Llegué al cine con bastante antelación. Ya había gente en
la sala, aunque poca. Me senté en una butaca cercana al pasillo central, mi
sitio habitual, y esperé a que la película empezase mientras la gente iba
llegando.
Todo el mundo iba acompañado, mientras yo iba sola. No me
quedaba más remedio, puesto que ninguna de mis amigas me quiso acompañar, ya
que a ellas no les gustan las películas de superheroes. Yo las quiero mucho,
pero solo les gusta ver comedias románticas y esas mierdas de Crepúsculo,
mientras yo disfruto más con películas llenas de acción y efectos especiales.
Especialmente, las películas de superhéroes que tan de moda están últimamente;
algo que me encanta, ya que he sido lectora de cómics desde mi más tierna
infancia.
A mí lo de venir sola al cine no me importa, ni me siento
un bicho raro por eso. De hecho, es lo único que hago sola, ya que las demás
cosas –ir de fiesta, cenar, hacer actividades... –las suelo hacer con mis
amigas, con quién estoy muy unida. Lo malo es que el grupo cada vez se hace más
pequeño, ya que la mayoría de ellas tiene novio y algunas ya han pasado por el
altar y, aunque tratan de seguir haciendo actividades con nosotras, cada vez
tienen menos tiempo para el grupo. Yo no las culpo, la verdad, ya que ellas
tienen su vida y yo no soy quién para decirles como vivirla; yo no soy como mi
madre o mis tías.
Ellas no paran de darme la lata con lo de que busque
novio y siente la cabeza ates de terminar muriendo sola. La cosa es peor desde
que mi hermana, dos años más pequeña que yo, se casó hace unos meses y mi otra
hermana, cuatro años más joven, se fue a vivir con su novio. En cambio, la
mayor de las hermanas la relación más larga que ha tenido solo duró dos meses.
Yo prefiero no hacerles caso y vivir mi vida como siempre
he querido.
Tengo 24 años, por lo que aún soy joven y me queda mucha
vida por delante. Pese a la situación laboral del país, tengo un buen trabajo
que me da independencia económica. Además, logré hacerme con un apartamento –no
muy grande, pero si confortable –que me permite vivir sola y tener mi propia
independencia.
Seguro que algún día encontraré al hombre de mi vida y
terminaré sentando la cabeza; pero lo que tengo más seguro es que no voy a
perder el tiempo buscándolo. De momento prefiero disfrutar de la vida con
ligues de una noche, saliendo de marcha con mis amigas y yendo al cine a ver
películas de acción.
Como esa noche.
Todo iba bien hasta que llegó ese imbécil.
A mí me encanta ir al cine, pero cada vez es más difícil disfrutarlo,
ya que las salas casi siempre están llenas de idiotas que se pasan toda la
película hablando fuerte, incordiando a todo el mundo y trasteando con el
móvil. Y, para colmo, la gente del cine a penas suele hacer nada, ya que lo que
quieren es tener la sala llena, aunque sea de imbéciles como aquel energúmeno.
Es comprensible que con una industria cinematográfica en
plena crisis, los dueños de los cines quieran tener sus salas repletas. Pero lo
único que están consiguiendo es que la poca gente que va a ver las películas
cada vez acuda menos y prefieran verlas en el ordenador de su casa por muchas
leyes que pongan contra la piratería.
Yo, de momento, prefiero ir a los últimos pases, donde
hay menos gente y la sala es más fácil de controlar. Sin embargo, eso no impide
que, de vez en cuando, se meta algún subnormal cuyo único cometido en la vida
es hacer imposible la vida de los demás. Como ese capullo que, para mi
desgracia, se sentó dos filas delante de mí; aunque, eso importaba poco, ya que
se empeñó en que toda la sala supiera de su miserable existencia.
Se llamaba Bruno Barrios. Lo sé porque no paraba de decir
cosas como: "A Bruno Barrios no le calla nadie", "Bruno Barrios
hace lo que le sale de la punta de la minga", "Bruno Barrios tiene más
cojones que todos vosotros juntos"... Había venido con su novia, quién
parecía estar muy incómoda con la situación, pero no se atrevía a decirle nada.
Era una chica joven, de apenas 20 años, muy bella. Yo sentía lástima por ella y
no entendía por qué desperdiciaba su juventud con un orangután como ese.
