UNA SELECCIÓN DE MIS RELATOS MAS ATREVIDOS

martes, 29 de julio de 2014

JUSTICIERA




Llegué al cine con bastante antelación. Ya había gente en la sala, aunque poca. Me senté en una butaca cercana al pasillo central, mi sitio habitual, y esperé a que la película empezase mientras la gente iba llegando.
Todo el mundo iba acompañado, mientras yo iba sola. No me quedaba más remedio, puesto que ninguna de mis amigas me quiso acompañar, ya que a ellas no les gustan las películas de superheroes. Yo las quiero mucho, pero solo les gusta ver comedias románticas y esas mierdas de Crepúsculo, mientras yo disfruto más con películas llenas de acción y efectos especiales. Especialmente, las películas de superhéroes que tan de moda están últimamente; algo que me encanta, ya que he sido lectora de cómics desde mi más tierna infancia.
A mí lo de venir sola al cine no me importa, ni me siento un bicho raro por eso. De hecho, es lo único que hago sola, ya que las demás cosas –ir de fiesta, cenar, hacer actividades... –las suelo hacer con mis amigas, con quién estoy muy unida. Lo malo es que el grupo cada vez se hace más pequeño, ya que la mayoría de ellas tiene novio y algunas ya han pasado por el altar y, aunque tratan de seguir haciendo actividades con nosotras, cada vez tienen menos tiempo para el grupo. Yo no las culpo, la verdad, ya que ellas tienen su vida y yo no soy quién para decirles como vivirla; yo no soy como mi madre o mis tías.
Ellas no paran de darme la lata con lo de que busque novio y siente la cabeza ates de terminar muriendo sola. La cosa es peor desde que mi hermana, dos años más pequeña que yo, se casó hace unos meses y mi otra hermana, cuatro años más joven, se fue a vivir con su novio. En cambio, la mayor de las hermanas la relación más larga que ha tenido solo duró dos meses.
Yo prefiero no hacerles caso y vivir mi vida como siempre he querido.
Tengo 24 años, por lo que aún soy joven y me queda mucha vida por delante. Pese a la situación laboral del país, tengo un buen trabajo que me da independencia económica. Además, logré hacerme con un apartamento –no muy grande, pero si confortable –que me permite vivir sola y tener mi propia independencia.
Seguro que algún día encontraré al hombre de mi vida y terminaré sentando la cabeza; pero lo que tengo más seguro es que no voy a perder el tiempo buscándolo. De momento prefiero disfrutar de la vida con ligues de una noche, saliendo de marcha con mis amigas y yendo al cine a ver películas de acción.
Como esa noche.

Todo iba bien hasta que llegó ese imbécil.
A mí me encanta ir al cine, pero cada vez es más difícil disfrutarlo, ya que las salas casi siempre están llenas de idiotas que se pasan toda la película hablando fuerte, incordiando a todo el mundo y trasteando con el móvil. Y, para colmo, la gente del cine a penas suele hacer nada, ya que lo que quieren es tener la sala llena, aunque sea de imbéciles como aquel energúmeno.
Es comprensible que con una industria cinematográfica en plena crisis, los dueños de los cines quieran tener sus salas repletas. Pero lo único que están consiguiendo es que la poca gente que va a ver las películas cada vez acuda menos y prefieran verlas en el ordenador de su casa por muchas leyes que pongan contra la piratería.




Yo, de momento, prefiero ir a los últimos pases, donde hay menos gente y la sala es más fácil de controlar. Sin embargo, eso no impide que, de vez en cuando, se meta algún subnormal cuyo único cometido en la vida es hacer imposible la vida de los demás. Como ese capullo que, para mi desgracia, se sentó dos filas delante de mí; aunque, eso importaba poco, ya que se empeñó en que toda la sala supiera de su miserable existencia.
Se llamaba Bruno Barrios. Lo sé porque no paraba de decir cosas como: "A Bruno Barrios no le calla nadie", "Bruno Barrios hace lo que le sale de la punta de la minga", "Bruno Barrios tiene más cojones que todos vosotros juntos"... Había venido con su novia, quién parecía estar muy incómoda con la situación, pero no se atrevía a decirle nada. Era una chica joven, de apenas 20 años, muy bella. Yo sentía lástima por ella y no entendía por qué desperdiciaba su juventud con un orangután como ese.
El tipo debía tener 29 años y era un tío alto y musculoso, de los que pasan mucho tiempo en el gimnasio. Además, por su abtitud, no había duda de que era de los que buscaban pelea constantemente y estaba a la espera de que alguien en la sala le “alegrara” la noche.
El acomodador acudió una vez y casi se llevó un puñetazo. Antes de irse, le dijo que llamaría a la policía si no se comportaba, pero el tipo siguió incordiando sin que se presentara ni un solo agente uniformado; se ve que los dueños del cine no querían jaleo o pensaron que no valía la pena para un pase de última hora.
Cuando se apagaron por fin las luces y empezó la película tras unos cuantos anuncios y tráilers de otras películas, pensé que se calmaría un poco; pero nada más lejos de la realidad.
Ni los disparos, las explosiones o la fuerte banda sonora podían hacer nada contra los gritos y las risas de aquel chimpancé mientras los demás, impotentes, intentábamos ver como el último superhéroe de Marvel llevado a la gran pantalla intentaba salvar la Tierra. El tipo hasta se ponía de pié para celebrar entre aplausos y risas cuando había alguna muerte o algo saltaba por los aires. Y, cuando le llamaban al móvil –al que ni se molestó en poner en modo vibración –, no dudaba en contestar a voces.
Llevábamos media hora de película cuando hubo la primera reprimenda; o, más bien, intento de tal.
Un señor algo mayor que había ido a ver la película junto a su esposa le pidió amablemente que se comportara. La respuesta del energúmeno fue quitarle la tapa a su vaso de refresco extra-grande y derramar su contenido sobre la cabeza del hombre, quién se puso en pié inmediatamente y se marchó de la sala a toda prisa con su esposa de la mano. Mientras esto ocurría, la novia del salvaje se cubría el rostro con las manos avergonzada.
Ella cada vez me daba más lástima. No parecía mala chica y, desde luego, no se merecía estar con un orangután como ese. Estaría cegada por el amor. O puede que en ella si caló el discurso de "vas a morir sola" de su madre y, ante el temor de no poder encontrar un nuevo novio, no se atrevería a romper con él. Aunque, puede que la realidad fuese mucho peor y ese mal nacido la estuviera maltratando, lo que hizo que mí odio hacia él aumentara aún más.
Un odio que no paraba de crecer a marchas forzadas dentro de mí. Poco a poco notaba como la cólera se iba apoderando de mi mente. Mis uñas se clavaron en los reposabrazos de la butaca mientras la adrenalina fluía a borbotones por mi cuerpo.


