constantemente.
Muy arrepentida, Sonia se maldijo en esos momentos por haber estado tan equivocada y haberla juzgado mal.
- Lo sé, he sido una auténtica hija de puta -le dijo mientras la acariciaba tiernamente -. Pero no te preocupes, te lo voy a compensar… -empezó a darle pequeños besitos en el cuello, interrumpiéndose de vez en cuando para hablar –. Ya no vas a volver a tenerme miedo… porque vas a estar bajo mi protección… A partir de ahora voy a cuidar de ti… y vas a estar muy mimada…
Finalmente, volvió a besarla larga y apasionadamente en los labios y Elena le devolvió el beso, cayendo las dos sobre la cama fundidas en un cálido abrazo lleno de sensuales caricias.


Sonia hizo que Elena se tumbara en la cama boca arriba y ella se colocó encima. Continuó besándola un rato antes de empezar a pasar su lengua por el suave y pecoso cuello de la chica pelirroja, quién gozaba con los ojos cerrados, y poco a poco fue bajando hasta llegar a sus pechos, los cuales devoró. Después, continuó recorriendo el cuerpo de la chica con su lengua, la cual bajó por su vientre hasta llegar a su entrepierna. Sin dudarlo, agarró con fuerzas sus muslos y los separó bien antes de sumerger la cabeza entre ambos.
Elena abrió mucho los ojos y la boca al sentir la lengua de Sonia penetrar en ella, encontrando por experiencia sus puntos más sensibles, y sus gemidos inundaron toda la habitación.


Sonia besó a Elena con su boca empapada en los fluidos de la joven, quién estaba cada vez mas excitada, con sus muslos totalmente empapados y su entrepierna convertida en un volcán. Sonia la dejó juguetear todo lo que quiso con su cuello y sus grandes tetas antes de coger su cabeza, agarrándola de su roja melena, y meterla entre sus piernas.
La lengua de Elena era más torpe que la suya y se notaba que tenía menos experiencia, pero aún así hizo pasar a Sonia un buen rato.
Luego la hizo tumbarse en la cama otra vez boca arriba.
- Dejemos ya los aperitivos –dijo con una sonrisa diabólica –. Empecemos con el plato fuerte...
Entonces, introdujo su mano libre entre las piernas de Elena, quién volvió a gemir de placer cuando sintió aquellos firmes dedos penetrándola. Primero fue solo el dedo índice, pero luego Sonia fue introduciendo uno a uno los demás dedos. Elena empezó a revolverse, pero el fuerte brazo de Sonia la mantenía pegada a la cama.
Finalmente, toda la mano de Sonia quedó dentro, haciendo parecer su antebrazo un gran pene que penetraba a Elena, cuyos gemidos se habían transformado en enormes alaridos mezcla de dolor y placer.




Exhausta, con su desnudo cuerpo completamente empapado en sudor, su vagina muy abierta y la mirada fija en el techo, Elena se recuperaba del momento que acababa de vivir, un momento para el que no se encontraba preparada porque jamás había sentido algo igual; ni cuando perdió la virginidad había sentido algo semejante. Sonia parecía una experta en dar placer y sus manos parecían tener un toque mágico. Ya no sabía que pensar de ella, si seguir viéndola como una arpía o como un ser maravilloso. Su cabeza estaba hecha un lío, ni tan siquiera sabía si le gustaban las chicas o solamente le gustaba Sonia. Lo único que tenía claro es que ahora le gustaba estar con ella.
En esos momentos, la chica que hasta esa noche había sido su enemiga se encontraba tumbada de lado junto a ella, devorando con glotonería los fluidos de su mano.
- No ha estado mal para ser tu primera vez con una chica ¿verdad...?
- ¿Como sabes que ha sido mi primera vez...? -preguntó Elena entre jadeos.
- Se muy bien cuando estoy con una novata...
Elena giró la cabeza para mirarla con una amplia sonrisa.
- Ha sido maravilloso. Me encantaría repetirlo...
Entonces, casi de un salto, Sonia se colocó encima de ella, mirándola de nuevo con su diabólica sonrisa.
- Pues esto solo acaba de comenzar. Aún me quedan muchas más cosas que enseñarte...
Elena estaba ansiosa por repetir, pero pronto un temor se colocó entre los calenturientos pensamientos de su cabeza.
- Espera -dijo-. Mis padres pueden volver en cualquier momento. No me quiero ni imaginar lo que me harían si nos pillan en plena faena.
- Deberíamos hacerlo en mi casa. La puerta de mi dormitorio tiene pestillo y a mi madre no le importa que cierre la puerta cuando estoy con otra chica; ella no sospecha nada, ya sabes... –le guiñó un ojo.
- No está mal. Pero no vamos a ir a tu casa a estas horas.
Sonia miró hacia la puerta abierta del dormitorio, la cual dejaba ver la puerta, también abierta, del cuarto de baño.
- Entonces, seguiremos en la ducha. Será más divertido ahí.
Elena arqueó las cejas.
- ¿Hablas en serio...?
Sonia volvió a mirarla, esta vez con una sonrisa de complicidad.
- Se nos hizo tarde con los preparativos de la fiesta y me invitaste a quedarme a dormir. Decidimos darnos una ducha antes de ir a la cama y preferimos ducharnos juntas para ahorrar agua. ¿Que te parece la coartada...?
Elena sonrió entusiasmada.
- Me parece perfecta...




FIN










lunes, 2 de septiembre de 2013

EXTRAÑOS EN CASA







La casa debía haber estado vacía.
Ted y su socio, Angus, habían estado meses planificando aquel golpe y, tras tantear las casas de aquella lujosa urbanización, habían escogido aquella cuyos dueños se iban de la ciudad y estarían fuera todo el fin de semana, dejando aquella casa a su merced, ya que Ted era un experto en desconectar alarma –estuvo mucho tiempo trabajando en una empresa de seguridad instalando alarmas como esa –y, sobre todo, forzar puertas.
Así que, aquella noche se introdujeron en la casa y lograron un muy suculento botín. Angus abrió la caja fuerte, su especialidad, mientras que Ted se hacía con un buen lote compuesto de joyas, piezas de oro y cuberterías de plata.
Al final, llenaron dos bolsas de viaje de color negro con todo lo que había conseguido Ted y los fajos de billetes de 500 euros que había dentro de la caja fuerte.
– No se nos ha dado mal la noche –dijo Ted satisfecho mientras cogía una de las pesadas bolsas y se la cargaba al hombro.
Angus se cargó la otra bolsa y los dos se dispusieron a irse.
Pero, en esos momentos, un ruido proveniente del piso de arriba llamó la atención de los dos ladrones, que dejaron las bolsas en el suelo y corrieron escaleras arriba hacia el lugar donde había provenido el ruido. Los dos se colocaron junto a la puerta del dormitorio de la hija mayor, el cual no habían revisado creyendo que no había nada de valor en él. Otro ruido salió de dentro de esa habitación.
Maldiciéndose entre dientes, Ted sacó su pistola y se bajó el pasamontañas hasta cubrir todo su rostro y Angus hizo lo mismo con el suyo; era vital que nadie les viera la cara. Ted dio una patada a la puerta y los dos irrumpieron en la habitación.
La sorpresa de ambos fue general al encontrar dentro, sentada en la cama, a una preciosa joven. Era rubia, con sus largos y dorados cabellos recogidos en dos coletas, su piel era color marfil y no era muy alta, pero poseía un cuerpo escultural y voluptuoso que lucía con su indumentaria, compuesta por una falda muy corta de color blanco y una ajustada y escotada blusa de color rosa.






