La casa
debía haber estado vacía.
Ted y su
socio, Angus, habían estado meses planificando aquel golpe y, tras
tantear las casas de aquella lujosa urbanización, habían escogido
aquella cuyos dueños se iban de la ciudad y estarían fuera todo el
fin de semana, dejando aquella casa a su merced, ya que Ted era un
experto en desconectar alarma –estuvo mucho tiempo trabajando en
una empresa de seguridad instalando alarmas como esa –y, sobre
todo, forzar puertas.
Así
que, aquella noche se introdujeron en la casa y lograron un muy
suculento botín. Angus abrió la caja fuerte, su especialidad,
mientras que Ted se hacía con un buen lote compuesto de joyas,
piezas de oro y cuberterías de plata.
Al
final, llenaron dos bolsas de viaje de color negro con todo lo que
había conseguido Ted y los fajos de billetes de 500 euros que había
dentro de la caja fuerte.
– No
se nos ha dado mal la noche –dijo Ted satisfecho mientras cogía
una de las pesadas bolsas y se la cargaba al hombro.
Angus se
cargó la otra bolsa y los dos se dispusieron a irse.
Pero, en
esos momentos, un ruido proveniente del piso de arriba llamó la
atención de los dos ladrones, que dejaron las bolsas en el suelo y
corrieron escaleras arriba hacia el lugar donde había provenido el
ruido. Los dos se colocaron junto a la puerta del dormitorio de la
hija mayor, el cual no habían revisado creyendo que no había nada
de valor en él. Otro ruido salió de dentro de esa habitación.
Maldiciéndose
entre dientes, Ted sacó su pistola y se bajó el pasamontañas hasta
cubrir todo su rostro y Angus hizo lo mismo con el suyo; era vital
que nadie les viera la cara. Ted dio una patada a la puerta y los dos
irrumpieron en la habitación.
La
sorpresa de ambos fue general al encontrar dentro, sentada en la
cama, a una preciosa joven. Era rubia, con sus largos y dorados
cabellos recogidos en dos coletas, su piel era color marfil y no era
muy alta, pero poseía un cuerpo escultural y voluptuoso que lucía
con su indumentaria, compuesta por una falda muy corta de color
blanco y una ajustada y escotada blusa de color rosa.
La chica los miró a los dos aterrada y su miedo aumentó cuando Ted la encañonó con la pistola.
– ¿Que haces aquí? –le preguntó bruscamente.
– Solo me escondía... –dijo la joven entre sollozos –. Estaba viendo la tele cuando os oí entrar...
– ¿Por que estás aquí? ¿Deberías estar de viaje con tu familia?
– Estoy castigada... Mis padres me encontraron un paquete de tabaco en el bolso y me obligaron a quedarme aquí...
– ¿Hay alguien mas en la casa?
– No. Estoy completamente sola... Los criados no viven aquí y mis padres me prohibieron expresamente no traer a nadie...
Ted se quedó completamente en silencio con la mirada fija en la chica mientras la seguía encañonando con la pistola. La chica estaba cada vez mas aterrada, todo su cuerpo temblaba y sus ojos se humedecían cada vez mas.
– Por favor... No me hagan daño... Llévense lo que quieran y váyanse... No le diré nada a la policía... Ni tan siquiera les he visto las caras...
– Seguro que esa zorra llama a la poli en cuanto nos vayamos –dijo Angus –. Déjala K.O. con la culata de la pistola; para cuando despierte ya estaremos muy lejos.
Ted no le hizo caso y con los ojos fijos en la chica. Pronto, un perverso pensamiento se cruzó por su cabeza y una maliciosa sonrisa se dibujó en su rostro debajo del pasamontañas. Aunque no podía verla, la joven pareció sentirla y su piel se erizó.
Él era un ladrón, no un violador, y no era de los que retrasaban un trabajo por pasar un buen rato en compañía femenina. Pero siempre había sentido un cierto odio y desprecio por las niñas ricas. Esas niñatas prepotentes que se pasean por la vida creyéndose que el mundo es suyo mientras viven en sus castillos de azúcar creyendo que el mundo es colo de rosa.