Admito que no planeé lo que sucedió esa noche.
El tipo se levantó y le dijo a su novia que iba al baño con una voz tan alta que toda la sala se enteró.
Para salir de la sala por el pasillo central tenía que pasar junto a mí y, al hacerlo, me miró sin molestarse en disimular por si su novia estuviera viéndole. Me echó una rápida mirada de arriba a abajo y me guiñó un ojo mientras ponía su sonrisa más payasa. Aquello solo duró unos segundos, ya que el tipo no se detuvo y siguió su camino, pero me pareció muy repugnante e hizo que mi odio hacia él aumentase mucho más.
Era lo que me faltaba, había ligado sin quererlo con ese tío. Seguro que cuando volviera del servicio me tiraba los tejos y hasta me proponía hacer un trío con su novia –lo cual no me hubiera desagradadó del todo, ya que la chica era una belleza y no le hago ascos a las chicas cuando son muy guapas –.
A parte de que estoy de muy buen ver, esa noche estaba bastante sexy. Después de la película había quedado con mis amigas para salir de marcha y, de paso, buscar un chico con el que acabar esa noche de sábado en la cama y luego despacharlo al día siguiente. Así que me puse un provocativo vestido negro, tan ajustado como corto y escotado, me había maquillado más de lo habitual y llevaba mis largos cabellos castaños recogidos con un alfiler de pelo.
No me había arreglado así para ese mandril; aunque, seguro que él si lo creía. Y seguro que pensaba que yo estaba en ese cine buscando guerra. Por eso, acerqué mi mano al bolso con intención de buscar el spray de pimienta, no fuera que la cosa se pusiera fea.
Entonces, me di cuenta de algo. Me fijé en el resto de la gente del cine, totalmente pendiente de la película, tratando de aprovechar esos minutos de paz que ahora tenían. Paz que se volvería a romper cuando ese engendro de Atapuerca regresase. Toda esa gente había pagado por ver esa película, como yo, y se lo estaban impidiendo. Cierto que no hacían nada por evitarlo –salvo aquel pobre hombre que se ganó una ducha gratis –, pero tampoco estaban haciendo nada la gente del cine, quienes se suponía que eran la autoridad en ese sitio.
No podía permitir que aquella situación se alargara por más tiempo. Debía hacer algo y debía hacerlo cuanto antes.






Juro que no planeé lo que ocurrió después; de hecho, creo que en esos momentos ni tan siquiera pensaba; al menos, no con la cabeza.
El caso es que me levanté y salí de la sala. Fuera, solo estaban el acomodador y la chica del puesto de palomitas charlando. El acomodador dejó un momento la conversación para mirarme mientras cruzaba la estancia y me metía en el servicio de chicas. Los dos siguieron conversando sin percatarse que yo salía del servicio de las chicas y, disimuladamente, me metía en el de los chicos.
Dentro, solo estaba el mandril, quién en esos momentos me daba la espalda mientras meaba en uno de los urinarios de pared al tiempo que silbaba una cancioncilla. Cuando se dio la vuelta mientras se subía la cremallera del pantalón se sorprendió al verme frente a él, apoyando la espalda en el marco de la puerta de forma sexy mientras le miraba con una mirada felina acompañada de una sonrisa maliciosa.
El tipo, rápidamente, cambió su sonrisa payasa por una sonrisa de zorro.
- Lo sabía... –alardeó.
Yo no dije nada, me limité a avanzar hacia él, le rodee el cuello con mis brazos y le besé apasionadamente en los labios metiéndole la lengua hasta la traquea. Después, le arrastré hacia uno de los wateres y le senté en uno de los retretes mientras cerraba la puerta.
Una vez seguros en ese estrecho compartimento de paredes de madera, me senté encima de él y volví a besarle apasionadamente mientras notaba sus duras manos sobandome las tetas por encima del vestido. Luego le abrí la camisa en plan Superman y me puse a lamer su duro, peludo y tatuado torso. Empecé por arriba y, poco a poco, fue bajando hacia abajo.
- Eso es, zorra. Se nota que sabes el oficio... –fue lo que berborreó cuando me vio ponerme de rodillas y desabrocharle los pantalones mientras le miraba ardientemente.
Cuando vi aquella enorme verga emerger ante mí, pensé que, tal vez, había pasado por alto otra razón de por qué aquella pobre chica estaba con ese capullo. Yo había visto pollas más grandes –me lo he montado con negros y todo –, pero admito que no pude evitar impresionarme ante la visión de aquella gigantesca tranca. Aún así, no dejé que aquello nublara mi odio hacia él ni, mucho menos, olvidar mi objetivo.
Masageé un poco aquella verga con mis dedos y le di unas cuantas lamidas antes de metérmela entera en la boca y mostrarle a ese gilipollas lo que mi boca y mi lengua son capaces de hacer. Él, mientras, recostado sobre el tubo de la cisterna, se moría de gozo mientras sus últimas defensa caían del todo.


