UNA SELECCIÓN DE MIS RELATOS MAS ATREVIDOS

viernes, 24 de mayo de 2013

LOS MILAGROS SON EN OTRO DEPARTAMENTO





¿Como había llegado allí?
Lo único que recordaba tras el accidente era como le llevaban urgentemente a una sala de operaciones y allí le durmieron con la anestesia, quedando todo oscuro después. Al instante se encontraba en esa pequeña habitación cuadrada donde lo único que había eran cuatro sillones y una pequeña mesa de cristal en medio de ellos.
¿Una sala de espera?
Fue a la única puerta que había e intentó abrirla, pero estaba cerrada. La aporreó y gritó llamando a cualquiera que estuviera al otro lado exigiendo que le dejaran salir. Pero no hubo respuesta alguna.
Muy nervioso, el tipo no paró de dar vueltas. Necesitaba un cigarrillo. Buscó en los bolsillos de su americana el paquete de tabaco, pero no tuvo éxito. Buscó mas y vio que aún conservaba la cartera, su agenda y el encendedor; si alguien le había robado, solo se había llevado el paquete de tabaco. Algo muy raro, aunque pronto recordó que se lo había dejado olvidado en la oficina, donde, como muchas veces, se había quedado trabajando hasta muy tarde.
Continuó buscando y su rostro se iluminó al encontrar su móvil en un bolsillo. Estaba salvado. Ahora podía llamar a la policía y volver con su familia. 
Pero la alegría duró poco al comprobar que en ese lugar no había cobertura. Furioso, arrojó el aparato contra la pared antes de ponerse a aporrearla y a dar patadas a los sillones.

Mas tranquilo, empezó a darse cuenta de las cosas raras que pasaban allí. Antes no había reparado en ello, pero ahora si se dio cuenta de que tenía el mismo traje que llevaba cuando el accidente, pero este estaba completamente intacto. No había desgarrones o manchas de sangre; incluso recordó que, antes de que lo durmieran, una enfermera le cortó el pantalón con unas tijeras y estos estaban ahora intactos.
Al no haber espejos allí, miró su reflejo en el cristal de la mesa y pudo comprobar que estaba completamente ileso. No había magulladuras, ni huesos rotos, ni trozos de cristal clavados en su piel. ¿Que estaba ocurriendo?
Entonces, su mente se iluminó.
¡Un milagro!
Si, un milagro. Por fin el Salvador había actuado para ayudar a uno de sus mas fieles siervos.
No había otra explicación. Seguramente, nadie en la sala de operaciones dio crédito a lo que estaba pasando allí y esos paganos de la ciencia, al encontrarse con algo que les era imposible de comprender o explicar sin el uso de la razón, habían decidido encerrarlo allí para estudiarlo, como una rata de laboratorio.
“Deben estar muertos de miedo –pensó mientras una amplia sonrisa se dibujaba en su rostro.
Se sentó en uno de los sillones y esperó. Tarde o temprano se rendirían a la evidencia. Habían dado con algo que su preciada ciencia jamás podrá explicar y la dictadura de la razón llegaría a su fin. Y era él el elegido para acabar con toda esa pantomima. Él haría que la gente recuperara su fe y volviera a las iglesias buscando la salvación y recuperando los valores cristianos que habían dejado de lado.

Su mente se llenó de gozo. El mundo estaba a punto de cambiar y él era el mesías que traería la salvación. Ya se veía hablando ante los medios de comunicación con una gran horda de fieles adorándole; incluso se imaginaba al mismísimo Papa arrodillándose ante él y cediéndole su trono en Roma.