Solo le bastó echar una ojeada a ese dormitorio con las paredes pintadas de rosa y adornadas con posters de Justin Biever y el protagonista de Crepúsculo para saber que estaba ante una de esas zorras. La de veces que le habría dicho a su madre que se iba a quedar a dormir en casa de una amiga cuando, en realidad, lo que pensaba hacer es ir a un bar de mala muerte vestida de zorrón para liarse con el primero que la invitase a una copa.
La de
veces que había deseado coger a una de ellas y darle una buena
lección. Y, precisamente, en esos momentos tenía a una de ellas a
su total merced. Era una oportunidad demasiado jugosa para dejarla
escapar.
– Por
favor, tío –dijo Angus fastidioso adivinando las intenciones de su
socio –. Yo también lo estoy deseando, pero tenemos que irnos ya.
–
¿Para que tanta prisa, amigo? –dijo Ted con una voz maliciosa –.
Todavía queda mucha noche por delante...
Guardó
la pistola en la parte trasera del cinturón y se acercó mas a la
chica, a la que cogió del cuello. Ted parecía un gigante al lado de
ella y su mano era tan fuerte y el cuello de la joven tan delicado
que, de haber querido, lo hubiera roto como una rama seca con un solo
movimiento de sus dedos.
La
chica, con los ojos muy abiertos, se quedó completamente paralizada.
– Voy
a dejar las cosas claras, pequeña. Esto va a ocurrir, quieras o no.
Te aconsejo que seas buena y hagas todo lo que te digamos y esto será
para ti menos doloroso y podrás contarlo mañana a tus amigas. De lo
contrario –volvió a sacar la pistola con su mano libre y la
encañonó de nuevo –, cuando tus padres regresen encontrarán el
cadáver de su niñita aquí mismo con una bala en la cabeza después
de haber pasado la noche mas dolorosa y repugnante de su vida
¿Entendido...?
La chica
asintió con la cabeza.
Ted la
soltó, retrocedió un par de pasos y se bajó la cremallera del
pantalón.
Los ojos
de la joven se abrieron como platos al ver la empalmada verga del
tipo aparecer ante ella y acercarse cada vez mas a su cara y su boca.
Ella
empezó a retirarse, pero él la volvió a encañonar con la pistola.
– Ya
sabes lo que tienes que hacer, preciosa –amartilló el arma –. Y
cuidadito con lo que haces...
Resignada,
la chica agarró el miembro y se lo metió en la boca, la cual puso a
trabajar para darle aquel tipo lo que deseaba. Bajo el pasamontañas,
una amplia sonrisa de satisfacción se dibujó en el rostro de Ted.
– Eso
es, pequeña... –dijo mientras gozaba –. Se nota que sabes lo que
haces... Algo me dice que ya lo has hecho mas veces... Seguro que en
el instituto ya se la has chupado a mas de uno... Al capitán del
equipo de fútbol... o al delegado de la clase... Y hasta puede que
se lo hayas hecho a algún profesor para que te subiera la nota...
No muy
lejos de allí, cerca de la puerta, Angus comtemplaba la escena. Ted
giró la cabeza para mirarle con una sonrisa de complicidad.
–
Vamos, tío. No sabes lo que te estás perdiendo.
No
estaba muy de acuerdo en que su socio pusiera en peligro aquel
trabajo por tirarse a una niña pija pero, ya que no podía evitarlo,
no dudó en unirse a la fiesta, ya que, al igual que su amigo,
también había deseado follarse a esa zorrita nada mas verla.
Finalmente,
se encaminó hacia la cama y se puso junto a Ted. Agarró una de las
suaves manos de la chica por la muñeca y la colocó sobre su
paquete.
La joven
pareció adivinar lo que quería y enseguida empezó a acariciar el
enorme y duro bulto por encima del pantalón antes de bajarle la
cremallera y sacar su verga, la cual empezó a masturbar.
–
¡Esta zorra aprende rápido!
– Si
–dijo Ted –. Estas niñatas van de recatadas, pero en realidad
son unas zorras...
La joven
continuó chupándosela a Ted mientras masturbaba a Angus. Después
fue la verga de Angus la que se metió en la boca mientras masturbaba
la de Ted. Y así se las fue turnando durante un rato.
Ted y
Angus, con sus vergas aún de fuera, empalmadas y cubiertas de la
saliva de la chica, retrocedieron unos pasos.