Había llegado el momento. El tipo se había abandonado completamente al placer y, en esos momentos ya no había nada en su cabeza que no fuera follar conmigo.
Vi que había llegado el momento; pero, aún así, debía de ser cuidadosa.
Me puse en pié frente a él y lo primero que hice fue quitarme los tirantes del vestido y bajármelo un poco dejando mis tetas al descubierto, las cuales él devoró con la mirada mientras se relamía. Después, de forma muy sensual, me quité las bragas y se las lancé a la cara; él, creyendo que eran un regalo, se las guardó en el bolsillo.
Por último, me quité el alfiler, dejando libres mis cabellos castaños, y lo dejé sobre el dispensador de papel higiénico antes de sentarme encima de él, meterme su gran verga y empezar a cabalgarle.
Corría un gran riesgo al no utilizar un condón –llevaba unos cuantos en el bolso, como siempre, pero me  lo había dejado en la sala -, pero eso no importaba, porque el tipo no llegó a correrse.
En plenas embestidas, alargué disimuladamente una mano hacia el dispensador de papel higiénico y agarré el alfiler de pelo. Él no lo vio venir en ningún momento, estaba demasiado ocupado disfrutando del momento. Su ojos y su boca, por la que empezó a brotar sangre, se abrieron mucho cuando sintió el alfiler atravesando su cuello.
Yo me levanté inmediatamente y retrocedí unos pasos, alejándome de él hasta que mi espalda se dio con la pared. Desde ahí vi como moría; jamás olvidaré la expresión de su rostro y sus ojos clavados en mí.
Salí corriendo del compartimento en dirección al lavabo, donde me limpié la sangre que me había salpicado mientras rezaba porque nadie entrara en esos momentos. Después, volví a entrar en el compartirmento y volví a cerrar la puerta. Me volví a colocar el vestido y me volví a poner las bragas tras volver a sacarlas con mucho cuidado del bolsillo donde se las había guardado.
También con mucho con cuidado saqué el alfiler de su cuello y salí de nuevo del compartimento; pero no por la puerta, la cual me convenía que estuviera cerrada, sino por el hueco de debajo que daba a uno de los compartimentos de al lado. Allí limpié un poco la sangre del alfiler con un trozo de papel higiénico que luego arrojé al water antes de tirar de la cadena.





Con otro trozo de papel limpié los sitios que había tocado para borrar mis huellas dactilares, como hacen en las películas, y me dispuse a irme de allí, puesto que corría un gran peligro en ese sitio. Fuera, el acomodador y la chica de las palomitas ya no charlaban. En lugar de eso, se estaban dando el lote; así que lo tuve más fácil para colarme en el servicio de chicas sin ser vista.
Por suerte, ese servicio también estaba vacío, lo cual aproveché para lavar los restos de sangre del alfiler y volví a recogerme el pelo con él. Me miré por si me quedaba algún resto de sangre o algo que pudiera delatarme, y me dispuse a irme.
Salí del servicio haciendo bastante ruido para llamar la atención del acomodador y la chica de las palomitas, quienes darían por hecho que había estado todo el tiempo en el servicio de chicas.
Regresé a la sala y me volví a sentaren mi sitio. Dentro, nadie echaba de menos a ese cabrón y todos veían la película tranquilamente; incluso su novia.
Yo, en cambio, apenas me enteré de lo que pasaba en la pantalla. Poco a poco, mi mente empezó a asimilar de verdad lo que había hecho y mi cuerpo se estremeció.
Acababa de matar a un hombre, me había convertido en una asesina.



Cuando la película terminó, salí de la sala muerta de miedo.
Fuera no parecía pasar nada, no había policías ni nada por el estilo; era evidente que aún no habían encontrado el cadáver. Sin embargo, era cuestión de tiempo que lo descubrieran, ya que algunos tipos que salían de la sala se metieron en el servicio y la novia se encontraba junto a la puerta extrañada.
Yo aumenté la marcha, mirando el reloj disimuladamente para que la gente con la que me tropezaba creyera que se me había hecho tarde y por eso corría.
Estaba unos metros alejándome del cine cuando escuché aquel atronador grito de mujer que se me clavó en lo más hondo. No me detuve ni miré atrás y me alejé de allí en el primer taxi que puede coger.
Regresé a mi apartamento, donde llamé a mis amigas anulando la cita, ya que no tenía ganas de salir. Luego me di una ducha y me metí en la cama, debía ser el primer sábado noche en mucho tiempo en que me iba pronto a la cama sin compañía.
Sin embargo, no pegué ojo en toda la noche. No me quitaba de la cabeza la imagen de Bruno Barrios sentado en aquel water con mi alfiler de pelo clavado en el cuello. Al miedo a ser descubierta se unió el remordimiento. Puede que aquel tipo fuera un capullo, pero era un ser humano después de todo.
¿Y si el tipo no era tan malo como pensaba? ¿Y si a pesar de comportarse como un gilipollas en el cine luego era una buena persona? Si, le puso los cuernos a su novia conmigo, pero yo le había animado colándome en el baño de chicos para ponerle cachondo. Hasta puede que la pareja estuviera en crisis y de ahí la aptitud de ambos en el cine.
Todas esas preguntas, y muchas más, rondaron mi mente durante el resto de la noche.
Al día siguiente, mi cabeza seguía hecha un lío mientras todo el tiempo tenía el temor a que la puerta se echara abajo en cualquier momento irrumpiendo la policía por ella.
Mientras intentaba desayunar, no paraba de mirar el teléfono con la idea de llamar a la policía y entregarme. Destruiría así mi vida, esta vida que tanto me gustaba y que yo misma me había ganado; pero sería hacer lo correcto.
Estuve a punto de levantarme para coger el teléfono cuando este sonó. Estremecida y con un nudo en la garganta, descolgué y, lentamente, me llevé el auricular al oído.
- ¿Estás viendo la tele? –sonó la voz de Celia, mi mejor amiga, al otro lado –. Están hablando del cine al que sueles ir. Dicen que se produjo un asesinato anoche, cuando estabas tú. ¿No viste nada?
- No... no… Me fui de allí corriendo porque me encontraba mal. Recuerda.
- Ah, sí. Te echamos de menos anoche; menudos maromos te perdiste. Pero, volviendo a lo del cine, será mejor que lo veas tú misma, está en todos los telediarios. Te dejo porque no me lo quiero perder. Nos vemos.
Se oyó el click de colgar al otro lado y yo corrí a encender la Tv; siempre suelo ponerla por las mañanas, pero ese día no estaba de humor.
Tal y como Celia me dijo, todas las cadenas hablaban del asesinato de anoche, el que yo cometí y al que se referían como un "ajuste de cuentas". Pues resulta que Bruno Barrios no solo era un energúmeno y un mal novio, también era un criminal y un auténtico hijo de puta.
Desde que encontraron el cadáver anoche en los servicios del cine se montó un auténtico circo mediático que había durado toda la noche y al que mucha gente acudió; muchos de ellos, gente que conocía a la víctima y hablaron de él a los medios con todo lujo de detalles.
El tipo tenía un amplio historial como matón y camello, con una gran cantidad de delitos de extorsión y narcotráfico a sus espaldas y hasta alguna que otra violación; delitos de los que solía salir impune gracias a que su padre era un importante abogado y siempre le sacaba las castañas del fuego. De ahí que se comportara como un orangután en los sitios públicos, ya que sabía de sobras que no le iba a pasar nada.
Además, no iba mal encaminada cuando pensé que era un maltratador, ya que una amiga de la novia fue entrevistada y lo contó a los medios y, días después, la chica acudió a uno de esos programas de sucesos donde relató cosas terribles, ya que a las numerosas palizas y vejaciones que sufría constantemente, había que unir las veces en las que el muy cabrón se la dejaba a sus amigos para que se divirtieran con ella mientras él miraba o la obligaba a mirar cuando se follaba a otras.
Los pocos remordimientos que me quedaban desaparecieron al instante y por primera vez me alegré de lo que había hecho; incluso llegué a pensar que hasta le había hecho un favor a la sociedad quitando del medio a ese mal nacido.
Lo único que me preocupaba era ser descubierta.