La chica los miró a los dos aterrada y su miedo aumentó cuando Ted la encañonó con la pistola.
– ¿Que haces aquí? –le preguntó bruscamente.
– Solo me escondía... –dijo la joven entre sollozos –. Estaba viendo la tele cuando os oí entrar...
– ¿Por que estás aquí? ¿Deberías estar de viaje con tu familia?
– Estoy castigada... Mis padres me encontraron un paquete de tabaco en el bolso y me obligaron a quedarme aquí...
– ¿Hay alguien mas en la casa?
– No. Estoy completamente sola... Los criados no viven aquí y mis padres me prohibieron expresamente no traer a nadie...
Ted se quedó completamente en silencio con la mirada fija en la chica mientras la seguía encañonando con la pistola. La chica estaba cada vez mas aterrada, todo su cuerpo temblaba y sus ojos se humedecían cada vez mas.
– Por favor... No me hagan daño... Llévense lo que quieran y váyanse... No le diré nada a la policía... Ni tan siquiera les he visto las caras...
– Seguro que esa zorra llama a la poli en cuanto nos vayamos –dijo Angus –. Déjala K.O. con la culata de la pistola; para cuando despierte ya estaremos muy lejos.
Ted no le hizo caso y con los ojos fijos en la chica. Pronto, un perverso pensamiento se cruzó por su cabeza y una maliciosa sonrisa se dibujó en su rostro debajo del pasamontañas. Aunque no podía verla, la joven pareció sentirla y su piel se erizó.
Él era un ladrón, no un violador, y no era de los que retrasaban un trabajo por pasar un buen rato en compañía femenina. Pero siempre había sentido un cierto odio y desprecio por las niñas ricas. Esas niñatas prepotentes que se pasean por la vida creyéndose que el mundo es suyo mientras viven en sus castillos de azúcar creyendo que el mundo es colo de rosa.
Solo le bastó echar una ojeada a ese dormitorio con las paredes pintadas de rosa y adornadas con posters de Justin Biever y el protagonista de Crepúsculo para saber que estaba ante una de esas zorras. La de veces que le habría dicho a su madre que se iba a quedar a dormir en casa de una amiga cuando, en realidad, lo que pensaba hacer es ir a un bar de mala muerte vestida de zorrón para liarse con el primero que la invitase a una copa.
La de veces que había deseado coger a una de ellas y darle una buena lección. Y, precisamente, en esos momentos tenía a una de ellas a su total merced. Era una oportunidad demasiado jugosa para dejarla escapar.
– Por favor, tío –dijo Angus fastidioso adivinando las intenciones de su socio –. Yo también lo estoy deseando, pero tenemos que irnos ya.
– ¿Para que tanta prisa, amigo? –dijo Ted con una voz maliciosa –. Todavía queda mucha noche por delante...
Guardó la pistola en la parte trasera del cinturón y se acercó mas a la chica, a la que cogió del cuello. Ted parecía un gigante al lado de ella y su mano era tan fuerte y el cuello de la joven tan delicado que, de haber querido, lo hubiera roto como una rama seca con un solo movimiento de sus dedos.
La chica, con los ojos muy abiertos, se quedó completamente paralizada.
– Voy a dejar las cosas claras, pequeña. Esto va a ocurrir, quieras o no. Te aconsejo que seas buena y hagas todo lo que te digamos y esto será para ti menos doloroso y podrás contarlo mañana a tus amigas. De lo contrario –volvió a sacar la pistola con su mano libre y la encañonó de nuevo –, cuando tus padres regresen encontrarán el cadáver de su niñita aquí mismo con una bala en la cabeza después de haber pasado la noche mas dolorosa y repugnante de su vida ¿Entendido...?
La chica asintió con la cabeza.
Ted la soltó, retrocedió un par de pasos y se bajó la cremallera del pantalón.
Los ojos de la joven se abrieron como platos al ver la empalmada verga del tipo aparecer ante ella y acercarse cada vez mas a su cara y su boca.
Ella empezó a retirarse, pero él la volvió a encañonar con la pistola.
– Ya sabes lo que tienes que hacer, preciosa –amartilló el arma –. Y cuidadito con lo que haces...
Resignada, la chica agarró el miembro y se lo metió en la boca, la cual puso a trabajar para darle aquel tipo lo que deseaba. Bajo el pasamontañas, una amplia sonrisa de satisfacción se dibujó en el rostro de Ted.
– Eso es, pequeña... –dijo mientras gozaba –. Se nota que sabes lo que haces... Algo me dice que ya lo has hecho mas veces... Seguro que en el instituto ya se la has chupado a mas de uno... Al capitán del equipo de fútbol... o al delegado de la clase... Y hasta puede que se lo hayas hecho a algún profesor para que te subiera la nota...
No muy lejos de allí, cerca de la puerta, Angus comtemplaba la escena. Ted giró la cabeza para mirarle con una sonrisa de complicidad.
– Vamos, tío. No sabes lo que te estás perdiendo.
No estaba muy de acuerdo en que su socio pusiera en peligro aquel trabajo por tirarse a una niña pija pero, ya que no podía evitarlo, no dudó en unirse a la fiesta, ya que, al igual que su amigo, también había deseado follarse a esa zorrita nada mas verla.
Finalmente, se encaminó hacia la cama y se puso junto a Ted. Agarró una de las suaves manos de la chica por la muñeca y la colocó sobre su paquete.
La joven pareció adivinar lo que quería y enseguida empezó a acariciar el enorme y duro bulto por encima del pantalón antes de bajarle la cremallera y sacar su verga, la cual empezó a masturbar.
– ¡Esta zorra aprende rápido!
– Si –dijo Ted –. Estas niñatas van de recatadas, pero en realidad son unas zorras...
La joven continuó chupándosela a Ted mientras masturbaba a Angus. Después fue la verga de Angus la que se metió en la boca mientras masturbaba la de Ted. Y así se las fue turnando durante un rato.

