UNA SELECCIÓN DE MIS RELATOS MAS ATREVIDOS

viernes, 24 de mayo de 2013

LOS MILAGROS SON EN OTRO DEPARTAMENTO





¿Como había llegado allí?
Lo único que recordaba tras el accidente era como le llevaban urgentemente a una sala de operaciones y allí le durmieron con la anestesia, quedando todo oscuro después. Al instante se encontraba en esa pequeña habitación cuadrada donde lo único que había eran cuatro sillones y una pequeña mesa de cristal en medio de ellos.
¿Una sala de espera?
Fue a la única puerta que había e intentó abrirla, pero estaba cerrada. La aporreó y gritó llamando a cualquiera que estuviera al otro lado exigiendo que le dejaran salir. Pero no hubo respuesta alguna.
Muy nervioso, el tipo no paró de dar vueltas. Necesitaba un cigarrillo. Buscó en los bolsillos de su americana el paquete de tabaco, pero no tuvo éxito. Buscó mas y vio que aún conservaba la cartera, su agenda y el encendedor; si alguien le había robado, solo se había llevado el paquete de tabaco. Algo muy raro, aunque pronto recordó que se lo había dejado olvidado en la oficina, donde, como muchas veces, se había quedado trabajando hasta muy tarde.
Continuó buscando y su rostro se iluminó al encontrar su móvil en un bolsillo. Estaba salvado. Ahora podía llamar a la policía y volver con su familia. 
Pero la alegría duró poco al comprobar que en ese lugar no había cobertura. Furioso, arrojó el aparato contra la pared antes de ponerse a aporrearla y a dar patadas a los sillones.

Mas tranquilo, empezó a darse cuenta de las cosas raras que pasaban allí. Antes no había reparado en ello, pero ahora si se dio cuenta de que tenía el mismo traje que llevaba cuando el accidente, pero este estaba completamente intacto. No había desgarrones o manchas de sangre; incluso recordó que, antes de que lo durmieran, una enfermera le cortó el pantalón con unas tijeras y estos estaban ahora intactos.
Al no haber espejos allí, miró su reflejo en el cristal de la mesa y pudo comprobar que estaba completamente ileso. No había magulladuras, ni huesos rotos, ni trozos de cristal clavados en su piel. ¿Que estaba ocurriendo?
Entonces, su mente se iluminó.
¡Un milagro!
Si, un milagro. Por fin el Salvador había actuado para ayudar a uno de sus mas fieles siervos.
No había otra explicación. Seguramente, nadie en la sala de operaciones dio crédito a lo que estaba pasando allí y esos paganos de la ciencia, al encontrarse con algo que les era imposible de comprender o explicar sin el uso de la razón, habían decidido encerrarlo allí para estudiarlo, como una rata de laboratorio.
“Deben estar muertos de miedo –pensó mientras una amplia sonrisa se dibujaba en su rostro.
Se sentó en uno de los sillones y esperó. Tarde o temprano se rendirían a la evidencia. Habían dado con algo que su preciada ciencia jamás podrá explicar y la dictadura de la razón llegaría a su fin. Y era él el elegido para acabar con toda esa pantomima. Él haría que la gente recuperara su fe y volviera a las iglesias buscando la salvación y recuperando los valores cristianos que habían dejado de lado.

Su mente se llenó de gozo. El mundo estaba a punto de cambiar y él era el mesías que traería la salvación. Ya se veía hablando ante los medios de comunicación con una gran horda de fieles adorándole; incluso se imaginaba al mismísimo Papa arrodillándose ante él y cediéndole su trono en Roma.