Aquel circo mediático duró varios días y fue la comidilla en toda la ciudad; y todo el país.
Finalmente, la policía archivó las pruebas y cerró el caso, dando por hecho que todo había sido un ajuste de cuentas, ya que ese tipo estaba relacionado con una peligrosa banda de narcotraficantes colombianos que, en esos momentos, estaban en guerra con una banda rival. Incluso el padre dio por hecho que a su hijo lo habían matado unos narcotraficantes, ya que hizo unas declaraciones en la prensa afirmando que no iba a parar hasta hundir esa organización.
Asombrada, me di cuenta que me había librado.
Hasta entonces, lo único que tenía era miedo de que me descubrieran, ya que los remordimientos cesaron cuando supe de que calaña era aquel tipo. Ahora, ese miedo había desaparecido. Podía volver a mi vida.
Pero, ¿Quería volver a mi antigua vida?
Mirándome al espejo del cuarto de baño tras darme una ducha, empecé a analizar lo que había hecho y lo que también podía hacer.


Mientras os cuento esto, han pasado cinco años de lo ocurrido.
Sigo viviendo mi vida como antes. Salgo de marcha con mis amigas, follo con ligues de una noche y voy al cine sola a ver películas de acción. A los ojos de mi familia, mis amigas y del resto del mundo, soy la misma de siempre.
Pero, nadie sabe, ni se imagina, lo mucho que he cambiado y desconocen por completo que ahora tengo una doble vida.
Bruno Barrios solo fue el primero. Decidí aprender artes marciales, a manejar armas –tanto blancas como de fuego –, todo tipo de tácticas militares de combate y guerrilla urbana e, incluso, aprendí acrobacias de circo y trucos de magia, de esos en los que desapareces en una nube de humo y todo eso.
Dado que no tengo la pasta de Bruce Wayne, tengo que financiarme de la misma forma que hacía Blade, robándoles a mis presas todo lo de valor que lleven encima y, como la mayoría son gente con pasta, en poco tiempo saqué lo suficiente para hacerme con un almacén abandonado y un arsenal de armas y demás artilugios que me ayuden en mi cruzada.
Es allí donde estoy ahora mismo.
Acabo de hablar por teléfono con Celia. Dice que ha conocido un chico y se muere de ganas por presentármelo; para mí que quiere que nos montemos otro trío. Hemos quedado para dentro de tres horas, tiempo de sobra para ir a visitar a mi próxima víctima: un importante traficante de armas de visita en mi país.
Parece un trabajo difícil, pero va a ser más fácil de lo esperado. Llevo una semana observando el chalet de lujo donde se hospeda y tengo su seguridad bien chequeada. Además, me hice con unos planos del edificio en el mercado negro.
Precisamente, les estoy echando un último vistazo dentro de una habitación que antaño fue un despacho cuyas paredes tengo decoradas con recortes de periódicos que hablan de asesinos, violadores, narcotraficantes y demás escoria que han aparecido asesinados estos últimos años sin que la policía de con la pista del culpable. Aunque, la verdad es que a penas se esfuerzan, ya que no les interesa mucho atrapar a quién les está haciendo el trabajo sucio. Yo lo sé porque uno de mis amigos con derecho a roce es policía y le gusta mucho hablar en la cama.
Eché un vistazo a mi reloj.  Tenía tres horas para entrar en el chalet, llegar hasta el dormitorio del traficante de armas, encargarme de él, salir de allí sin ser vista y llegar a tiempo a la cita con Celia.
Sabía que podía hacerlo, ya que lo había hecho otras veces; y cada vez estaba mejorando. En mi primer año cometí varios errores y más de una vez estuvieron a punto de costarme la vida. Pero siempre lograba escapar, aunque fuera por pura suerte y, además, me han servido para mejorar, ya que desde muy pequeña siempre aprendí de mis errores.
Ahora me dispongo a salir de caza. Me he puesto mi habitual traje de cuero negro ajustado, he cubierto mis largos cabellos castaños con una peluca en forma de melena negra, me he puesto unas enormes gafas de sol que cubren la mitad de mi rostro y he cogido una pistola automática con silenciador, una pequeña Uzi por si las cosas se tuercen y me tengo que enfrentar a su ejército de guardaespaldas, varios cuchillos arrojadizos y algunos artilugios, todos guardados en una pequeña mochila negra.
Ya estoy preparada para salir de caza esta noche.