Ted y Angus, con sus vergas aún de fuera, empalmadas y cubiertas de la saliva de la chica, retrocedieron unos pasos.
– Vamos, nena –dijo Ted a la chica haciéndole una señal con la pistola –. Ponte un poco mas cómoda...
La joven captó el mensaje y, arrodillada en el centro de la cama, se despojó de la falda y la blusa, quedándose en un sexy conjunto de ropa interior rosa que también se quitó. La joven, vestida, era todo un regalo para la vista, pero desnuda era una auténtica diosa.
Los dos hombres también se quitaron la ropa militar negra que llevaban puesta y se quedaron con los pasamontañas como única indumentaria. Ambos eran tipos fuertes y de constitución atlética y musculosa. Su piel era blanca, pero estaba muy bronceada.
Ted fue el primero que se acercó a la chica. La agarró con fuerza y empezó a sobarla por todos lados; poniendo especial atención a sus tetas, bastante grandes para una chica de su edad, las cuales toqueteo y degustó todo lo que quiso. También la besó en los labios –puesto que el pasamontañas dejaba la boca al descubierto –y recorrió el cuello de la muchacha con su lengua.
Acto seguido, la tumbó sobre la cama boca arriba de forma atravesada y agarró con fuerza sus muslos, separando mucho sus piernas. La chica gimió cuando sintió la dura verga del tipo penetrándola y una larga sucesión de gemidos y jadeos se sucedieron inundando la habitación.
Ted soltó unas carcajadas mientras la embestía.
– Te lo dije, tío. A esta zorra ya la han estrenado...
Angus, mientras, había contemplado la escena masturbándose. Pero ya no podía mas y rodeó la cama hasta colocarse frente a la cabeza de la chica, la cual agarró con sus fuertes manos obligándola a chupársela de nuevo. Después alargó sus manos y empezó a acariciarle las tetas.
Tras un largo rato, le tocó el turno a Angus y, mientras este la embestía, Ted se subió a la cama para poder meter su verga entre las tetas de la joven y masturbarse con ellas.

Mas tarde, Ted obligó a la joven a colocarse boca abajo mientras él se ponía detrás de ella y agarraba con fuerza su culo con ambas manos. La chica abrió mucho los ojos y soltó un enorme alarido al sentir aquella cosa enorme y dura perforando su ano.
– Parece que de esta parte todavía era virgen –dijo Ted tras soltar unas fuertes carcajadas de nuevo. Luego miró a su socio –. No veas lo estrecho que lo tiene. Esto es un gustazo...
Angus, que contemplaba la escena al lado de su socio, sonrió de una forma diabólica y, tras esperar un rato, ya no pudo mas.
– ¡Yo también quiero! ¡Yo también quiero!
Ted le indicó que esperara un poco. Entonces sacó su verga del culo de la joven y la obligó a levantarse de la cama y se la entregó a su socio indicándole que la tuviera en todo momento sujeta y evitara que escapase. Luego se tumbó en la cama boca arriba y le indicó a Angus que le colocara a la chica encima. Angus le hizo caso, puso a la chica encima de él, sentándola sobre su verga. Después, se subió a la cama y se puso encima de la chica enculándola.
Los gemidos de la joven inundaron volvieron a inundar toda la habitación mientras los dos hombres la penetraban a la vez.

Todo terminó con la chica tumbada en la cama boca arriba, exhausta y con el cuerpo empapado en sudor. A ambos lados de la cama se encontraban de píe los dos hombres, también sudorosos, encañonando a la joven con sus duras y palpitantes vergas a punto de erupcionar.
Finalmente, ambas vergas estallaron casi a la vez cubriendo casi por completo a la joven de leche caliente.
También exhaustos, los dos hombres cayeron al suelo entre jadeos.
Ted se recostó en el enmoquetado suelo mientras Angus se ponían en píe trabajosamente y, tambaleándose, se encaminó hacia donde estaba su ropa tirada en el suelo.
– Has estado genial, preciosa... –dijo Ted entre jadeos mientras estaba tumbado en el suelo boca arriba con sus brazos en cruz –. Nos gustaría pasar mas tiempo contigo... pero tenemos que irnos ya... Y no te preocupes... que nos largaremos bien lejos... No nos queda otra... ahora que hemos añadido la violación a nuestra lista de delitos... Y pederastia también porque... ¿que edad tienes...? 15...16 años...
– En realidad, tengo 24 años... –sonó la voz de la joven –. Lo que pasa, es que aparento menos edad...
Ted frunció el ceño y giró la cabeza para mirar a la chica, encontrándose con un cañón apuntándole. Ni él ni Angus, que en esos momentos les daba la espalda mientras ponía del derecho sus pantalones para ponérselos, se habían percatado de que la joven había introducido disimuladamente una de sus manos debajo del almohadón y había sacado una pistola de dardos tranquilizantes que en todo momento había estado allí sin que ninguno se diera cuenta.
Ted trató de ponerse en píe a toda prisa, pero el arma vomitó un dardo que se clavó en su cuello. Angus se percató y se giró bruscamente, pero fue alcanzado por otro dardo antes de que pudiera reaccionar. La chica manejaba el arma con una agilidad y una puntería tremendas, como si de una profesional se tratara.
El narcótico actuó rápido y los dos hombres se desplomaron al instante. Antes de perder el conocimiento, Ted miró a la cama y lo último que pudo ver fue a la chica sentada en la cama, todavía desnuda y empapada en su semen, mirándole con una maliciosa sonrisa mientras fingía que soplaba el imaginario humo del cañón de su arma.

A la mañana siguiente, la policía, alertada por una llamada anónima, irrumpió en la casa y encontró a Ted y a Angus atados y amordazados en el suelo de aquel dormitorio. Los dos seguían desnudos y con los pasamontañas puestos. Su ropa había desaparecido, al igual que sus bolsas con todo lo que habían robado.
Cubiertos con unas mantas, los dos ladrones fueron sacados de la casa esposados y conducidos a uno de los coches patrulla ante la mirada de los vecinos y de los dueños de la casa, quienes acababan de regresar. Ted los miró, primero se fijó en el matrimonio, luego en los hijos pequeños – dos gemelos, chico y chica, de 10 años –y, después, en la hija mayor, una preciosidad rubia de 15 años que vestía con una falda blanca, una blusa rosa y llevaba sus dorados cabellos recogidos en dos coletas. Sin embargo, no su rostro era completamente diferente al de la chica que habían encontrado en el dormitorio.
“¡Maldita puta! –pensó mientras se maldecía para sus adentros.
Los dos fueron introducidos en el asiento de atrás del coche patrulla y uno de los policías, el que estaba al mando, se acercó al vehículo para hablar con ellos.
– Os espera una buena temporada a la sombra, muchachos –dijo sarcástico –. A menos que colaboréis y nos ayudéis a encontrar a vuestro socio traidor y recuperar los objetos robados.
Ted quiso decirle la verdad, pero sabía que nadie iba a creer esa historia. El policía, mientras, se inclinó para hablarles de una forma mas confidencial.
– No se que cerdada habréis hecho ahí arriba, pero me aseguraré de que se sepa en la cárcel; veréis que recibimiento os dan vuestros futuros compañeros.
Tras decir esto, volvió a incorporarse y dio unos golpes en el techo. El vehículo se puso en marcha y se alejó de la casa. En el asinto trasero, Angus giró la cabeza hacia Ted y lo fulminó con la mirada.
– Todo es por tu culpa, gilipollas –dijo en voz baja.
Ted no respondió y se limitó a quedarse completamente quieto con la mirada fija al frente. Sabía que su socio tenía razón.