Y así estuvo horas hasta que la puerta por fin se abrió entrando por ella un hombre. Era un tipo alto y delgado, muy pálido. Debía tener unos 35 años y vestía con unos pantalones y una camisa, ambos de color negro.
– ¿Carlos Gómez? –preguntó con una voz extraña.
– Si –respondió él.
– Acompáñeme.
Se levantó y siguió al tipo de negro, quién le condujo por un largo pasillo lleno de puertas que no parecía tener fin.
Finalmente, se detuvo frente a una de las puertas, la cual abrió. Esta daba a un amplio despacho, a cuyo fondo, tras un enorme escritorio, se sentaba una mujer vestida de ejecutiva. Era una mujer bastante atractiva que debía tener unos 27 años. En esos momentos llevaba puestas unas gafas y tenía sus rubios cabellos recogidos en un moño, pero eso no le restaba atractivo. En esos momentos se encontraba escribiendo.
– Le traigo al señor Gómez –dijo el tipo de negro.
– Bien –dijo la mujer mientras escribía –. Puedes dejarnos.
El tipo de negro se fue cerrando la puerta tras de sí y él se quedó solo frente a aquella mujer que ni tan siquiera había alzado la mirada para verle. Él, aunque se sentía algo atraído por su atractivo, la miró con desprecio. Conocía muy bien a las de su calaña, chicas tan ambiciosas como arrogantes que solo vivían para buscar el éxito laboral en ese mundo moderno en el que le había tocado vivir, olvidándose del lugar que le correspondía a la mujer, el hogar y la familia, a los que daban la espalda para triunfar en un mundo al que no pertenecen. Pero todas ellas tenían los días contados. Cuando el nuevo orden llegase, volverían a donde deben estar al comprender que vivían en pecado.
– Haga el favor de sentarse –dijo la mujer sin todavía dejar de escribir –.
“Da todas las órdenes que quieras, zorra, que ya te queda poco tiempo –pensó mientras se sentaba en una de las sillas que había frente al escritorio.
Desde allí sentado, observó como la mujer continuaba escribiendo hasta que, finalmente, dejó de escribir y, por fin, alzó la vista para mirarle; fue una mirada tan penetrante que le causó ciertos escalofríos.
– ¿Como se encuentra? –preguntó.
– ¿Que como me encuentro? Pues bien –dijo él irónico–. Mejor que nunca, debo añadir. ¿Me va a explicar a que viene esta pantomima?
– Lamento que le hayamos hecho esperar, pero teníamos que darle tiempo mientras se adapta a la nueva situación.
Frunció el ceño.
– ¿Que nueva situación? No me diga que ya se ha corrido la voz... -ya había empezado, pensó entusiasmado, aunque se esforzó en permanecer serio.
– No es lo que usted piensa, señor Gómez. La única situación que ha cambiado es la suya. Solamente la suya, ya que el conductor del otro vehículo sobrevivió. Aunque, de todas maneras, la culpa del accidente fue solo suya al dormirse al volante; no es nada bueno trabajar hasta tan tarde.
Abrió los ojos como platos.
– ¡¿Que?! –preguntó con voz temblorosa sin dar crédito a lo que estaba oyendo.
La mujer, mientras, sonrió de una manera que asustaba.
– Si, señor Gómez, está muerto. Los médicos hicieron todo lo posible para salvarlo, pero no lo consiguieron. Su mujer ya ha identificado el cadáver y ha iniciado los trámites para el entierro.
– Esto es una broma –se esforzó por intentar reírse, pero no lo consiguió –. Estoy en un programa de cámara oculta.
La mujer, sin mediar palabra, abrió un cajón, sacó un revolver, le encañonó y apretó el gatillo.
Sintió el impacto de la bala y el insoportable dolor que esta producía al penetrar en sus órganos. Sin embargo, seguía estando vivo y, al mirar el lugar de su pecho donde había impactado la bala, no había herida alguna; ni tan siquiera la camisa estaba agujereada. De no haber sentido ese fuerte dolor, habría pensado que el arma tenía balas de fogueo.
Desconcertado, miró a la mujer.
– Así es, señor Gómez –dijo esta mientras volvía a guardar la pistola en el cajón –. Seguirá sintiendo dolor, pero ya no morirá.
Él se quedó petrificado. Había pasado en poco tiempo a creer que había sido beneficiado con un milagro divino a estar completamente muerto.
– Veo que ya lo ha comprendido –continuó la mujer –. Así que no perdamos mas tiempo. Como encargada de tramitar su traspaso a la otra vida, quiero cerrar esto cuanto antes –sacó de otro cajón un documento y se lo puso ante él junto con una pluma estilográfica –. Haga el favor de firmar y podrá marcharse a su nuevo destino cuanto antes.