FIN






miércoles, 21 de mayo de 2014

LA DEUDA PAGADA






El coche se detuvo en el callejón. Muy seria, Marta apagó el motor y se quedó mirando a través de sus gafas de sol la puerta verde que había delante sin despegar las manos del volante. A su lado, sentado en el asiento del copiloto, Carlos no paraba de mirarla, también muy serio.
- ¿Estás segura de que quieres hacer esto…? –le preguntó.
La chica respondió agitando la cabeza en señal de afirmación sin despegar los ojos de la puerta verde.
- Aún estás a tiempo –insistió él –. No tienes por qué hacerlo si no quieres…
- Ya lo hemos hablado –replicó ella –. No hay otra opción.
- Si la hay. Habla con tus padres. Puedes convencerles de que te presten más dinero.
- Ya les he pedido demasiado estos años. Es hora de que dejen de sacarme las castañas del fuego para que pueda sacártelas a ti.
Tras una pequeña pausa incómoda, el chico posó una de sus manos sobre el hombro de la chica.
- No te preocupes… –dijo con voz entrecortada –. Te lo compensaré. Esta es la última vez, te lo juro…
- Ojalá pudiera creerte… –replicó ella de forma seca.
- Esta vez es verdad. Créeme…
La chica respiró hondo antes de contestar.
- Primero terminemos con esto cuanto antes…
Abrió la puerta y salió del vehículo. Carlos la imitó. Tras cerrar el coche con el control remoto se encaminó hacia la puerta seguida por su novio, quién no podía creerse lo que ella estaba dispuesta a hacer para ayudarle. No había duda de que estaba ciegamente enamorada de él.






Como muchas otras veces, le había jurado a Marta que dejaría de apostar en los partidos de futbol. Pero, era una promesa imposible de cumplir. Más aún en un partido como aquel, donde todo el mundo daba por hecho de que ganaría el equipo local ante un equipo que llevaba toda la temporada perdiendo fuera de casa. No podía perder.
El problema era que no tenía dinero con el que apostar. Su sueldo siempre se iba en pagar otras deudas y Marta había cancelado la cuenta conjunta y abierto una propia para proteger lo que quedaba de sus ahorros. Ninguno de los pocos amigos que le quedaban se fiaba ya de él; lo mismo que sus padres y, mucho menos, los padres de Marta.
Así que, cuando un compañero del trabajo le habló de aquellos prestamistas de los que nunca había oído hablar, no dudó en llamarles. Los tipos le prestaron encantados la gran suma que necesitaba para cubrir la apuesta, pero desde el primer momento le dejaron claro lo que le harían si no se lo devolvía antes de plazo fijado. Según le contó su compañero de trabajo, aquellos tipos no eran de romper pulgares, si no de romper brazos y piernas directamente. Era una locura endeudarse con esa gente, pero su corazonada era demasiado grande y la tentación de apostar era aún mucho mayor.
Y, al final, ocurrió lo de siempre. El equipo que no ganaba nunca fuera de casa al final ganó el partido en el último momento. Hubo cierta ayudaarbitral, pero eso importaba poco a los prestamistas, quienes le reclamaban una enorme suma de dinero que no podía pagar.
Intentó por todos los medios conseguir la pasta, pero le fue imposible. Así que, solo unos días antes de que terminara el plazo, llamó a los tipos para pedirles más tiempo. Y, como era de esperar, se negaron en redondo.
No le quedó más remedio que rebajarse y suplicarles y, para su sorpresa, los tipos no le ofrecieron más tiempo, sino cancelar la deuda a cambio de algo. El problema radicaba en que ese algo era Marta.
Por lo visto, a esos tipos les gustaba investigar a la gente con la que hacían tratos y de alguna manera habían conocido a su novia y esta les gustaba bastante. Él no dio crédito cuando la voz al otro lado del teléfono se lo dijo.
- ¡¿Qué?! –preguntó estupefacto –Esto debe ser una broma…
- Nosotros no bromeamos –le respondió la voz del teléfono –. Solo serán unas horas. No te preocupes, no le haremos daño; pero tendrá que prestarse a hacer todo lo que queramos sin rechistar. Si consigues que tu chica acceda, la deuda quedará completamente saldada. De lo contrario, atente a las consecuencias.
Él no podía creer lo que oía, pero no le quedaba más remedio. Si no conseguía que Marta accediera a prestarse a ese sucio juego, se exponía a pasar una larga temporada en el hospital. El dolor físico era algo que siempre le había aterrado. Desde muy joven siempre evitó las peleas y su forma física no era la más adecuada para pelear; los amigos de Marta siempre bromeaban con que ella tenía más músculos que él.
Cuando se lo pidió a Marta, la reacción de ella era la esperaba. Entre rabia y llantos le echó de su apartamento y le dijo que no quería volver a verle. Pero, al día siguiente, le llamó al móvil citándole en un café y, para su sorpresa, ella accedió.
- No me hace ninguna gracia –dijo ella mientras lo miraba con los ojos aún rojos de llorar –, pero anoche lo estuve consultando con la almohada y no puedo dejarte en la estacada en este momento. No podría soportar que te hicieran daño.
Él no se lo podía creer. Sabía que ella estaba tan enamorada de él como para perdonarle en las muchas crisis que tuvieron a causas de sus problemas con el juego, pero jamás pensó que lo estuviera tanto como para sacrificarse de esa manera.