–
Vamos, nena –dijo Ted a la chica haciéndole una señal con la
pistola –. Ponte un poco mas cómoda...
La joven
captó el mensaje y, arrodillada en el centro de la cama, se despojó
de la falda y la blusa, quedándose en un sexy conjunto de ropa
interior rosa que también se quitó. La joven, vestida, era todo un
regalo para la vista, pero desnuda era una auténtica diosa.
Los dos
hombres también se quitaron la ropa militar negra que llevaban
puesta y se quedaron con los pasamontañas como única indumentaria.
Ambos eran tipos fuertes y de constitución atlética y musculosa. Su
piel era blanca, pero estaba muy bronceada.
Ted fue
el primero que se acercó a la chica. La agarró con fuerza y empezó
a sobarla por todos lados; poniendo especial atención a sus tetas,
bastante grandes para una chica de su edad, las cuales toqueteo y
degustó todo lo que quiso. También la besó en los labios –puesto
que el pasamontañas dejaba la boca al descubierto –y recorrió el
cuello de la muchacha con su lengua.
Acto
seguido, la tumbó sobre la cama boca arriba de forma atravesada y
agarró con fuerza sus muslos, separando mucho sus piernas. La chica
gimió cuando sintió la dura verga del tipo penetrándola y una
larga sucesión de gemidos y jadeos se sucedieron inundando la
habitación.
Ted
soltó unas carcajadas mientras la embestía.
– Te
lo dije, tío. A esta zorra ya la han estrenado...
Angus,
mientras, había contemplado la escena masturbándose. Pero ya no
podía mas y rodeó la cama hasta colocarse frente a la cabeza de la
chica, la cual agarró con sus fuertes manos obligándola a
chupársela de nuevo. Después alargó sus manos y empezó a
acariciarle las tetas.
Tras un
largo rato, le tocó el turno a Angus y, mientras este la embestía,
Ted se subió a la cama para poder meter su verga entre las tetas de
la joven y masturbarse con ellas.
Mas
tarde, Ted obligó a la joven a colocarse boca abajo mientras él se
ponía detrás de ella y agarraba con fuerza su culo con ambas manos.
La chica abrió mucho los ojos y soltó un enorme alarido al sentir
aquella cosa enorme y dura perforando su ano.
–
Parece que de esta parte todavía era virgen –dijo Ted tras soltar
unas fuertes carcajadas de nuevo. Luego miró a su socio –. No veas
lo estrecho que lo tiene. Esto es un gustazo...
Angus,
que contemplaba la escena al lado de su socio, sonrió de una forma
diabólica y, tras esperar un rato, ya no pudo mas.
– ¡Yo
también quiero! ¡Yo también quiero!
Ted le
indicó que esperara un poco. Entonces sacó su verga del culo de la
joven y la obligó a levantarse de la cama y se la entregó a su
socio indicándole que la tuviera en todo momento sujeta y evitara
que escapase. Luego se tumbó en la cama boca arriba y le indicó a
Angus que le colocara a la chica encima. Angus le hizo caso, puso a
la chica encima de él, sentándola sobre su verga. Después, se
subió a la cama y se puso encima de la chica enculándola.
Los
gemidos de la joven inundaron volvieron a inundar toda la habitación
mientras los dos hombres la penetraban a la vez.
Todo
terminó con la chica tumbada en la cama boca arriba, exhausta y con
el cuerpo empapado en sudor. A ambos lados de la cama se encontraban
de píe los dos hombres, también sudorosos, encañonando a la joven
con sus duras y palpitantes vergas a punto de erupcionar.
Finalmente,
ambas vergas estallaron casi a la vez cubriendo casi por completo a
la joven de leche caliente.
También
exhaustos, los dos hombres cayeron al suelo entre jadeos.
Ted se
recostó en el enmoquetado suelo mientras Angus se ponían en píe
trabajosamente y, tambaleándose, se encaminó hacia donde estaba su
ropa tirada en el suelo.
– Has
estado genial, preciosa... –dijo Ted entre jadeos mientras estaba
tumbado en el suelo boca arriba con sus brazos en cruz –. Nos
gustaría pasar mas tiempo contigo... pero tenemos que irnos ya... Y
no te preocupes... que nos largaremos bien lejos... No nos queda
otra... ahora que hemos añadido la violación a nuestra lista de
delitos... Y pederastia también porque... ¿que edad tienes...?