Muy lejos de allí, en una carretera bastante solitaria, un coche se alejaba de la ciudad. Dentro de él iba aquella chica, aunque ya parecía menos una adolescente. Vestía con una camiseta nlanca sin mangas y unos ajustado vaqueros, llevaba puestas unas gafas de sol y sus rubios cabellos estaban sueltos. En el maletero llevaba las dos bolsas de viaje negras y en la guantera guardaba su pistola de dardos tranquilizantes y la pistola de Ted.
Mientras conducía, se encendió un cigarrillo y, tras dar una calada, sonrió de manera maliciosa. Pisó mas fuerte el acelarador y el coche se perdió en el paisaje por el que serpenteaba la carretera.




FIN




viernes, 24 de mayo de 2013

LOS MILAGROS SON EN OTRO DEPARTAMENTO





¿Como había llegado allí?
Lo único que recordaba tras el accidente era como le llevaban urgentemente a una sala de operaciones y allí le durmieron con la anestesia, quedando todo oscuro después. Al instante se encontraba en esa pequeña habitación cuadrada donde lo único que había eran cuatro sillones y una pequeña mesa de cristal en medio de ellos.
¿Una sala de espera?
Fue a la única puerta que había e intentó abrirla, pero estaba cerrada. La aporreó y gritó llamando a cualquiera que estuviera al otro lado exigiendo que le dejaran salir. Pero no hubo respuesta alguna.
Muy nervioso, el tipo no paró de dar vueltas. Necesitaba un cigarrillo. Buscó en los bolsillos de su americana el paquete de tabaco, pero no tuvo éxito. Buscó mas y vio que aún conservaba la cartera, su agenda y el encendedor; si alguien le había robado, solo se había llevado el paquete de tabaco. Algo muy raro, aunque pronto recordó que se lo había dejado olvidado en la oficina, donde, como muchas veces, se había quedado trabajando hasta muy tarde.
Continuó buscando y su rostro se iluminó al encontrar su móvil en un bolsillo. Estaba salvado. Ahora podía llamar a la policía y volver con su familia. 
Pero la alegría duró poco al comprobar que en ese lugar no había cobertura. Furioso, arrojó el aparato contra la pared antes de ponerse a aporrearla y a dar patadas a los sillones.

Mas tranquilo, empezó a darse cuenta de las cosas raras que pasaban allí. Antes no había reparado en ello, pero ahora si se dio cuenta de que tenía el mismo traje que llevaba cuando el accidente, pero este estaba completamente intacto. No había desgarrones o manchas de sangre; incluso recordó que, antes de que lo durmieran, una enfermera le cortó el pantalón con unas tijeras y estos estaban ahora intactos.
Al no haber espejos allí, miró su reflejo en el cristal de la mesa y pudo comprobar que estaba completamente ileso. No había magulladuras, ni huesos rotos, ni trozos de cristal clavados en su piel. ¿Que estaba ocurriendo?
Entonces, su mente se iluminó.
¡Un milagro!
Si, un milagro. Por fin el Salvador había actuado para ayudar a uno de sus mas fieles siervos.
No había otra explicación. Seguramente, nadie en la sala de operaciones dio crédito a lo que estaba pasando allí y esos paganos de la ciencia, al encontrarse con algo que les era imposible de comprender o explicar sin el uso de la razón, habían decidido encerrarlo allí para estudiarlo, como una rata de laboratorio.
“Deben estar muertos de miedo –pensó mientras una amplia sonrisa se dibujaba en su rostro.
Se sentó en uno de los sillones y esperó. Tarde o temprano se rendirían a la evidencia. Habían dado con algo que su preciada ciencia jamás podrá explicar y la dictadura de la razón llegaría a su fin. Y era él el elegido para acabar con toda esa pantomima. Él haría que la gente recuperara su fe y volviera a las iglesias buscando la salvación y recuperando los valores cristianos que habían dejado de lado.

Su mente se llenó de gozo. El mundo estaba a punto de cambiar y él era el mesías que traería la salvación. Ya se veía hablando ante los medios de comunicación con una gran horda de fieles adorándole; incluso se imaginaba al mismísimo Papa arrodillándose ante él y cediéndole su trono en Roma.