Marta llamó a la puerta con los nudillos y, tras unos segundos –que se hicieron tan largos como horas –, la puerta se abrió, apareciendo tras ella uno de los dos prestamistas.
Era un tipo negro, de piel muy oscura y muy alto. Vestía con unos anchos pantalones deportivos y una camiseta blanca sin mangas con la que lucía unos musculosos brazos, fruto de pasarse muchas horas en el gimnasio. Debía tener entre 27 y 29 años, su cabeza estaba muy rapada y tenía barba de varios días.
El tipo miró a la chica de arriba abajo y sonrió como un zorro al comprobar que habían hecho un buen trato.
Marta era todo un regalo para la vista. Una preciosidad de 24 años, de largos cabellos castaños, piel color marfil y un escultural y voluptuoso cuerpo embutido en una ajustada blusa color celeste, escotada y sin magas, y una falda blanca muy corta con la que lucía dos imponentes piernas.
- Pasad. Mi hermano está esperando dentro…
Se hizo a un lado y Marta y Carlos pasaron dentro.
Aunque, por fuera, el edificio parecía un lugar abandonado y en ruinas, por dentro era un lugar bastante acogedor que apenas se diferenciaba de su apartamento. Los dos jóvenes fueron llevados a una sala de estar bastante enorme, aunque con pocos muebles. Tan solo había una gran Tv-de plasma frente a la cual había un gran sofá y algunos sillones alrededor. Además, en una de las esquinas había una minibarra de bar.
Sentado en medio del sofá se encontraba el otro moreno, que apenas se diferenciaba de su hermano; seguramente, serían gemelos. Vestía unos pantalones cortos de jugar a baloncesto, aunque este no llevaba camiseta e iba a pecho descubierto, dejando ver un peludo torso lleno de músculos y tatuajes.
El tipo se puso en píe y también sonrió como un zorro al ver a la chica.
- Bien… –dijo mientras miraba a la chica de arriba abajo y su sonrisa se volvía más perversa –Veo que has cumplido. Ahora falta ver si ella cumple también.
Sintiendo las lascivas miradas de los dos negros recorriendo su cuerpo, la chica empezó a cubrirse vergonzosamente con los brazos, como si estuviera desnuda.
- Haré todo lo que queráis –dijo con voz temblorosa –. Pero debéis cancelar la deuda…
- Aquí las órdenes las damos nosotros, preciosa –se acercó más a ella –. Las reglas son muy claras. Hasta que mi hermano y yo quedemos satisfechos, harás todo lo que digamos y te prestarás a todo lo que queramos. Si te niegas a cualquier cosa o te echas atrás en el último momento, romperemos el trato y la deuda seguirá en píe con todas sus consecuencias. ¿Entendido…?
La joven asintió con la cabeza y el moreno se volvió hacia Carlos.
- Tú te sentarás ahí –señaló a la minibarra –y disfrutarás del espectáculo. Puedes hacer lo que quieras, taparte los ojos o disfrutar del espectáculo mientras te haces una paja. Me da igual. Pero, si nos interrumpes o nos cortas el rollo, ya sabes lo que te toca. ¿Entendido?
Tembloroso, Carlos asintió a pesar de sentir deseos de escupirle a la cara, agarrar a Marta por un brazo y sacarla de allí a rastras. Pero tuvo que conformarse con agachar la cabeza y sentarse en uno de los taburetes de la minibarra.
Los dos morenos, mientras, comenzaron a girar alrededor de Marta como si fueran dos lobos acechando a una presa herida.
- Si te sirve de consuelo, pequeña –dijo uno de ellos –. No eres la única que ha estado donde estás tú ahora. Otras lo han hecho y se han ido tranquilamente a casa con sus respectivas deudas pagadas una vez cumplen su parte del trato. Así que ya lo sabes, preciosa, por el bien de tu novio, mas te vale que quedemos  muy contentos.






Marta tragó saliva y se puso en una posición que indicaba claramente que podían hacer con ella lo que quisieran. Entonces, los lobos saltaron sobre su presa.
La chica quedó rápidamente emparedada entre aquellos dos enormes cuerpos oscuros. Ambos la besaron compulsivamente en la boca y luego empezaron a recorren su cuello y sus mejillas con sus bocas y sus lenguas mientras sus gigantescas manos toqueteaban todo su cuerpo por encima y por debajo de la ropa.
Todo ello ante los ojos de Carlos, quién observaba impotente la escena.

Tras un pequeño rato magreando a la joven, uno de ellos le indicó que se pusiera de rodillas. Ella obedeció y los dos tipos se colocaron frente a ella. Casi a la vez, se bajaron los pantalones y dos mastodónticas vergas emergieron frente al rostro de la chica, quién las miró boquiabierta.
- Si, preciosa –dijo uno de ellos –. El mito es cierto. Ahora ya sabes lo que tienes que hacer…
Efectivamente, Marta lo sabía muy bien. Así que agarró ambos miembros con sus suaves y pálidas manos. Primero se metió una en la boca y, tras un pequeño rato, se metió la otra y así se fue turnando con mamadas cada vez más largas. Los dos tipos, mientras, gozaban.
- Eso es… –dijo uno de ellos –Esta zorra lo hace genial…
- Estas tías van de recatadas pero, en realidad, son unas zorras… –dijo el otro, quién giró su cabeza y miró a Carlos –. No veas la suerte que tienes…
El chico sintió una rabia tremenda. Aunque, no pudo evitar sentirse excitado por esa escena.
Además, le sorprendió lo bien que se le estaba dando a su novia hacer aquello cuando el sexo oral no era algo que no solían practicar muy a menudo.


Completamente desnudos, los dos tipos se sentaron en el sofá con sus enormes vergas, muy empalmadas y empapadas en la saliva de Marta, apuntando al techo.
Siguiendo las indicaciones que le habían dado poco antes, Marta se colocó frente a ellos y, lenta y sensualmente, se fue quitando la ropa hasta quedar completamente desnuda. Después, se arrodilló frente al sofá y, como si adivinara sus intenciones, agarró la verga de uno de ellos, se la metió entre sus grandes tetas y le hizo una paja cubana. Después repitió la misma operación con el otro.
Luego, uno de ellos se puso en píe, la agarró y la tumbó boca arriba sobre el sofá, abrió mucho sus piernas y hundió su cabeza entre los muslos de la chica, la cual empezó a gemir de placer al sentir la lengua del tipo penetrando en ella. Aunque, pronto sus gemidos se vieron apagados cuando el otro moreno se colocó encima de su cabeza y le metió su gran aparato en la boca mientras esperaba ansioso su turno.
Los dos hermanos se fueron turnando durante un rato hasta que, finalmente, había llegado el momento que tanto ansiaban y uno de los dos se colocó encima de la chica.