Cogió el documento y se lo quedó mirando.
– ¿Puedo leerlo?
– Por supuesto.
Lo leyó y sus ojos se abrieron tanto que casi se le salen de las órbitas a la vez que sus dedos apretaron tan fuerte el papel que lo arreguñaron y casi lo rompen. Miró a la mujer incrédulo.
– ¿Pero que demonios es esto?
– Su destino, señor Gómez .
– Pero, aquí dice que mi destino es EL INFIERNO...
La mujer asintió.
– Nosotros lo llamamos inframundo, pero se lo he puesto con el nombre que usted y los suyos utilizan para hacérselo mas fácil.
– Esto no puede ser... Debe haber un error...
– Aquí solo tramitamos los traslados al infram... perdón, el infierno. Si le enviaron aquí, es porque ese es su destino. Es posible que los de arriba hayan cometido un error, pero eso quedó descartado cuando le disparé, ya que sintió dolor y los destinados allí arriba no lo sienten, ya que ellos no van a pasar por las continúas torturas y castigos corporales que le esperan a usted.
– ¿A que se refiere?
La mujer oprimió un botón que había en una esquina del escritorio y una compuerta se abrió en la pared que tenía tras ella dejando al descubierto una pantalla de Tv. Él solo vio a penas un minuto del vídeo antes de que ella volviese a oprimir el botón y cerrase la compuerta, pero lo que vio en la pantalla le encogió el corazón y casi le hizo vomitar. Todo lo que le habían contado del infierno se quedaba corto con lo visto en la pantalla.
– Esa es su nueva vida a partir de ahora, señor Gómez. Ahora firme y terminemos esto cuanto antes.
Él agarró el documento y, de forma compulsiva, lo rompió en mil pedazos. La mujer, en cambio, soltó unas carcajadas mientras sacaba otro documento.
– No sea infantil, tengo muchos mas. Además, esto es solo un pequeño trámite para hacer su traslado mas agradable. Firme o no firme, irán allí de todas formas. Aunque, he de decirle que si no firma y se opone a ir, será llevado por la fuerza y le aseguro que eso no será nada agradable.
– Esto no puede estar pasando. Yo no tengo que ir allí, me he ganado con creces mi lugar en el cielo.
La mujer sonrió maliciosamente.
– ¿Eso cree...?
– ¡Claro que si! No he faltado un solo domingo a misa a lo largo de mi vida, he dado multitud de donativos a la iglesia, me mantuve virgen hasta el matrimonio, he hecho muchas campañas contra el aborto y contra el uso del preservativo y he luchado para imponer la religión como asignatura obligatoria. Me ha ganado a pulso estar en el cielo.
La mujer soltó entonces unas fuertes carcajadas antes de levantarse e ir hacia un mueble archivador del que extrajo una carpeta de cartón color crudo con una etiqueta pegada en la que había escrito su nombre. La abrió y dejó sobre el escritorio mientras volvía a sentarse.
– Veamos –dijo mientras ojeaba los documentos que había en la carpeta – . Durante su adolescencia agredió, humilló y acosó a un compañero de instituto por ser homosexual. Entre los 20 y los 25 años participó en el sabotaje y destrucción mediante incendios de varios centros de planificación familiar. Hizo que despidieran a una profesora del colegio de sus hijos por permitir dar charlas de educación sexual. También hizo que despidieran a una trabajadora de su empresa por haber tenido un hijo fuera del matrimonio acusándola de mantener relaciones con otro empleado al que también despidió.
Él escuchó atónito lo que decía. Jamás pensó que todo aquello fuera a pasarle factura.
– Y estos son solo los delitos menores –continuó la mujer –. Hablemos mejor de la estafa que orquestó desde su inmobiliaria y que dejó a miles de personas sin casa y sin los ahorros de su vida. O de como se libró de esto haciendo que su ayudante, una persona completamente inocente, pagara el pato y terminara en la cárcel ocupando el lugar que le correspondía a usted. O de como sobornó a unos médicos para que ingresaran a su hija en un centro psiquiátrico cuando se quedó embarazada; sin mencionar que, cuando dio a luz, usted le arrebató el bebé y lo dio en adopción. O eso fue lo que dijo, porque la verdad es que lo vendió a un matrimonio rico que no podía tener hijos –dejó de mirar los papeles para mirarlo fijamente –. Si hubiera sido mejor persona, podría haberse reencontrado con su hija. Ella está ahora mismo ahí arriba –señaló el techo con un dedo sin dejar de mirarle –, fue allí directamente después de que se suicidara en su celda al saber lo del niño. Ni tan siquiera se alegró usted de que la chica no abortara; y eso que pensó en hacerlo.