Y así estuvo horas hasta que la puerta por fin se abrió entrando por ella un hombre. Era un tipo alto y delgado, muy pálido. Debía tener unos 35 años y vestía con unos pantalones y una camisa, ambos de color negro.
– ¿Carlos Gómez? –preguntó con una voz extraña.
– Si –respondió él.
– Acompáñeme.
Se levantó y siguió al tipo de negro, quién le condujo por un largo pasillo lleno de puertas que no parecía tener fin.
Finalmente, se detuvo frente a una de las puertas, la cual abrió. Esta daba a un amplio despacho, a cuyo fondo, tras un enorme escritorio, se sentaba una mujer vestida de ejecutiva. Era una mujer bastante atractiva que debía tener unos 27 años. En esos momentos llevaba puestas unas gafas y tenía sus rubios cabellos recogidos en un moño, pero eso no le restaba atractivo. En esos momentos se encontraba escribiendo.
– Le traigo al señor Gómez –dijo el tipo de negro.
– Bien –dijo la mujer mientras escribía –. Puedes dejarnos.
El tipo de negro se fue cerrando la puerta tras de sí y él se quedó solo frente a aquella mujer que ni tan siquiera había alzado la mirada para verle. Él, aunque se sentía algo atraído por su atractivo, la miró con desprecio. Conocía muy bien a las de su calaña, chicas tan ambiciosas como arrogantes que solo vivían para buscar el éxito laboral en ese mundo moderno en el que le había tocado vivir, olvidándose del lugar que le correspondía a la mujer, el hogar y la familia, a los que daban la espalda para triunfar en un mundo al que no pertenecen. Pero todas ellas tenían los días contados. Cuando el nuevo orden llegase, volverían a donde deben estar al comprender que vivían en pecado.
– Haga el favor de sentarse –dijo la mujer sin todavía dejar de escribir –.
“Da todas las órdenes que quieras, zorra, que ya te queda poco tiempo –pensó mientras se sentaba en una de las sillas que había frente al escritorio.
Desde allí sentado, observó como la mujer continuaba escribiendo hasta que, finalmente, dejó de escribir y, por fin, alzó la vista para mirarle; fue una mirada tan penetrante que le causó ciertos escalofríos.
– ¿Como se encuentra? –preguntó.
– ¿Que como me encuentro? Pues bien –dijo él irónico–. Mejor que nunca, debo añadir. ¿Me va a explicar a que viene esta pantomima?
– Lamento que le hayamos hecho esperar, pero teníamos que darle tiempo mientras se adapta a la nueva situación.
Frunció el ceño.
– ¿Que nueva situación? No me diga que ya se ha corrido la voz... -ya había empezado, pensó entusiasmado, aunque se esforzó en permanecer serio.
– No es lo que usted piensa, señor Gómez. La única situación que ha cambiado es la suya. Solamente la suya, ya que el conductor del otro vehículo sobrevivió. Aunque, de todas maneras, la culpa del accidente fue solo suya al dormirse al volante; no es nada bueno trabajar hasta tan tarde.
Abrió los ojos como platos.
– ¡¿Que?! –preguntó con voz temblorosa sin dar crédito a lo que estaba oyendo.
La mujer, mientras, sonrió de una manera que asustaba.
– Si, señor Gómez, está muerto. Los médicos hicieron todo lo posible para salvarlo, pero no lo consiguieron. Su mujer ya ha identificado el cadáver y ha iniciado los trámites para el entierro.
– Esto es una broma –se esforzó por intentar reírse, pero no lo consiguió –. Estoy en un programa de cámara oculta.
La mujer, sin mediar palabra, abrió un cajón, sacó un revolver, le encañonó y apretó el gatillo.
Sintió el impacto de la bala y el insoportable dolor que esta producía al penetrar en sus órganos. Sin embargo, seguía estando vivo y, al mirar el lugar de su pecho donde había impactado la bala, no había herida alguna; ni tan siquiera la camisa estaba agujereada. De no haber sentido ese fuerte dolor, habría pensado que el arma tenía balas de fogueo.
Desconcertado, miró a la mujer.
– Así es, señor Gómez –dijo esta mientras volvía a guardar la pistola en el cajón –. Seguirá sintiendo dolor, pero ya no morirá.
Él se quedó petrificado. Había pasado en poco tiempo a creer que había sido beneficiado con un milagro divino a estar completamente muerto.
– Veo que ya lo ha comprendido –continuó la mujer –. Así que no perdamos mas tiempo. Como encargada de tramitar su traspaso a la otra vida, quiero cerrar esto cuanto antes –sacó de otro cajón un documento y se lo puso ante él junto con una pluma estilográfica –. Haga el favor de firmar y podrá marcharse a su nuevo destino cuanto antes.
Cogió el documento y se lo quedó mirando.
– ¿Puedo leerlo?
– Por supuesto.
Lo leyó y sus ojos se abrieron tanto que casi se le salen de las órbitas a la vez que sus dedos apretaron tan fuerte el papel que lo arreguñaron y casi lo rompen. Miró a la mujer incrédulo.
– ¿Pero que demonios es esto?
– Su destino, señor Gómez .
– Pero, aquí dice que mi destino es EL INFIERNO...
La mujer asintió.
– Nosotros lo llamamos inframundo, pero se lo he puesto con el nombre que usted y los suyos utilizan para hacérselo mas fácil.
– Esto no puede ser... Debe haber un error...
– Aquí solo tramitamos los traslados al infram... perdón, el infierno. Si le enviaron aquí, es porque ese es su destino. Es posible que los de arriba hayan cometido un error, pero eso quedó descartado cuando le disparé, ya que sintió dolor y los destinados allí arriba no lo sienten, ya que ellos no van a pasar por las continúas torturas y castigos corporales que le esperan a usted.
– ¿A que se refiere?
La mujer oprimió un botón que había en una esquina del escritorio y una compuerta se abrió en la pared que tenía tras ella dejando al descubierto una pantalla de Tv. Él solo vio a penas un minuto del vídeo antes de que ella volviese a oprimir el botón y cerrase la compuerta, pero lo que vio en la pantalla le encogió el corazón y casi le hizo vomitar. Todo lo que le habían contado del infierno se quedaba corto con lo visto en la pantalla.
– Esa es su nueva vida a partir de ahora, señor Gómez. Ahora firme y terminemos esto cuanto antes.
Él agarró el documento y, de forma compulsiva, lo rompió en mil pedazos. La mujer, en cambio, soltó unas carcajadas mientras sacaba otro documento.
– No sea infantil, tengo muchos mas. Además, esto es solo un pequeño trámite para hacer su traslado mas agradable. Firme o no firme, irán allí de todas formas. Aunque, he de decirle que si no firma y se opone a ir, será llevado por la fuerza y le aseguro que eso no será nada agradable.
– Esto no puede estar pasando. Yo no tengo que ir allí, me he ganado con creces mi lugar en el cielo.
La mujer sonrió maliciosamente.
– ¿Eso cree...?
– ¡Claro que si! No he faltado un solo domingo a misa a lo largo de mi vida, he dado multitud de donativos a la iglesia, me mantuve virgen hasta el matrimonio, he hecho muchas campañas contra el aborto y contra el uso del preservativo y he luchado para imponer la religión como asignatura obligatoria. Me ha ganado a pulso estar en el cielo.
La mujer soltó entonces unas fuertes carcajadas antes de levantarse e ir hacia un mueble archivador del que extrajo una carpeta de cartón color crudo con una etiqueta pegada en la que había escrito su nombre. La abrió y dejó sobre el escritorio mientras volvía a sentarse.
– Veamos –dijo mientras ojeaba los documentos que había en la carpeta – . Durante su adolescencia agredió, humilló y acosó a un compañero de instituto por ser homosexual. Entre los 20 y los 25 años participó en el sabotaje y destrucción mediante incendios de varios centros de planificación familiar. Hizo que despidieran a una profesora del colegio de sus hijos por permitir dar charlas de educación sexual. También hizo que despidieran a una trabajadora de su empresa por haber tenido un hijo fuera del matrimonio acusándola de mantener relaciones con otro empleado al que también despidió.
Él escuchó atónito lo que decía. Jamás pensó que todo aquello fuera a pasarle factura.
– Y estos son solo los delitos menores –continuó la mujer –. Hablemos mejor de la estafa que orquestó desde su inmobiliaria y que dejó a miles de personas sin casa y sin los ahorros de su vida. O de como se libró de esto haciendo que su ayudante, una persona completamente inocente, pagara el pato y terminara en la cárcel ocupando el lugar que le correspondía a usted. O de como sobornó a unos médicos para que ingresaran a su hija en un centro psiquiátrico cuando se quedó embarazada; sin mencionar que, cuando dio a luz, usted le arrebató el bebé y lo dio en adopción. O eso fue lo que dijo, porque la verdad es que lo vendió a un matrimonio rico que no podía tener hijos –dejó de mirar los papeles para mirarlo fijamente –. Si hubiera sido mejor persona, podría haberse reencontrado con su hija. Ella está ahora mismo ahí arriba –señaló el techo con un dedo sin dejar de mirarle –, fue allí directamente después de que se suicidara en su celda al saber lo del niño. Ni tan siquiera se alegró usted de que la chica no abortara; y eso que pensó en hacerlo.
Él se llevó las manos a las sienes mientras trataba de asimilar todo aquello. No podía creerse que su hija, quién le había traicionado acostándose con su novio a sus espaldas siendo solo una adolescente y sin haber pasado por el altar, estuviera en el cielo.
– Y todo esto no es mas que la punta del iceberg –continuó la mujer mientras cerraba la carpeta –. Usted creyó que confesándose cada semana con su sacerdote de confianza quedaba limpio de todo, pero no es así. Todo el mal que ha hecho a lo largo de su vida queda registrado –señaló la carpeta con uno de sus dedos –. Además, ese sacerdote tan amigo suyo también pasará por aquí cuando le llegue la hora; es lo que tiene el abusar de niños.
Él dejó de masajearse las sienes y fulminó a la mujer con la mirada.
– ¿Quién se ha creído que es, puta? –se puso en píe y se encaró con ella –. Yo he sido un buen cristiano y me he ganado mi lugar en el paraíso. Todo esto no es mas que una pantomima.
La mujer sonrió maliciosamente.
– ¿Quiere que le dispare otra vez?
El tipo, furioso, ya no podía aguantar mas; no iba a permitir que ese ser inferior se burlara de él. Alzó su mano y descargó una fuerte bofetada contra la mujer. Sin embargo, su mano no llegó a tocarla, ya que ella se la detuvo agarrándole por la muñeca con un rápido movimiento de reflejos; la mano y el brazo con que lo había hecho parecían ser de acero. Acto seguido, le estrujó la muñeca haciéndole retorcerse de dolor.
– Mire, estoy muy ocupada y no tengo tiempo que perder –dijo la mujer tranquilamente mientras estrujaba la muñeca con una fuerza sobrehumana que él jamás se hubiera imaginado que tendría –. Pero si quiere que resolvamos esto como os gusta a los hombres, por mi encantada. Ya he mandado a unos cuantos bien calentitos allí.
Tras decir esto, le soltó. El tipo cayó al suelo llorando mientras se masajeaba la muñeca con la otra mano; no tenía ningún hueso roto, pero le dolía como si se estuviera rota.
– Entérese bien –continuó ella –. Todo lo que le contaron era mentira. Los que mandan allí arriba no son quienes usted cree y, mucho menos, los que mandan aquí abajo. Lleváis siglos inventándoos religiones y tonterías, pero no dais ni una.
Cuando empezó a pasarse el dolor, volvió a sentarse en la silla. La mujer, mientras, le puso de nuevo delante el documento y la pluma estilográfica.
– Ahora, por favor, firme y haga esto mas fácil. Puede ir allí por su propio píe o podemos llevarle a patadas; y le aseguro que esto último no es muy recomendable.
Él, aún con lágrimas en los ojos, miró el documento y, completamente derrotado y resignado, cogió la estilográfica y lo firmó.
La mujer sonrió y cogió el documento. Acto seguido, oprimió un botón de un comunicador que había en uno de los extremos del escritorio.
– Pueden llevárselo.
La puerta se abrió y volvió a entrar por ella el hombre vestido de negro, quién le cogió suavemente por un brazo y lo levantó de la silla.
– No se preocupe, señor Gómez –dijo la mujer mientras guardaba el documento –. Dentro de diez mil años tendrá su primera vista y, dependiendo de como se haya portado, podría recibir la libertad condicional.
– Se suponía que esto era un milagro –dijo él mientras el tipo de negro se lo llevaba fuera de la habitación.
– Los milagros son en otro departamento -fue la respuesta de ella.
Él desapareció por la puerta arrastrado por el tipo de negro. Una vez sola, la mujer volvió a oprimir el botón del comunicador.
– Haga pasar al siguiente.
Poco después, la puerta volvió a abrirse y un nuevo tipo vestido de negro, diferente al anterior pero vestido con la misma ropa, entró por ella acompañado de otro hombre. Se trataba de un tipo joven de piel oscura y con una espesa barba, tenía pinta de ser musulmán y llevaba atado al cuerpo un cinturón de explosivos. No paraba de mirar a todos lados desorientado y muy extrañado.
La mujer volvió a reír.
– Déjeme adivinar. A que se está preguntando donde están las vírgenes que le prometieron...