Marta abrió mucho los ojos y la boca, de la que salió un enorme alarido, mezcla de dolor y placer, al sentir aquella cosa enorme y dura penetrándola. Los tipos le habían dejado la entrepierna muy lubricada pero, aún así, aquella verga era demasiado grande.
El tipo se tiró un buen rato montándola mientras su hermano, de píe junto a ellos, observaba la escena masturbándose hasta que le tocó el turno. Aunque, en lugar de montarla, se tumbó boca arriba y la chica se sentó sobre él y empezó a cabalgarle, lo cual aprovechó el otro para sobar a la chica en medio de las cabalgadas.
Tras un rato turnándose para follarla, vieron que llegó el momento de subir la fiesta a un nivel mayor y la colocaron a cuatro patas sobre el enmoquetado suelo. Los gritos de la chica fueron aún mayores y sus ojos parecía que se iban a salir de las órbitas al sentir aquellas enormes vergas perforando su ano.
Carlos, que nunca había tenido ese privilegio con su novia, observaba la escena entre excitado e indignado.


Tras un buen rato turnándose para encularla, los morenos decidieron dejar de lado los turnos y follarse a la chica a la vez. Tumbado boca arriba en el sofá, uno de ellos follaba a la chica, que estaba tumbada encima de él boca abajo, mientras el otro, tumbado también boca abajo sobre la chica, la enculaba.
Emparedada entre esos dos cuerpos oscuros, como si de la crema de una galleta Oreo se tratase, la chica reemplazó sus gemidos mezcla de dolor y placer por alaridos enormes que inundaron toda la habitación y, seguramente, todo el edificio.



Había llegado ya el final.
Los dos morenos habían resistido una barbaridad –Carlos llegó a creer que no eran humanos –, pero ya no podían más; sus vergas iban a estallar en cualquier momento y no podían permitirse dejar preñada a una chica blanca.
Rápidamente, se pusieron de píe y encañonaron con sus aparatos a la chica, que se encontraba tumbada boca arriba en el sofá exhausta y sudorosa. Las vergas reventaron y, como si de dos mangueras se tratasen, vomitaron semen sobre el cuerpo y la cara de la chica, dejándola completamente empapada.
Exhaustos, sudorosos y entre jadeos de cansancio, los dos tipos se miraron, sonrieron y chocaron sus manos en plan colegas.
Carlos, al ver que todo había terminado, se acercó a ellos.
- Bueno, ya habéis quedado satisfechos. Ahora debéis cancelar la deuda.
Entonces, para sorpresa del chico, los dos morenos empezaron a reírse con grandes carcajadas. La perplejidad de Carlos aumentó cuando Marta se incorporó y también empezó a reír.
- Como te lo has tragado todo, pardillo –dijo uno de ellos entre risas.
- Si, parece que no se nos da mal lo de actuar –dijo el otro, también entre risas –. Deberían darnos el oscar.
Carlos empezó a mostrarse molesto.
- ¿Se puede saber que está pasando aquí? –bramó.
Las risas empezaron a apagarse. Marta, completamente desnuda y cubierta de sudor y semen, se puso seria, se levantó del sofá, colocándose entre los dos morenos.
- Permite que te presente. Son Héctor y Narciso. Trabajan de monitores en el gimnasio al que voy y somos muy buenos amigos.
- Y ahora algo más… –dijo uno de ellos con una sonrisa de complicidad.
Carlos abrió los ojos como platos.
- No… No son prestamistas…
Marta negó con la cabeza.
- De hecho, el dinero que te prestaron era mío y es a mí a quién se lo tienes que devolver. Pero, tranquilo, te daré más tiempo. En tu nueva situación te va a ser difícil hacer frente a una deuda tan grande.
- ¿A qué te refieres…?
Marta lo miró fijamente antes de contestar.
- Para tu información. Todo este numerito es una forma original de decirte que te estoy mandando a la mierda. Ya no quiero volver a verte más. Ni te molestes en volver a mi apartamento, ahora mismo están cambiando las cerraduras y sacando tus cosas; uno de los pocos amigos que aún te quedan, el que se ofreció a ayudarme con esto, se ha ofrecido a guardártelas por un tiempo en su trastero.
Carlos no daba crédito a lo que oía. Por un momento, creyó que estaba soñando.
- Pero ¿por qué…? –dijo con voz temblorosa –. Pensaba que me querías…
- Si, te quería mucho. Tanto que estaba dispuesta a tolerar tus continuos problemas con las apuestas. Pero lo que no voy a tolerar es que, encima, te folles a tus compañeras de trabajo.
Carlos se quedó paralizado, sin atreverse a mover un solo músculo. No sabía cómo, pero Marta había descubierto su “otro gran vicio”.  Él estaba enamorado de Marta, pero nunca le gustó la vida monógama.
- Tú lo sabías…
Marta asintió.
- Lo descubrí hace un mes, cuando volví antes de lo previsto de aquel viaje a Londres en el que estuve por trabajo.
- Pero… Si lo descubriste hace un mes, ¿por qué has seguido siendo mi novia hasta ahora…? ¿y por qué has organizado todo esto?
Marta sonrió maliciosamente.
- Porque no te merecías solo que rompiera contigo. Tenía que tomarme mi venganza. Y ellos –señaló a los morenos –se ofrecieron a ayudarme.  Siempre solían tirarme los tejos en el gimnasio y más de una vez me propusieron montarnos un trío. La idea me atraía, no te voy a mentir, pero mi amor por ti siempre me había frenado hasta ahora. Pero, en cuanto supe lo cabrón que eras, no dudé en aceptar cuando volvieron a proponérnoslo.
Carlos volvió a abrir los ojos como platos.
- Ya habéis hecho esto otras veces…
- No lo sabes tú bien… –dijo uno de los morenos irónicamente.
- Llevamos viéndonos desde hace dos semanas –continuó Marta –. Este suele ser nuestro picadero; pero creo que no lo vamos a necesitar más ahora que mi apartamento va a quedar libre.
Carlos se quedó atónito. A pesar de sus continuas infidelidades, se sintió traicionado y un fuerte sentimiento de rabia creció en él.
- ¡Eres una zorra!
Se abalanzó sobre Marta con intención de golpearla, pero los dos morenos se colocaron frente a él cortándole el paso. Carlos estaba tan ciego de rabia que olvidó que era más débil que aquellos tipos y descargó un puñetazo contra el estómago de uno de ellos. Pero el puño chocó contra un vientre tan duro que parecía un muro de hormigón y el chico creyó que se había roto la mano. Automáticamente, cayó al suelo frotándose la mano y quejándose de dolor.
Marta meneó la cabeza.
- Eres patético –miró a los morenos –. Me voy a dar una ducha, vosotros acompañarle a la salida.
- A la orden –dijo uno de los morenos con una maliciosa sonrisa. Luego le hizo una señal al otro, quién levantó a Carlos cogiéndole de un brazo y empezó a arrastrarle hacia la salida.
- ¡Marta! ¡Por favor! –suplicó mientras le arrastraban –. Todavía te quiero… Dame otra oportunidad… Esta vez no te fallaré…
Marta se quedó unos segundos pensativa.
-Esperad –dijo Marta bruscamente.
Los dos morenos, perplejos, se detuvieron a pocos centímetros de la puerta, pero sin soltar a Carlos.
Todos miraron a Marta, que fue hacia su bolso, el cual había dejado sobre uno de los sillones. De él sacó un billete y fue hacia donde estaba el que había sido su novio.
- Toma –le dijo a Carlos mientras le entregaba el billete –. Para que puedas tomar un taxi, ya que no pienso llevarte de vuelta en mi coche.
Acto seguido, le hizo un gesto a sus amigos y estos salieron de la habitación llevando a Carlos a rastras, quién seguía gritando y suplicando; súplicas que cayeron en saco roto.