Él se llevó las manos a las sienes mientras trataba de asimilar todo aquello. No podía creerse que su hija, quién le había traicionado acostándose con su novio a sus espaldas siendo solo una adolescente y sin haber pasado por el altar, estuviera en el cielo.
– Y todo esto no es mas que la punta del iceberg –continuó la mujer mientras cerraba la carpeta –. Usted creyó que confesándose cada semana con su sacerdote de confianza quedaba limpio de todo, pero no es así. Todo el mal que ha hecho a lo largo de su vida queda registrado –señaló la carpeta con uno de sus dedos –. Además, ese sacerdote tan amigo suyo también pasará por aquí cuando le llegue la hora; es lo que tiene el abusar de niños.
Él dejó de masajearse las sienes y fulminó a la mujer con la mirada.
– ¿Quién se ha creído que es, puta? –se puso en píe y se encaró con ella –. Yo he sido un buen cristiano y me he ganado mi lugar en el paraíso. Todo esto no es mas que una pantomima.
La mujer sonrió maliciosamente.
– ¿Quiere que le dispare otra vez?
El tipo, furioso, ya no podía aguantar mas; no iba a permitir que ese ser inferior se burlara de él. Alzó su mano y descargó una fuerte bofetada contra la mujer. Sin embargo, su mano no llegó a tocarla, ya que ella se la detuvo agarrándole por la muñeca con un rápido movimiento de reflejos; la mano y el brazo con que lo había hecho parecían ser de acero. Acto seguido, le estrujó la muñeca haciéndole retorcerse de dolor.
– Mire, estoy muy ocupada y no tengo tiempo que perder –dijo la mujer tranquilamente mientras estrujaba la muñeca con una fuerza sobrehumana que él jamás se hubiera imaginado que tendría –. Pero si quiere que resolvamos esto como os gusta a los hombres, por mi encantada. Ya he mandado a unos cuantos bien calentitos allí.
Tras decir esto, le soltó. El tipo cayó al suelo llorando mientras se masajeaba la muñeca con la otra mano; no tenía ningún hueso roto, pero le dolía como si se estuviera rota.
– Entérese bien –continuó ella –. Todo lo que le contaron era mentira. Los que mandan allí arriba no son quienes usted cree y, mucho menos, los que mandan aquí abajo. Lleváis siglos inventándoos religiones y tonterías, pero no dais ni una.
Cuando empezó a pasarse el dolor, volvió a sentarse en la silla. La mujer, mientras, le puso de nuevo delante el documento y la pluma estilográfica.
– Ahora, por favor, firme y haga esto mas fácil. Puede ir allí por su propio píe o podemos llevarle a patadas; y le aseguro que esto último no es muy recomendable.
Él, aún con lágrimas en los ojos, miró el documento y, completamente derrotado y resignado, cogió la estilográfica y lo firmó.
La mujer sonrió y cogió el documento. Acto seguido, oprimió un botón de un comunicador que había en uno de los extremos del escritorio.
– Pueden llevárselo.
La puerta se abrió y volvió a entrar por ella el hombre vestido de negro, quién le cogió suavemente por un brazo y lo levantó de la silla.
– No se preocupe, señor Gómez –dijo la mujer mientras guardaba el documento –. Dentro de diez mil años tendrá su primera vista y, dependiendo de como se haya portado, podría recibir la libertad condicional.
– Se suponía que esto era un milagro –dijo él mientras el tipo de negro se lo llevaba fuera de la habitación.
– Los milagros son en otro departamento -fue la respuesta de ella.
Él desapareció por la puerta arrastrado por el tipo de negro. Una vez sola, la mujer volvió a oprimir el botón del comunicador.
– Haga pasar al siguiente.
Poco después, la puerta volvió a abrirse y un nuevo tipo vestido de negro, diferente al anterior pero vestido con la misma ropa, entró por ella acompañado de otro hombre. Se trataba de un tipo joven de piel oscura y con una espesa barba, tenía pinta de ser musulmán y llevaba atado al cuerpo un cinturón de explosivos. No paraba de mirar a todos lados desorientado y muy extrañado.
La mujer volvió a reír.
– Déjeme adivinar. A que se está preguntando donde están las vírgenes que le prometieron...