FIN





jueves, 2 de mayo de 2013

NO ENTRES EN ESA WEB LAS NOCHES DE LUNA LLENA



– ¡Estás de coña! –dijo Diana con una sonrisa irónica antes de soltar unas carcajadas.
– Yo solo digo lo que me han contado –replicó Rebeca algo molesta –. Tu cree lo que quieras.
– Tranquila –dijo Diana tranquilizadoramente –, no era mi intención ofenderte. Olvidaba lo importante que son para ti estas cosas. Perdóname.
Rebeca permaneció seria unos segundos, pero luego sonrió. En el fondo, nunca podía enfadarse con su mejor amiga.
– Suponiendo que sea verdad –continuó Diana –. ¿Que ocurre si entras en ese sitio cuando hay luna llena?
Rebeca se encogió de hombros.
– No me lo dijeron. Pero afirman que es algo que nunca podrás olvidar.
– Pues esta noche hay luna llena. ¿Vas a probarlo?
Rebeca arqueó las cejas y se apresuró a negar con la cabeza.
– ¿Bromeas? No me atrevo ni a encender el ordenador.
Diana volvió a reír.
– Mira que eres cobardica.
– Si tan valiente eres, por qué no entras esta noche y mañana me lo cuentas.
– Como quieras –dijo tras encogerse de hombros –. Verás como todo no es mas que una cuento chino.
En esos momentos sonó la campana anunciado el regreso a las aulas para continuar con las clases. Diana y Rebeca, que se encontraban en uno de los rincones del pasillo, emprendieron la marcha entre los alumnos que regresaban a sus respectivas aulas.
– Recuerda –dijo Rebeca mientras caminaban –. Debe ser a media noche; justo a media noche.
– Entendido.


Mas tarde, terminadas ya las clases, Diana se encontraba de regreso a su casa. Puesto que el autobús paraba un poco lejos de su casa, tenía que caminar un poco. Mientras caminaba, con la mochila colgada a un hombro y abrazada a una carpeta, muchos de los viandantes no podían evitar mirarla furtivamente.
A sus 16 años, Diana era toda una belleza. Alta, de figura escultural, largos cabellos rubios y piel color marfil, la chica era todo un regalo para la vista. Además, en esos momentos vestía el uniforme del colegio privado donde iba –su familia no era rica, pero tenía dinero –, uno de esos de la camisa blanca y falda a cuadros –de los que tan sexys resultan a los ojos de los hombres –que la convertían en toda una lolita. No había hombre en el vecindario, tanto joven como mayor, que no la deseara; incluso algunas chicas se sentían atraídas por ella.
Poco después de llegar a su casa se metió en internet y buscó la web con la ayuda de un trozo de papel donde Rebeca le había anotado la dirección. Se trataba de una web muy sencilla, compuesta por una sola página donde tan solo podía verse un vídeo online que, en esos momentos, solo emitía interferencias.
La joven sonrió irónicamente y meneó la cabeza mientras apagaba el ordenador y se ponía a estudiar.