15...16 años...
– En
realidad, tengo 24 años... –sonó la voz de la joven –. Lo que
pasa, es que aparento menos edad...
Ted
frunció el ceño y giró la cabeza para mirar a la chica,
encontrándose con un cañón apuntándole. Ni él ni Angus, que en
esos momentos les daba la espalda mientras ponía del derecho sus
pantalones para ponérselos, se habían percatado de que la joven
había introducido disimuladamente una de sus manos debajo del
almohadón y había sacado una pistola de dardos tranquilizantes que
en todo momento había estado allí sin que ninguno se diera cuenta.
Ted
trató de ponerse en píe a toda prisa, pero el arma vomitó un dardo
que se clavó en su cuello. Angus se percató y se giró bruscamente,
pero fue alcanzado por otro dardo antes de que pudiera reaccionar. La
chica manejaba el arma con una agilidad y una puntería tremendas,
como si de una profesional se tratara.
El
narcótico actuó rápido y los dos hombres se desplomaron al
instante. Antes de perder el conocimiento, Ted miró a la cama y lo
último que pudo ver fue a la chica sentada en la cama, todavía
desnuda y empapada en su semen, mirándole con una maliciosa sonrisa
mientras fingía que soplaba el imaginario humo del cañón de su
arma.
A la
mañana siguiente, la policía, alertada por una llamada anónima,
irrumpió en la casa y encontró a Ted y a Angus atados y amordazados
en el suelo de aquel dormitorio. Los dos seguían desnudos y con los
pasamontañas puestos. Su ropa había desaparecido, al igual que sus
bolsas con todo lo que habían robado.
Cubiertos
con unas mantas, los dos ladrones fueron sacados de la casa esposados
y conducidos a uno de los coches patrulla ante la mirada de los
vecinos y de los dueños de la casa, quienes acababan de regresar.
Ted los miró, primero se fijó en el matrimonio, luego en los hijos
pequeños – dos gemelos, chico y chica, de 10 años –y, después,
en la hija mayor, una preciosidad rubia de 15 años que vestía con
una falda blanca, una blusa rosa y llevaba sus dorados cabellos
recogidos en dos coletas. Sin embargo, no su rostro era completamente
diferente al de la chica que habían encontrado en el dormitorio.
“¡Maldita
puta! –pensó mientras se maldecía para sus adentros.
Los dos
fueron introducidos en el asiento de atrás del coche patrulla y uno
de los policías, el que estaba al mando, se acercó al vehículo
para hablar con ellos.
– Os
espera una buena temporada a la sombra, muchachos –dijo sarcástico
–. A menos que colaboréis y nos ayudéis a encontrar a vuestro
socio traidor y recuperar los objetos robados.
Ted
quiso decirle la verdad, pero sabía que nadie iba a creer esa
historia. El policía, mientras, se inclinó para hablarles de una
forma mas confidencial.
– No
se que cerdada habréis hecho ahí arriba, pero me aseguraré de que
se sepa en la cárcel; veréis que recibimiento os dan vuestros
futuros compañeros.
Tras
decir esto, volvió a incorporarse y dio unos golpes en el techo. El
vehículo se puso en marcha y se alejó de la casa. En el asinto
trasero, Angus giró la cabeza hacia Ted y lo fulminó con la mirada.
– Todo
es por tu culpa, gilipollas –dijo en voz baja.
Ted no
respondió y se limitó a quedarse completamente quieto con la mirada
fija al frente. Sabía que su socio tenía razón.
Muy
lejos de allí, en una carretera bastante solitaria, un coche se
alejaba de la ciudad. Dentro de él iba aquella chica, aunque ya
parecía menos una adolescente. Vestía con una camiseta nlanca sin
mangas y unos ajustado vaqueros, llevaba puestas unas gafas de sol y
sus rubios cabellos estaban sueltos. En el maletero llevaba las dos
bolsas de viaje negras y en la guantera guardaba su pistola de dardos
tranquilizantes y la pistola de Ted.
Mientras
conducía, se encendió un cigarrillo y, tras dar una calada, sonrió
de manera maliciosa. Pisó mas fuerte el acelarador y el coche se
perdió en el paisaje por el que serpenteaba la carretera.
FIN