FIN





jueves, 2 de mayo de 2013

NO ENTRES EN ESA WEB LAS NOCHES DE LUNA LLENA



– ¡Estás de coña! –dijo Diana con una sonrisa irónica antes de soltar unas carcajadas.
– Yo solo digo lo que me han contado –replicó Rebeca algo molesta –. Tu cree lo que quieras.
– Tranquila –dijo Diana tranquilizadoramente –, no era mi intención ofenderte. Olvidaba lo importante que son para ti estas cosas. Perdóname.
Rebeca permaneció seria unos segundos, pero luego sonrió. En el fondo, nunca podía enfadarse con su mejor amiga.
– Suponiendo que sea verdad –continuó Diana –. ¿Que ocurre si entras en ese sitio cuando hay luna llena?
Rebeca se encogió de hombros.
– No me lo dijeron. Pero afirman que es algo que nunca podrás olvidar.
– Pues esta noche hay luna llena. ¿Vas a probarlo?
Rebeca arqueó las cejas y se apresuró a negar con la cabeza.
– ¿Bromeas? No me atrevo ni a encender el ordenador.
Diana volvió a reír.
– Mira que eres cobardica.
– Si tan valiente eres, por qué no entras esta noche y mañana me lo cuentas.
– Como quieras –dijo tras encogerse de hombros –. Verás como todo no es mas que una cuento chino.
En esos momentos sonó la campana anunciado el regreso a las aulas para continuar con las clases. Diana y Rebeca, que se encontraban en uno de los rincones del pasillo, emprendieron la marcha entre los alumnos que regresaban a sus respectivas aulas.
– Recuerda –dijo Rebeca mientras caminaban –. Debe ser a media noche; justo a media noche.
– Entendido.


Mas tarde, terminadas ya las clases, Diana se encontraba de regreso a su casa. Puesto que el autobús paraba un poco lejos de su casa, tenía que caminar un poco. Mientras caminaba, con la mochila colgada a un hombro y abrazada a una carpeta, muchos de los viandantes no podían evitar mirarla furtivamente.
A sus 16 años, Diana era toda una belleza. Alta, de figura escultural, largos cabellos rubios y piel color marfil, la chica era todo un regalo para la vista. Además, en esos momentos vestía el uniforme del colegio privado donde iba –su familia no era rica, pero tenía dinero –, uno de esos de la camisa blanca y falda a cuadros –de los que tan sexys resultan a los ojos de los hombres –que la convertían en toda una lolita. No había hombre en el vecindario, tanto joven como mayor, que no la deseara; incluso algunas chicas se sentían atraídas por ella.
Poco después de llegar a su casa se metió en internet y buscó la web con la ayuda de un trozo de papel donde Rebeca le había anotado la dirección. Se trataba de una web muy sencilla, compuesta por una sola página donde tan solo podía verse un vídeo online que, en esos momentos, solo emitía interferencias.
La joven sonrió irónicamente y meneó la cabeza mientras apagaba el ordenador y se ponía a estudiar.