Y así estuvo horas hasta que la puerta por fin se abrió entrando por ella un hombre. Era un tipo alto y delgado, muy pálido. Debía tener unos 35 años y vestía con unos pantalones y una camisa, ambos de color negro.
– ¿Carlos Gómez? –preguntó con una voz extraña.
– Si –respondió él.
– Acompáñeme.
Se levantó y siguió al tipo de negro, quién le condujo por un largo pasillo lleno de puertas que no parecía tener fin.
Finalmente, se detuvo frente a una de las puertas, la cual abrió. Esta daba a un amplio despacho, a cuyo fondo, tras un enorme escritorio, se sentaba una mujer vestida de ejecutiva. Era una mujer bastante atractiva que debía tener unos 27 años. En esos momentos llevaba puestas unas gafas y tenía sus rubios cabellos recogidos en un moño, pero eso no le restaba atractivo. En esos momentos se encontraba escribiendo.
– Le traigo al señor Gómez –dijo el tipo de negro.
– Bien –dijo la mujer mientras escribía –. Puedes dejarnos.
El tipo de negro se fue cerrando la puerta tras de sí y él se quedó solo frente a aquella mujer que ni tan siquiera había alzado la mirada para verle. Él, aunque se sentía algo atraído por su atractivo, la miró con desprecio. Conocía muy bien a las de su calaña, chicas tan ambiciosas como arrogantes que solo vivían para buscar el éxito laboral en ese mundo moderno en el que le había tocado vivir, olvidándose del lugar que le correspondía a la mujer, el hogar y la familia, a los que daban la espalda para triunfar en un mundo al que no pertenecen. Pero todas ellas tenían los días contados. Cuando el nuevo orden llegase, volverían a donde deben estar al comprender que vivían en pecado.
– Haga el favor de sentarse –dijo la mujer sin todavía dejar de escribir –.
“Da todas las órdenes que quieras, zorra, que ya te queda poco tiempo –pensó mientras se sentaba en una de las sillas que había frente al escritorio.
Desde allí sentado, observó como la mujer continuaba escribiendo hasta que, finalmente, dejó de escribir y, por fin, alzó la vista para mirarle; fue una mirada tan penetrante que le causó ciertos escalofríos.
– ¿Como se encuentra? –preguntó.
– ¿Que como me encuentro? Pues bien –dijo él irónico–. Mejor que nunca, debo añadir. ¿Me va a explicar a que viene esta pantomima?
– Lamento que le hayamos hecho esperar, pero teníamos que darle tiempo mientras se adapta a la nueva situación.
Frunció el ceño.
– ¿Que nueva situación? No me diga que ya se ha corrido la voz... -ya había empezado, pensó entusiasmado, aunque se esforzó en permanecer serio.
– No es lo que usted piensa, señor Gómez. La única situación que ha cambiado es la suya. Solamente la suya, ya que el conductor del otro vehículo sobrevivió. Aunque, de todas maneras, la culpa del accidente fue solo suya al dormirse al volante; no es nada bueno trabajar hasta tan tarde.
Abrió los ojos como platos.
– ¡¿Que?! –preguntó con voz temblorosa sin dar crédito a lo que estaba oyendo.
La mujer, mientras, sonrió de una manera que asustaba.
– Si, señor Gómez, está muerto. Los médicos hicieron todo lo posible para salvarlo, pero no lo consiguieron. Su mujer ya ha identificado el cadáver y ha iniciado los trámites para el entierro.
– Esto es una broma –se esforzó por intentar reírse, pero no lo consiguió –. Estoy en un programa de cámara oculta.
La mujer, sin mediar palabra, abrió un cajón, sacó un revolver, le encañonó y apretó el gatillo.
Sintió el impacto de la bala y el insoportable dolor que esta producía al penetrar en sus órganos. Sin embargo, seguía estando vivo y, al mirar el lugar de su pecho donde había impactado la bala, no había herida alguna; ni tan siquiera la camisa estaba agujereada. De no haber sentido ese fuerte dolor, habría pensado que el arma tenía balas de fogueo.
Desconcertado, miró a la mujer.
– Así es, señor Gómez –dijo esta mientras volvía a guardar la pistola en el cajón –. Seguirá sintiendo dolor, pero ya no morirá.
Él se quedó petrificado. Había pasado en poco tiempo a creer que había sido beneficiado con un milagro divino a estar completamente muerto.
– Veo que ya lo ha comprendido –continuó la mujer –. Así que no perdamos mas tiempo. Como encargada de tramitar su traspaso a la otra vida, quiero cerrar esto cuanto antes –sacó de otro cajón un documento y se lo puso ante él junto con una pluma estilográfica –. Haga el favor de firmar y podrá marcharse a su nuevo destino cuanto antes.