Mas tarde, ya de noche, estaba metida en la cama, pero aún seguía despierta. Miró su reloj despertador, el cual era de números electrónicos de colo verde que brillaban en la oscuridad, y vio que eran cerca de las 12. Se desarropó y, vestida solo con una braga y un pequeño top, ambos de color rosa fucsia, se encaminó hacia el ordenador. Estaba completamente a oscuras, pero conocía perfectamente su cuarto y sabía exactamente donde estaban las cosas.
Encendió el ordenador y se metió en internet, buscando de nuevo esa web. Una vez en ella, vio que el vídeo seguía emitiendo interferencias. Esperó hasta que fueron las 12 en punto, pero el vídeo seguía emitiendo interferencias sin cambio alguno.
Pensando en como se iba a reír de Rebeca al día siguiente, se dispuso a salir de la página. Pero, en esos momentos, el vídeo dejó de emitir interferencias y se puso en negro mientras de los altavoces del ordenador salía un ligero pitido.
Diana, extrañada, miró a la pantalla negra. En esos momentos, el vídeo comenzó a emitir. La pantalla mostraba una cámara de vídeo grabando en plena oscuridad con la luz inflaroja. Quién quiera que grabara, estaba caminando por una sala de estar. Diana abrió mucho los ojos y ahogó un grito al comprobar que era la sala de estar de su casa.
Aterrada, se quedó petrificada en la silla con la mirada fija en la pantalla, viendo como el que grababa el vídeo salía de la sala de estar, caminaba por el pasillo y subía las escaleras. Después, pasó por la puerta cerrada del dormitorio de sus padres y por la puerta, también cerrada, del dormitorio de su hermano pequeño hasta detenerse frente a una puerta que ella conocía muy bien: la puerta de su dormitorio.
En esos momentos, la imagen se apagó y el vídeo volvió a emitir interferencias.
Muerta de miedo, Diana seguía petrificada con la mirada fija en la pantalla. Unos ruidos al otro lado de su puerta la sacaron de su estado. Rápidamente, sacó de un cajón del escritorio el spray de pimienta que su precavida madre le regaló en su cumpleaños y se dirigió hacia la puerta. Se moría de miedo, pero le angustiaba mucho mas no saber que había al otro lado de la puerta. Además, estaba preparada con el spray y, además, dispuesta gritar si ocurría algo.
Tragó saliva antes de abrir la puerta y encender la luz a toda prisa. El pasillo estaba completamente desierto, nada ni nadie había allí y, de haber habido alguien, no le hubiera dado tiempo a esconderse.
Respiró hondo y volvió a cerrar la puerta. Mas tranquila, dejó el spray sobre la mesa de noche y volvió al escritorio para apagar el ordenador y volver a la cama. Pero, al ver la pantalla, se volvió a quedar petrificada mientras un sudor frío recorría su cuerpo. La pantalla del vídeo volvía a estar en negro, pero esta vez con unas enormes letras de color rojo que decían:

HOLA, DIANA

En esos momentos, unas manos enguantas en negro la abordaron taponándole la boca con una gasa empapada en cloroformo. La chica forcejeó pero, poco a poco fue perdiendo el conocimiento y todo se volvió negro para ella.

Diana despertó poco a poco. Trató de moverse, pero pronto se dio cuenta de que sus brazos y piernas se encontraban inmovilizados. Miró en rededor y todo estaba oscuro.
Cuando terminó de recobrar el sentido se dio cuenta de que se encontraba tumbada boca arriba en una especie de altar de piedra al que se encontraba atada por sus muñecas y sus tobillos. Pronto se dio cuenta de que su ropa había desaparecido y estaba completamente desnuda.
Aterrorizada, gritó con fuerza pidiendo auxilio, pero nadie parecía oírla. Forcejeó intentando liberarse, pero las ataduras la tenían bien sujeta.
Finalmente, una luz se encendió, iluminando a medias ese lugar. Diana se dio cuenta de que estaba en una especie de cripta, muy parecida a las que salían en las películas de terror que tanto le gustaban a ella y aterraban a su hermano. Era una enorme sala abovedada de paredes de piedra y ella estaba en el centro.
Frente a ella podía ver una enorme puerta de madera vieja. Esta se abrió entrando por ella una persona vestida con una especie de túnica de seda negra y la cabeza cubierta con una capucha. Diana no podía verle bien, pero pudo intuir que se trataba de un hombre bastante alto y de constitución muy fuerte.
El encapuchado se acercó a los píes del altar y se quedó quieto mirando a la chica. Esta no podía verle los ojos, pero si pudo sentir su mirada recorriendo su cuerpo.
– ¿Quién eres...? –dijo la chica entre sollozos –¿Que quieres de mi...?
Pero el encapuchado no dijo nada y continuó quieto mirando a la chica, quién volvió a gritar pidiendo ayuda; cosa que a aquel tipo no pareció importarle, ya que allí no había nadie que pudiera oírla; y si lo había, no estaba dispuesto a ayudarla.
Finalmente, el tipo se acercó mas a la joven.
– ¡Noooooooooooooooooooooooooooooooooo! –gritó esta cuando vio que el tipo acercaba una de sus enormes manos hacia ella.
Sin embargo, el tipo no la tocó. En lugar de eso, hizo una extraña señal en el aire sobre su cuerpo, como si hubiera hecho una especie de bendición.
Esto, no obstante, aterró aún mas a la joven, quién creyó que, en cualquier momento, el tipo sacaría un enorme cuchillo y le arrancaría el corazón o algo por el estilo.
Pero no ocurrió nada de eso.
Al final, el tipo se bajó la capucha. Pero, por alguna razón, tal vez la luz, ella no podía ver su rostro, el cual estaba completamente ennegrecido; aunque si pudo apreciar que aquel hombre tenía una larga cabellera castaña. Luego se quitó la túnica y la dejó caer al suelo, quedándose completamente desnudo ante los ojos de la chica, quién no pudo evitar cierto asombro al verle.
Aquel tipo parecía estar esculpido en bronce, con un cuerpo atlético lleno de músculos y abdominales, sin un solo rastro de bello en todo su cuerpo, y piel blanca y bronceada –lo que descartaba que fuera una criatura de la noche –. Aunque, lo que mas llamó la atención de la chica era una verga enorme, mas propia de un negro, tan larga que debía llegarle por las rodillas.
El tipo volvió a acercar su mano hacia ella, aunque esta vez si llegó a tocarla. Empezó acariciándole sus pechos, luego el vientre y fue bajando hasta la entrepierna.
– ¡Noooooooooooooooooooooooo! –volvió a gritar la chica mientras forcejeaba intentando huir. Luego suplicó entre lágrimas y llantos que no lo hiciera, pero el tipo actuaba como si no la escuchase.
La chica soltó un enorme gemido al sentir los dedos de él introduciéndose dentro de ella. Al principio, fue una situación desagradable para la chica pero, poco a poco, empezó a sentir una sensación diferente. Los dedos de aquel tipo parecían conocer a la perfección los puntos que mas la excitaban y, aunque intentó resistirse, no pudo ignorar el calor y la humedad que iban creciendo a marchas forzadas dentro de su cuerpo.
Así que cerró los ojos y se entregó por completo al placer mientras gemía y jadeaba de gusto.