El tipo debía tener 29 años y era un tío alto y
musculoso, de los que pasan mucho tiempo en el gimnasio. Además, por su
abtitud, no había duda de que era de los que buscaban pelea constantemente y
estaba a la espera de que alguien en la sala le “alegrara” la noche.
El acomodador acudió una vez y casi se llevó un puñetazo.
Antes de irse, le dijo que llamaría a la policía si no se comportaba, pero el
tipo siguió incordiando sin que se presentara ni un solo agente uniformado; se
ve que los dueños del cine no querían jaleo o pensaron que no valía la pena
para un pase de última hora.
Cuando se apagaron por fin las luces y empezó la película
tras unos cuantos anuncios y tráilers de otras películas, pensé que se calmaría
un poco; pero nada más lejos de la realidad.
Ni los disparos, las explosiones o la fuerte banda sonora
podían hacer nada contra los gritos y las risas de aquel chimpancé mientras los
demás, impotentes, intentábamos ver como el último superhéroe de Marvel llevado
a la gran pantalla intentaba salvar la Tierra. El tipo hasta se ponía de pié
para celebrar entre aplausos y risas cuando había alguna muerte o algo saltaba
por los aires. Y, cuando le llamaban al móvil –al que ni se molestó en poner en
modo vibración –, no dudaba en contestar a voces.
Llevábamos media hora de película cuando hubo la primera
reprimenda; o, más bien, intento de tal.
Un señor algo mayor que había ido a ver la película junto
a su esposa le pidió amablemente que se comportara. La respuesta del energúmeno
fue quitarle la tapa a su vaso de refresco extra-grande y derramar su contenido
sobre la cabeza del hombre, quién se puso en pié inmediatamente y se marchó de
la sala a toda prisa con su esposa de la mano. Mientras esto ocurría, la novia
del salvaje se cubría el rostro con las manos avergonzada.
Ella cada vez me daba más lástima. No parecía mala chica
y, desde luego, no se merecía estar con un orangután como ese. Estaría cegada
por el amor. O puede que en ella si caló el discurso de "vas a morir
sola" de su madre y, ante el temor de no poder encontrar un nuevo novio,
no se atrevería a romper con él. Aunque, puede que la realidad fuese mucho peor
y ese mal nacido la estuviera maltratando, lo que hizo que mí odio hacia él
aumentara aún más.
Un odio que no paraba de crecer a marchas forzadas dentro
de mí. Poco a poco notaba como la cólera se iba apoderando de mi mente. Mis
uñas se clavaron en los reposabrazos de la butaca mientras la adrenalina fluía
a borbotones por mi cuerpo.
Admito que no planeé lo que sucedió esa noche.
El tipo se levantó y le dijo a su novia que iba al baño
con una voz tan alta que toda la sala se enteró.
Para salir de la sala por el pasillo central tenía que
pasar junto a mí y, al hacerlo, me miró sin molestarse en disimular por si su
novia estuviera viéndole. Me echó una rápida mirada de arriba a abajo y me
guiñó un ojo mientras ponía su sonrisa más payasa. Aquello solo duró unos
segundos, ya que el tipo no se detuvo y siguió su camino, pero me pareció muy
repugnante e hizo que mi odio hacia él aumentase mucho más.
Era lo que me faltaba, había ligado sin quererlo con ese
tío. Seguro que cuando volviera del servicio me tiraba los tejos y hasta me
proponía hacer un trío con su novia –lo cual no me hubiera desagradadó del
todo, ya que la chica era una belleza y no le hago ascos a las chicas cuando
son muy guapas –.
A parte de que estoy de muy buen ver, esa noche estaba
bastante sexy. Después de la película había quedado con mis amigas para salir
de marcha y, de paso, buscar un chico con el que acabar esa noche de sábado en
la cama y luego despacharlo al día siguiente. Así que me puse un provocativo
vestido negro, tan ajustado como corto y escotado, me había maquillado más de
lo habitual y llevaba mis largos cabellos castaños recogidos con un alfiler de
pelo.
No me había arreglado así para ese mandril; aunque,
seguro que él si lo creía. Y seguro que pensaba que yo estaba en ese cine
buscando guerra. Por eso, acerqué mi mano al bolso con intención de buscar el
spray de pimienta, no fuera que la cosa se pusiera fea.