Mas tarde, ya de noche, estaba metida en la cama, pero aún seguía despierta. Miró su reloj despertador, el cual era de números electrónicos de colo verde que brillaban en la oscuridad, y vio que eran cerca de las 12. Se desarropó y, vestida solo con una braga y un pequeño top, ambos de color rosa fucsia, se encaminó hacia el ordenador. Estaba completamente a oscuras, pero conocía perfectamente su cuarto y sabía exactamente donde estaban las cosas.
Encendió el ordenador y se metió en internet, buscando de nuevo esa web. Una vez en ella, vio que el vídeo seguía emitiendo interferencias. Esperó hasta que fueron las 12 en punto, pero el vídeo seguía emitiendo interferencias sin cambio alguno.
Pensando en como se iba a reír de Rebeca al día siguiente, se dispuso a salir de la página. Pero, en esos momentos, el vídeo dejó de emitir interferencias y se puso en negro mientras de los altavoces del ordenador salía un ligero pitido.
Diana, extrañada, miró a la pantalla negra. En esos momentos, el vídeo comenzó a emitir. La pantalla mostraba una cámara de vídeo grabando en plena oscuridad con la luz inflaroja. Quién quiera que grabara, estaba caminando por una sala de estar. Diana abrió mucho los ojos y ahogó un grito al comprobar que era la sala de estar de su casa.
Aterrada, se quedó petrificada en la silla con la mirada fija en la pantalla, viendo como el que grababa el vídeo salía de la sala de estar, caminaba por el pasillo y subía las escaleras. Después, pasó por la puerta cerrada del dormitorio de sus padres y por la puerta, también cerrada, del dormitorio de su hermano pequeño hasta detenerse frente a una puerta que ella conocía muy bien: la puerta de su dormitorio.
En esos momentos, la imagen se apagó y el vídeo volvió a emitir interferencias.
Muerta de miedo, Diana seguía petrificada con la mirada fija en la pantalla. Unos ruidos al otro lado de su puerta la sacaron de su estado. Rápidamente, sacó de un cajón del escritorio el spray de pimienta que su precavida madre le regaló en su cumpleaños y se dirigió hacia la puerta. Se moría de miedo, pero le angustiaba mucho mas no saber que había al otro lado de la puerta. Además, estaba preparada con el spray y, además, dispuesta gritar si ocurría algo.
Tragó saliva antes de abrir la puerta y encender la luz a toda prisa. El pasillo estaba completamente desierto, nada ni nadie había allí y, de haber habido alguien, no le hubiera dado tiempo a esconderse.
Respiró hondo y volvió a cerrar la puerta. Mas tranquila, dejó el spray sobre la mesa de noche y volvió al escritorio para apagar el ordenador y volver a la cama. Pero, al ver la pantalla, se volvió a quedar petrificada mientras un sudor frío recorría su cuerpo. La pantalla del vídeo volvía a estar en negro, pero esta vez con unas enormes letras de color rojo que decían:

HOLA, DIANA

En esos momentos, unas manos enguantas en negro la abordaron taponándole la boca con una gasa empapada en cloroformo. La chica forcejeó pero, poco a poco fue perdiendo el conocimiento y todo se volvió negro para ella.