La joven se vio liberada de las ataduras, pero no intentó escapar; ya no deseaba hacerlo. Se vio sumergida en un profundo abrazo lleno de caricias y besos con aquel hombre misterioso, cuyas manos la acariciaban tan suavemente que parecía que la tocaban sin que llegara a haber contacto físico.
Luego se vio de nuevo tumbada boca arriba sobre el altar mientras él metía la cabeza entre sus piernas. Entonces, la joven volvió a gemir, esta vez al sentir la lengua de él introducirse en ella y localizar las zonas de placer mejor, incluso que sus dedos.
La chica ya no podía mas. Su cada vez mas mojada entrepierna ardía como si estuviera al rojo vivo. Deseaba ser penetrada cuando antes.
Y él, pareció intuirlo, ya que se irguió con su verga completamente empalmada y se subió al altar colocándose sobre la chica, quién volvió a gemir, esta vez mucho mas fuerte que las otras veces, al sentir aquella enorme verga, tan dura como una roca, penetrándola.
Diana se sentía en el paraíso, sus gemidos y jadeos de placer resonaban por la cripta cada vez con mas fuerza. Jamás había sentido una sensación como aquella. Ni cuando perdió la virginidad con su primo hacía casi un año o las pocas veces que lo había hecho con algunos compañeros de instituto podían ni compararse con lo que sentía en aquel momento.

Tras un largo rato, el tipo dejó de penetrarla y se bajó del altar, acercando mas su verga al rostro de la joven quién, completamente excitada, no dudó en coger aquel enorme trozo de carne empapado en sus propios fluidos y se lo metió en la boca con gran ímpetu.

Después, él hizo que la chica se tumbara boca abajo.
La joven, con la mirada fija en la piedra donde estaba tumbada, sintió como las manos y el rostro de él se centraban en su culo. Cerró los ojos y se mordió el labio inferior excitada al sentir la lengua de él penetrar por su ano.
Cuando notó la lengua salir fuera de ella, las manos dejando de acariciar sus nalgas y sus muslos y el pesado cuerpo del hombre subirse al altar y colocarse sobre ella, Diana supo rápidamente lo que iba a pasar y se preparó para lo que venía.
Alzó el rostro todo lo que pudo con los ojos y la boca muy abiertos y soltó el gemido mas grande de todos los que había soltado aquella noche al sentir la enorme verga penetrar por el estrecho hueco que, aunque lubricado, no estaba preparado para aquello; mas que nada, porque de esa zona todavía seguía siendo virgen.

Medio desfallecida por aquella sensación, mezcla de dolor y placer, Diana no supo como había vuelto a ponerse boca arriba; aunque estaba claro que había sido aquel tipo, ya que era tan fuerte y ella tan ligera que podía manejarla con total facilidad.
Entreabrió los ojos y pudo ver la verga de aquel tipo frente a ella, la cual estalló en esos momentos dejando su rostro y su cuerpo completamente perdidos de semen. La joven sonrió mientras, poco a poco, iba perdiendo el conocimiento. No sabía si era por todas las sensaciones vividas en esa noche o si habían vuelto a drogarla, pero eso ya le importaba poco.

Diana despertó bruscamente. Su cuerpo estaba empapado en sudor y su entrepierna muy mojada. Miró en rededor alterada. Volvía a estar en su cuarto, sentada frente al ordenado y con la ropa de dormir todavía puesta; aunque muy mojada a causa del sudor.
Con la respiración entrecortada, volvió a mirar la pantalla del ordenador, donde seguía viéndose esa web con el vídeo de nuevo emitiendo interferencias.
Se sintió confusa. Todo parecía indicar que había sido un sueño. Sin embargo, aquel momento y todo lo que sintió en él estaba muy vivo en su cabeza y era una sensación de lo mas real.
Rápidamente, apagó el ordenador y se volvió a meter en la cama; aunque a penas pudo pegar ojo esa noche.

A la mañana siguiente, en el instituto, se encontró de nuevo con Rebeca, quién pareció advertir que su amiga estaba algo rara.
– Hola, Diana. ¿Te ocurre algo?
Diana se apresuró a negar con la cabeza.
– Es solo que me he levantado algo indispuesta; solo eso.
– Parece como si hubieras tenido una mala noche. ¿Tuviste alguna pesadilla?
“Te puedo asegurar que no –pensó ella mientras volvía a negar con la cabeza.
La campana anunciando el inicio de las clases sonó y las dos amigas entraron en el aula sentándose en sus respectivos pupitres, los cuales estaban juntos.
– Por cierto, Diana. ¿Viste anoche la web?
Diana se quedó unos segundos callada mientras sacaba los libros y los apuntes. Los recuerdos de aquella noche volvieron a su cabeza y empezó a excitarse.
– ¿Diana...?
– Si, la vi –reaccionó –. No había nada interesante. Solo un vídeo que emitía interferencias.
– Yo quise verla, pero me entró miedo y no me atreví ni a encender el ordenador, como ya te dije.
– Pues no te perdiste nada.
En esos momentos entró el profesor de historia pidiendo silencio y comenzó la clase.

Habían pasado varias semanas desde aquella noche, pero Diana tenía el recuerdo tan grabado como el primer día. Los recuerdos de aquel momento la excitaban tanto que solía masturbarse pensando en ellos y también ayudaban a que sus encuentros sexuales con otros compañeros de instituto fueran mas intensos y satisfactorios que otras veces.
Aquella noche no podía dormir. Era de nuevo luna llena y el reloj estaba a punto de dar las doce.
Rápidamente, se levantó de la cama y corrió a encender el ordenador, volviendo a meterse en esa web, donde volvía a aparecer el vídeo emitiendo interferencias. Esperó unos minutos muy quieta con la vista fija en la pantalla hasta que el vídeo dejó de emitir interferencias y volvió a ponerse todo en negro. Entonces, apareció aquel mensaje en letras grandes y rojas saludándola y llamándola por su nombre.
Una maliciosa sonrisa se dibujó en el rostro de la joven.



FIN