Entonces, me di cuenta de algo. Me fijé en el resto de la
gente del cine, totalmente pendiente de la película, tratando de aprovechar
esos minutos de paz que ahora tenían. Paz que se volvería a romper cuando ese
engendro de Atapuerca regresase. Toda esa gente había pagado por ver esa
película, como yo, y se lo estaban impidiendo. Cierto que no hacían nada por
evitarlo –salvo aquel pobre hombre que se ganó una ducha gratis –, pero tampoco
estaban haciendo nada la gente del cine, quienes se suponía que eran la
autoridad en ese sitio.
No podía permitir que aquella situación se alargara por
más tiempo. Debía hacer algo y debía hacerlo cuanto antes.
Juro que no planeé lo que ocurrió después; de hecho, creo que en esos momentos ni tan siquiera pensaba; al menos, no con la cabeza.
El caso es que me levanté y salí de la sala. Fuera, solo estaban el acomodador y la chica del puesto de palomitas charlando. El acomodador dejó un momento la conversación para mirarme mientras cruzaba la estancia y me metía en el servicio de chicas. Los dos siguieron conversando sin percatarse que yo salía del servicio de las chicas y, disimuladamente, me metía en el de los chicos.
Dentro, solo estaba el mandril, quién en esos momentos me daba la espalda mientras meaba en uno de los urinarios de pared al tiempo que silbaba una cancioncilla. Cuando se dio la vuelta mientras se subía la cremallera del pantalón se sorprendió al verme frente a él, apoyando la espalda en el marco de la puerta de forma sexy mientras le miraba con una mirada felina acompañada de una sonrisa maliciosa.
El tipo, rápidamente, cambió su sonrisa payasa por una sonrisa de zorro.
- Lo sabía... –alardeó.
Yo no dije nada, me limité a avanzar hacia él, le rodee el cuello con mis brazos y le besé apasionadamente en los labios metiéndole la lengua hasta la traquea. Después, le arrastré hacia uno de los wateres y le senté en uno de los retretes mientras cerraba la puerta.
Una vez seguros en ese estrecho compartimento de paredes
de madera, me senté encima de él y volví a besarle apasionadamente mientras
notaba sus duras manos sobandome las tetas por encima del vestido. Luego le
abrí la camisa en plan Superman y me puse a lamer su duro, peludo y tatuado
torso. Empecé por arriba y, poco a poco, fue bajando hacia abajo.
- Eso es, zorra. Se nota que sabes el oficio... –fue lo
que berborreó cuando me vio ponerme de rodillas y desabrocharle los pantalones mientras
le miraba ardientemente.
Cuando vi aquella enorme verga emerger ante mí, pensé
que, tal vez, había pasado por alto otra razón de por qué aquella pobre chica
estaba con ese capullo. Yo había visto pollas más grandes –me lo he montado con
negros y todo –, pero admito que no pude evitar impresionarme ante la visión de
aquella gigantesca tranca. Aún así, no dejé que aquello nublara mi odio hacia
él ni, mucho menos, olvidar mi objetivo.
Masageé un poco aquella verga con mis dedos y le di unas
cuantas lamidas antes de metérmela entera en la boca y mostrarle a ese
gilipollas lo que mi boca y mi lengua son capaces de hacer. Él, mientras,
recostado sobre el tubo de la cisterna, se moría de gozo mientras sus últimas
defensa caían del todo.
Había llegado el momento. El tipo se había abandonado
completamente al placer y, en esos momentos ya no había nada en su cabeza que
no fuera follar conmigo.
Vi que había llegado el momento; pero, aún así, debía de
ser cuidadosa.
Me puse en pié frente a él y lo primero que hice fue quitarme
los tirantes del vestido y bajármelo un poco dejando mis tetas al descubierto,
las cuales él devoró con la mirada mientras se relamía. Después, de forma muy
sensual, me quité las bragas y se las lancé a la cara; él, creyendo que eran un
regalo, se las guardó en el bolsillo.
Por último, me quité el alfiler, dejando libres mis
cabellos castaños, y lo dejé sobre el dispensador de papel higiénico antes de
sentarme encima de él, meterme su gran verga y empezar a cabalgarle.