Cogió el documento y se lo quedó mirando.
– ¿Puedo leerlo?
– Por supuesto.
Lo leyó y sus ojos se abrieron tanto que casi se le salen de las órbitas a la vez que sus dedos apretaron tan fuerte el papel que lo arreguñaron y casi lo rompen. Miró a la mujer incrédulo.
– ¿Pero que demonios es esto?
– Su destino, señor Gómez .
– Pero, aquí dice que mi destino es EL INFIERNO...
La mujer asintió.
– Nosotros lo llamamos inframundo, pero se lo he puesto con el nombre que usted y los suyos utilizan para hacérselo mas fácil.
– Esto no puede ser... Debe haber un error...
– Aquí solo tramitamos los traslados al infram... perdón, el infierno. Si le enviaron aquí, es porque ese es su destino. Es posible que los de arriba hayan cometido un error, pero eso quedó descartado cuando le disparé, ya que sintió dolor y los destinados allí arriba no lo sienten, ya que ellos no van a pasar por las continúas torturas y castigos corporales que le esperan a usted.
– ¿A que se refiere?
La mujer oprimió un botón que había en una esquina del escritorio y una compuerta se abrió en la pared que tenía tras ella dejando al descubierto una pantalla de Tv. Él solo vio a penas un minuto del vídeo antes de que ella volviese a oprimir el botón y cerrase la compuerta, pero lo que vio en la pantalla le encogió el corazón y casi le hizo vomitar. Todo lo que le habían contado del infierno se quedaba corto con lo visto en la pantalla.
– Esa es su nueva vida a partir de ahora, señor Gómez. Ahora firme y terminemos esto cuanto antes.
Él agarró el documento y, de forma compulsiva, lo rompió en mil pedazos. La mujer, en cambio, soltó unas carcajadas mientras sacaba otro documento.
– No sea infantil, tengo muchos mas. Además, esto es solo un pequeño trámite para hacer su traslado mas agradable. Firme o no firme, irán allí de todas formas. Aunque, he de decirle que si no firma y se opone a ir, será llevado por la fuerza y le aseguro que eso no será nada agradable.
– Esto no puede estar pasando. Yo no tengo que ir allí, me he ganado con creces mi lugar en el cielo.
La mujer sonrió maliciosamente.
– ¿Eso cree...?
– ¡Claro que si! No he faltado un solo domingo a misa a lo largo de mi vida, he dado multitud de donativos a la iglesia, me mantuve virgen hasta el matrimonio, he hecho muchas campañas contra el aborto y contra el uso del preservativo y he luchado para imponer la religión como asignatura obligatoria. Me ha ganado a pulso estar en el cielo.
La mujer soltó entonces unas fuertes carcajadas antes de levantarse e ir hacia un mueble archivador del que extrajo una carpeta de cartón color crudo con una etiqueta pegada en la que había escrito su nombre. La abrió y dejó sobre el escritorio mientras volvía a sentarse.
– Veamos –dijo mientras ojeaba los documentos que había en la carpeta – . Durante su adolescencia agredió, humilló y acosó a un compañero de instituto por ser homosexual. Entre los 20 y los 25 años participó en el sabotaje y destrucción mediante incendios de varios centros de planificación familiar. Hizo que despidieran a una profesora del colegio de sus hijos por permitir dar charlas de educación sexual. También hizo que despidieran a una trabajadora de su empresa por haber tenido un hijo fuera del matrimonio acusándola de mantener relaciones con otro empleado al que también despidió.
Él escuchó atónito lo que decía. Jamás pensó que todo aquello fuera a pasarle factura.
– Y estos son solo los delitos menores –continuó la mujer –. Hablemos mejor de la estafa que orquestó desde su inmobiliaria y que dejó a miles de personas sin casa y sin los ahorros de su vida. O de como se libró de esto haciendo que su ayudante, una persona completamente inocente, pagara el pato y terminara en la cárcel ocupando el lugar que le correspondía a usted. O de como sobornó a unos médicos para que ingresaran a su hija en un centro psiquiátrico cuando se quedó embarazada; sin mencionar que, cuando dio a luz, usted le arrebató el bebé y lo dio en adopción. O eso fue lo que dijo, porque la verdad es que lo vendió a un matrimonio rico que no podía tener hijos –dejó de mirar los papeles para mirarlo fijamente –. Si hubiera sido mejor persona, podría haberse reencontrado con su hija. Ella está ahora mismo ahí arriba –señaló el techo con un dedo sin dejar de mirarle –, fue allí directamente después de que se suicidara en su celda al saber lo del niño. Ni tan siquiera se alegró usted de que la chica no abortara; y eso que pensó en hacerlo.