Diana despertó poco a poco. Trató de moverse, pero pronto se dio cuenta de que sus brazos y piernas se encontraban inmovilizados. Miró en rededor y todo estaba oscuro.
Cuando terminó de recobrar el sentido se dio cuenta de que se encontraba tumbada boca arriba en una especie de altar de piedra al que se encontraba atada por sus muñecas y sus tobillos. Pronto se dio cuenta de que su ropa había desaparecido y estaba completamente desnuda.
Aterrorizada, gritó con fuerza pidiendo auxilio, pero nadie parecía oírla. Forcejeó intentando liberarse, pero las ataduras la tenían bien sujeta.
Finalmente, una luz se encendió, iluminando a medias ese lugar. Diana se dio cuenta de que estaba en una especie de cripta, muy parecida a las que salían en las películas de terror que tanto le gustaban a ella y aterraban a su hermano. Era una enorme sala abovedada de paredes de piedra y ella estaba en el centro.
Frente a ella podía ver una enorme puerta de madera vieja. Esta se abrió entrando por ella una persona vestida con una especie de túnica de seda negra y la cabeza cubierta con una capucha. Diana no podía verle bien, pero pudo intuir que se trataba de un hombre bastante alto y de constitución muy fuerte.
El encapuchado se acercó a los píes del altar y se quedó quieto mirando a la chica. Esta no podía verle los ojos, pero si pudo sentir su mirada recorriendo su cuerpo.
– ¿Quién eres...? –dijo la chica entre sollozos –¿Que quieres de mi...?
Pero el encapuchado no dijo nada y continuó quieto mirando a la chica, quién volvió a gritar pidiendo ayuda; cosa que a aquel tipo no pareció importarle, ya que allí no había nadie que pudiera oírla; y si lo había, no estaba dispuesto a ayudarla.
Finalmente, el tipo se acercó mas a la joven.
– ¡Noooooooooooooooooooooooooooooooooo! –gritó esta cuando vio que el tipo acercaba una de sus enormes manos hacia ella.
Sin embargo, el tipo no la tocó. En lugar de eso, hizo una extraña señal en el aire sobre su cuerpo, como si hubiera hecho una especie de bendición.
Esto, no obstante, aterró aún mas a la joven, quién creyó que, en cualquier momento, el tipo sacaría un enorme cuchillo y le arrancaría el corazón o algo por el estilo.
Pero no ocurrió nada de eso.
Al final, el tipo se bajó la capucha. Pero, por alguna razón, tal vez la luz, ella no podía ver su rostro, el cual estaba completamente ennegrecido; aunque si pudo apreciar que aquel hombre tenía una larga cabellera castaña. Luego se quitó la túnica y la dejó caer al suelo, quedándose completamente desnudo ante los ojos de la chica, quién no pudo evitar cierto asombro al verle.
Aquel tipo parecía estar esculpido en bronce, con un cuerpo atlético lleno de músculos y abdominales, sin un solo rastro de bello en todo su cuerpo, y piel blanca y bronceada –lo que descartaba que fuera una criatura de la noche –. Aunque, lo que mas llamó la atención de la chica era una verga enorme, mas propia de un negro, tan larga que debía llegarle por las rodillas.
El tipo volvió a acercar su mano hacia ella, aunque esta vez si llegó a tocarla. Empezó acariciándole sus pechos, luego el vientre y fue bajando hasta la entrepierna.
– ¡Noooooooooooooooooooooooo! –volvió a gritar la chica mientras forcejeaba intentando huir. Luego suplicó entre lágrimas y llantos que no lo hiciera, pero el tipo actuaba como si no la escuchase.
La chica soltó un enorme gemido al sentir los dedos de él introduciéndose dentro de ella. Al principio, fue una situación desagradable para la chica pero, poco a poco, empezó a sentir una sensación diferente. Los dedos de aquel tipo parecían conocer a la perfección los puntos que mas la excitaban y, aunque intentó resistirse, no pudo ignorar el calor y la humedad que iban creciendo a marchas forzadas dentro de su cuerpo.
Así que cerró los ojos y se entregó por completo al placer mientras gemía y jadeaba de gusto.

La joven se vio liberada de las ataduras, pero no intentó escapar; ya no deseaba hacerlo. Se vio sumergida en un profundo abrazo lleno de caricias y besos con aquel hombre misterioso, cuyas manos la acariciaban tan suavemente que parecía que la tocaban sin que llegara a haber contacto físico.
Luego se vio de nuevo tumbada boca arriba sobre el altar mientras él metía la cabeza entre sus piernas. Entonces, la joven volvió a gemir, esta vez al sentir la lengua de él introducirse en ella y localizar las zonas de placer mejor, incluso que sus dedos.
La chica ya no podía mas. Su cada vez mas mojada entrepierna ardía como si estuviera al rojo vivo. Deseaba ser penetrada cuando antes.
Y él, pareció intuirlo, ya que se irguió con su verga completamente empalmada y se subió al altar colocándose sobre la chica, quién volvió a gemir, esta vez mucho mas fuerte que las otras veces, al sentir aquella enorme verga, tan dura como una roca, penetrándola.
Diana se sentía en el paraíso, sus gemidos y jadeos de placer resonaban por la cripta cada vez con mas fuerza. Jamás había sentido una sensación como aquella. Ni cuando perdió la virginidad con su primo hacía casi un año o las pocas veces que lo había hecho con algunos compañeros de instituto podían ni compararse con lo que sentía en aquel momento.

Tras un largo rato, el tipo dejó de penetrarla y se bajó del altar, acercando mas su verga al rostro de la joven quién, completamente excitada, no dudó en coger aquel enorme trozo de carne empapado en sus propios fluidos y se lo metió en la boca con gran ímpetu.