Corría un gran riesgo al no utilizar un condón –llevaba
unos cuantos en el bolso, como siempre, pero me lo había dejado en la sala -, pero eso no
importaba, porque el tipo no llegó a correrse.
En plenas embestidas, alargué disimuladamente una mano
hacia el dispensador de papel higiénico y agarré el alfiler de pelo. Él no lo
vio venir en ningún momento, estaba demasiado ocupado disfrutando del momento.
Su ojos y su boca, por la que empezó a brotar sangre, se abrieron mucho cuando
sintió el alfiler atravesando su cuello.
Yo me levanté inmediatamente y retrocedí unos pasos,
alejándome de él hasta que mi espalda se dio con la pared. Desde ahí vi como
moría; jamás olvidaré la expresión de su rostro y sus ojos clavados en mí.
Salí corriendo del compartimento en dirección al lavabo, donde me limpié la sangre que me había salpicado mientras rezaba porque nadie entrara en esos momentos. Después, volví a entrar en el compartirmento y volví a cerrar la puerta. Me volví a colocar el vestido y me volví a poner las bragas tras volver a sacarlas con mucho cuidado del bolsillo donde se las había guardado.
También con mucho con cuidado saqué el alfiler de su cuello y salí de nuevo del compartimento; pero no por la puerta, la cual me convenía que estuviera cerrada, sino por el hueco de debajo que daba a uno de los compartimentos de al lado. Allí limpié un poco la sangre del alfiler con un trozo de papel higiénico que luego arrojé al water antes de tirar de la cadena.
Salí corriendo del compartimento en dirección al lavabo, donde me limpié la sangre que me había salpicado mientras rezaba porque nadie entrara en esos momentos. Después, volví a entrar en el compartirmento y volví a cerrar la puerta. Me volví a colocar el vestido y me volví a poner las bragas tras volver a sacarlas con mucho cuidado del bolsillo donde se las había guardado.
También con mucho con cuidado saqué el alfiler de su cuello y salí de nuevo del compartimento; pero no por la puerta, la cual me convenía que estuviera cerrada, sino por el hueco de debajo que daba a uno de los compartimentos de al lado. Allí limpié un poco la sangre del alfiler con un trozo de papel higiénico que luego arrojé al water antes de tirar de la cadena.
Con otro trozo de papel limpié los sitios que había
tocado para borrar mis huellas dactilares, como hacen en las películas, y me
dispuse a irme de allí, puesto que corría un gran peligro en ese sitio. Fuera,
el acomodador y la chica de las palomitas ya no charlaban. En lugar de eso, se
estaban dando el lote; así que lo tuve más fácil para colarme en el servicio de
chicas sin ser vista.
Por suerte, ese servicio también estaba vacío, lo cual
aproveché para lavar los restos de sangre del alfiler y volví a recogerme el
pelo con él. Me miré por si me quedaba algún resto de sangre o algo que pudiera
delatarme, y me dispuse a irme.
Salí del servicio haciendo bastante ruido para llamar la
atención del acomodador y la chica de las palomitas, quienes darían por hecho
que había estado todo el tiempo en el servicio de chicas.
Regresé a la sala y me volví a sentaren mi sitio. Dentro,
nadie echaba de menos a ese cabrón y todos veían la película tranquilamente;
incluso su novia.
Yo, en cambio, apenas me enteré de lo que pasaba en la
pantalla. Poco a poco, mi mente empezó a asimilar de verdad lo que había hecho
y mi cuerpo se estremeció.
Acababa de matar a un hombre, me había convertido en una
asesina.
Cuando la película terminó, salí de la sala muerta de
miedo.
Fuera no parecía pasar nada, no había policías ni nada
por el estilo; era evidente que aún no habían encontrado el cadáver. Sin
embargo, era cuestión de tiempo que lo descubrieran, ya que algunos tipos que
salían de la sala se metieron en el servicio y la novia se encontraba junto a
la puerta extrañada.
Yo aumenté la marcha, mirando el reloj disimuladamente
para que la gente con la que me tropezaba creyera que se me había hecho tarde y
por eso corría.