Él se llevó las manos a las sienes mientras trataba de asimilar todo aquello. No podía creerse que su hija, quién le había traicionado acostándose con su novio a sus espaldas siendo solo una adolescente y sin haber pasado por el altar, estuviera en el cielo.
– Y todo esto no es mas que la punta del iceberg –continuó la mujer mientras cerraba la carpeta –. Usted creyó que confesándose cada semana con su sacerdote de confianza quedaba limpio de todo, pero no es así. Todo el mal que ha hecho a lo largo de su vida queda registrado –señaló la carpeta con uno de sus dedos –. Además, ese sacerdote tan amigo suyo también pasará por aquí cuando le llegue la hora; es lo que tiene el abusar de niños.
Él dejó de masajearse las sienes y fulminó a la mujer con la mirada.
– ¿Quién se ha creído que es, puta? –se puso en píe y se encaró con ella –. Yo he sido un buen cristiano y me he ganado mi lugar en el paraíso. Todo esto no es mas que una pantomima.
La mujer sonrió maliciosamente.
– ¿Quiere que le dispare otra vez?
El tipo, furioso, ya no podía aguantar mas; no iba a permitir que ese ser inferior se burlara de él. Alzó su mano y descargó una fuerte bofetada contra la mujer. Sin embargo, su mano no llegó a tocarla, ya que ella se la detuvo agarrándole por la muñeca con un rápido movimiento de reflejos; la mano y el brazo con que lo había hecho parecían ser de acero. Acto seguido, le estrujó la muñeca haciéndole retorcerse de dolor.
– Mire, estoy muy ocupada y no tengo tiempo que perder –dijo la mujer tranquilamente mientras estrujaba la muñeca con una fuerza sobrehumana que él jamás se hubiera imaginado que tendría –. Pero si quiere que resolvamos esto como os gusta a los hombres, por mi encantada. Ya he mandado a unos cuantos bien calentitos allí.
Tras decir esto, le soltó. El tipo cayó al suelo llorando mientras se masajeaba la muñeca con la otra mano; no tenía ningún hueso roto, pero le dolía como si se estuviera rota.
– Entérese bien –continuó ella –. Todo lo que le contaron era mentira. Los que mandan allí arriba no son quienes usted cree y, mucho menos, los que mandan aquí abajo. Lleváis siglos inventándoos religiones y tonterías, pero no dais ni una.
Cuando empezó a pasarse el dolor, volvió a sentarse en la silla. La mujer, mientras, le puso de nuevo delante el documento y la pluma estilográfica.
– Ahora, por favor, firme y haga esto mas fácil. Puede ir allí por su propio píe o podemos llevarle a patadas; y le aseguro que esto último no es muy recomendable.
Él, aún con lágrimas en los ojos, miró el documento y, completamente derrotado y resignado, cogió la estilográfica y lo firmó.
La mujer sonrió y cogió el documento. Acto seguido, oprimió un botón de un comunicador que había en uno de los extremos del escritorio.
– Pueden llevárselo.
La puerta se abrió y volvió a entrar por ella el hombre vestido de negro, quién le cogió suavemente por un brazo y lo levantó de la silla.
– No se preocupe, señor Gómez –dijo la mujer mientras guardaba el documento –. Dentro de diez mil años tendrá su primera vista y, dependiendo de como se haya portado, podría recibir la libertad condicional.
– Se suponía que esto era un milagro –dijo él mientras el tipo de negro se lo llevaba fuera de la habitación.
– Los milagros son en otro departamento -fue la respuesta de ella.
Él desapareció por la puerta arrastrado por el tipo de negro. Una vez sola, la mujer volvió a oprimir el botón del comunicador.
– Haga pasar al siguiente.
Poco después, la puerta volvió a abrirse y un nuevo tipo vestido de negro, diferente al anterior pero vestido con la misma ropa, entró por ella acompañado de otro hombre. Se trataba de un tipo joven de piel oscura y con una espesa barba, tenía pinta de ser musulmán y llevaba atado al cuerpo un cinturón de explosivos. No paraba de mirar a todos lados desorientado y muy extrañado.
La mujer volvió a reír.
– Déjeme adivinar. A que se está preguntando donde están las vírgenes que le prometieron...






FIN





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