Después, él hizo que la chica se tumbara boca abajo.
La joven, con la mirada fija en la piedra donde estaba tumbada, sintió como las manos y el rostro de él se centraban en su culo. Cerró los ojos y se mordió el labio inferior excitada al sentir la lengua de él penetrar por su ano.
Cuando notó la lengua salir fuera de ella, las manos dejando de acariciar sus nalgas y sus muslos y el pesado cuerpo del hombre subirse al altar y colocarse sobre ella, Diana supo rápidamente lo que iba a pasar y se preparó para lo que venía.
Alzó el rostro todo lo que pudo con los ojos y la boca muy abiertos y soltó el gemido mas grande de todos los que había soltado aquella noche al sentir la enorme verga penetrar por el estrecho hueco que, aunque lubricado, no estaba preparado para aquello; mas que nada, porque de esa zona todavía seguía siendo virgen.

Medio desfallecida por aquella sensación, mezcla de dolor y placer, Diana no supo como había vuelto a ponerse boca arriba; aunque estaba claro que había sido aquel tipo, ya que era tan fuerte y ella tan ligera que podía manejarla con total facilidad.
Entreabrió los ojos y pudo ver la verga de aquel tipo frente a ella, la cual estalló en esos momentos dejando su rostro y su cuerpo completamente perdidos de semen. La joven sonrió mientras, poco a poco, iba perdiendo el conocimiento. No sabía si era por todas las sensaciones vividas en esa noche o si habían vuelto a drogarla, pero eso ya le importaba poco.

Diana despertó bruscamente. Su cuerpo estaba empapado en sudor y su entrepierna muy mojada. Miró en rededor alterada. Volvía a estar en su cuarto, sentada frente al ordenado y con la ropa de dormir todavía puesta; aunque muy mojada a causa del sudor.
Con la respiración entrecortada, volvió a mirar la pantalla del ordenador, donde seguía viéndose esa web con el vídeo de nuevo emitiendo interferencias.
Se sintió confusa. Todo parecía indicar que había sido un sueño. Sin embargo, aquel momento y todo lo que sintió en él estaba muy vivo en su cabeza y era una sensación de lo mas real.
Rápidamente, apagó el ordenador y se volvió a meter en la cama; aunque a penas pudo pegar ojo esa noche.

A la mañana siguiente, en el instituto, se encontró de nuevo con Rebeca, quién pareció advertir que su amiga estaba algo rara.
– Hola, Diana. ¿Te ocurre algo?
Diana se apresuró a negar con la cabeza.
– Es solo que me he levantado algo indispuesta; solo eso.
– Parece como si hubieras tenido una mala noche. ¿Tuviste alguna pesadilla?
“Te puedo asegurar que no –pensó ella mientras volvía a negar con la cabeza.
La campana anunciando el inicio de las clases sonó y las dos amigas entraron en el aula sentándose en sus respectivos pupitres, los cuales estaban juntos.
– Por cierto, Diana. ¿Viste anoche la web?
Diana se quedó unos segundos callada mientras sacaba los libros y los apuntes. Los recuerdos de aquella noche volvieron a su cabeza y empezó a excitarse.
– ¿Diana...?
– Si, la vi –reaccionó –. No había nada interesante. Solo un vídeo que emitía interferencias.
– Yo quise verla, pero me entró miedo y no me atreví ni a encender el ordenador, como ya te dije.
– Pues no te perdiste nada.
En esos momentos entró el profesor de historia pidiendo silencio y comenzó la clase.

Habían pasado varias semanas desde aquella noche, pero Diana tenía el recuerdo tan grabado como el primer día. Los recuerdos de aquel momento la excitaban tanto que solía masturbarse pensando en ellos y también ayudaban a que sus encuentros sexuales con otros compañeros de instituto fueran mas intensos y satisfactorios que otras veces.
Aquella noche no podía dormir. Era de nuevo luna llena y el reloj estaba a punto de dar las doce.
Rápidamente, se levantó de la cama y corrió a encender el ordenador, volviendo a meterse en esa web, donde volvía a aparecer el vídeo emitiendo interferencias. Esperó unos minutos muy quieta con la vista fija en la pantalla hasta que el vídeo dejó de emitir interferencias y volvió a ponerse todo en negro. Entonces, apareció aquel mensaje en letras grandes y rojas saludándola y llamándola por su nombre.
Una maliciosa sonrisa se dibujó en el rostro de la joven.



FIN