Fuera, la puerta verde se abrió y Carlos salió despedido varios metros. Desde el suelo, miró a la puerta, donde los dos morenos lo miraban sonrientes.
- Ahora lárgate, escoria –dijo uno de ellos.
- Y más te vale mantenerte alejado de Marta. Porque, entonces, iremos a por ti y no seremos tan delicados.
La puerta verde se cerró y Carlos se quedó solo en el callejón. Derrotado, no le quedó más remedio que irse de allí cabizbajo.



EPÍLOGO



Un buen rato después, uno de los morenos, aún desnudo, veía la Tv acomodado en el sofá. Mientras el otro, también desnudo, se preparaba dos Martinis en la minibarra.
Marta salió del cuarto de baño con su empapado cuerpo envuelto en una toalla mientras con otra más pequeña se secaba el pelo. Fue a la barra y el moreno le entregó uno de los Martinis.
- Gracias –dijo mientras cogía la copa, a la que dio un sorbo antes de continuar –. ¿Habéis recuperado ya fuerzas…?
El moreno asintió.
- Listos para otro asalto. ¿Cuándo empezamos…?
- En cuanto llegue.
- ¿Crees que vendrá…? –preguntó el otro moreno mientras se levantaba del sofá apagando la Tv con el mando a distancia.
- Más le vale.
Uno de los morenos no parecía muy conforme.
- ¿Crees que es necesario? Ya te has vengado de tu ex. Y ella no es la única chica con quién te engañó.
- Lo sé. Pero la vi follando con él sobre mi cama y oí como se burlaba de mí; incluso me llamó pardilla. Pues bien, veremos quién es ahora la pardilla.
Unos golpes sonaron en la puerta en esos momentos y los dos morenos se pusieron sus pantalones casi al instante. Uno de ellos fue a abrir y a los pocos segundos entró en la habitación acompañado de una preciosa joven de 20 años, de largos cabellos rubios y figura esbelta que lucía con un ajustado vestido rosa.
La chica, muy nerviosa y algo asustada, miró de reojo a los dos morenos y luego fue hacia Marta, quién la miraba con una maliciosa sonrisa.
- Veo que has venido…
- No me queda más remedio –dijo la chica resignada –. Si no pago el alquiler mañana me echan de mi piso y estoy sin blanca.
- No debiste haberle prestado todo ese dinero a Carlos. Siempre jura que te lo devolverá, pero jamás vuelves a verlo.
La chica la miró con un brillo en los ojos.
- Me dijo que iba a romper contigo…
- Pues he sido yo quién ha roto con él. Así que ya es todo tuyo.
- Ya no quiero volver a verle.
-Me alegro por ti. Pero, ahora no es momento de hablar de eso –fue hasta su bolso y de él sacó un sobre. Luego regresó donde estaba la chica y le dejó ver el contenido. La joven arqueó las cejas al ver los fajos de billetes de 100 que había dentro –. Con esto podrás pagar el alquiler de varios meses; y hasta te sobrará para comprarte algo bonito.
Cerró de nuevo el sobre y lo dejó sobre la minibarra. Desde allí se volvió y miró a la chica fijamente.
- Ya te dejé claro cuando hablamos la última vez lo que tienes que hacer si quieres conseguirlo. Solo será una vez y nadie se enterará. Si no estás conforme, eres libre de irte. Pero no pienso darte una segunda oportunidad. Así que, ¿qué decides…?
La chica, temblorosa, se lo pensó unos segundos. Miró el sobre y, finalmente, tomó una decisión.
No le hizo falta contestar. Cuando se bajó la cremallera del vestido y lo dejó caer al suelo, mostrando su escultural cuerpo desnudo –ya que  no llevaba ropa interior –, Marta supo que había ganado y su venganza iba a estar completa.
Los dos morenos también captaron el mensaje y se colocaron a ambos lados de la joven, a la que empezaron a besar, acariciar y lamer de una forma muy compulsiva mientras Marta observaba la escena muy excitada mordiéndose el labio inferior.
- Calma chicos –dijo –. No os la comáis entera. Tiene que quedar algo para mí…
La chica abrió los ojos como platos cuando vio a Marta quitándose la toalla mientras avanzaba hacia ella.



FIN