Estaba unos metros alejándome del cine cuando escuché
aquel atronador grito de mujer que se me clavó en lo más hondo. No me detuve ni
miré atrás y me alejé de allí en el primer taxi que puede coger.
Regresé a mi apartamento, donde llamé a mis amigas
anulando la cita, ya que no tenía ganas de salir. Luego me di una ducha y me
metí en la cama, debía ser el primer sábado noche en mucho tiempo en que me iba
pronto a la cama sin compañía.
Sin embargo, no pegué ojo en toda la noche. No me quitaba
de la cabeza la imagen de Bruno Barrios sentado en aquel water con mi alfiler
de pelo clavado en el cuello. Al miedo a ser descubierta se unió el
remordimiento. Puede que aquel tipo fuera un capullo, pero era un ser humano
después de todo.
¿Y si el tipo no era tan malo como pensaba? ¿Y si a pesar
de comportarse como un gilipollas en el cine luego era una buena persona? Si,
le puso los cuernos a su novia conmigo, pero yo le había animado colándome en
el baño de chicos para ponerle cachondo. Hasta puede que la pareja estuviera en
crisis y de ahí la aptitud de ambos en el cine.
Todas esas preguntas, y muchas más, rondaron mi mente
durante el resto de la noche.
Al día siguiente, mi cabeza seguía hecha un lío mientras
todo el tiempo tenía el temor a que la puerta se echara abajo en cualquier
momento irrumpiendo la policía por ella.
Mientras intentaba desayunar, no paraba de mirar el
teléfono con la idea de llamar a la policía y entregarme. Destruiría así mi
vida, esta vida que tanto me gustaba y que yo misma me había ganado; pero sería
hacer lo correcto.
Estuve a punto de levantarme para coger el teléfono
cuando este sonó. Estremecida y con un nudo en la garganta, descolgué y,
lentamente, me llevé el auricular al oído.
- ¿Estás viendo la tele? –sonó la voz de Celia, mi mejor
amiga, al otro lado –. Están hablando del cine al que sueles ir. Dicen que se
produjo un asesinato anoche, cuando estabas tú. ¿No viste nada?
- No... no… Me fui de allí corriendo porque me encontraba
mal. Recuerda.
- Ah, sí. Te echamos de menos anoche; menudos maromos te
perdiste. Pero, volviendo a lo del cine, será mejor que lo veas tú misma, está
en todos los telediarios. Te dejo porque no me lo quiero perder. Nos vemos.
Se oyó el click de colgar al otro lado y yo corrí a
encender la Tv; siempre suelo ponerla por las mañanas, pero ese día no estaba
de humor.
Tal y como Celia me dijo, todas las cadenas hablaban del
asesinato de anoche, el que yo cometí y al que se referían como un "ajuste
de cuentas". Pues resulta que Bruno Barrios no solo era un energúmeno y un
mal novio, también era un criminal y un auténtico hijo de puta.
Desde que encontraron el cadáver anoche en los servicios
del cine se montó un auténtico circo mediático que había durado toda la noche y
al que mucha gente acudió; muchos de ellos, gente que conocía a la víctima y
hablaron de él a los medios con todo lujo de detalles.
El tipo tenía un amplio historial como matón y camello,
con una gran cantidad de delitos de extorsión y narcotráfico a sus espaldas y
hasta alguna que otra violación; delitos de los que solía salir impune gracias
a que su padre era un importante abogado y siempre le sacaba las castañas del
fuego. De ahí que se comportara como un orangután en los sitios públicos, ya
que sabía de sobras que no le iba a pasar nada.
Además, no iba mal encaminada cuando pensé que era un
maltratador, ya que una amiga de la novia fue entrevistada y lo contó a los
medios y, días después, la chica acudió a uno de esos programas de sucesos
donde relató cosas terribles, ya que a las numerosas palizas y vejaciones que
sufría constantemente, había que unir las veces en las que el muy cabrón se la
dejaba a sus amigos para que se divirtieran con ella mientras él miraba o la
obligaba a mirar cuando se follaba a otras.
Los pocos remordimientos que me quedaban desaparecieron
al instante y por primera vez me alegré de lo que había hecho; incluso llegué a
pensar que hasta le había hecho un favor a la sociedad quitando del medio a ese
mal nacido.
Lo único que me preocupaba era ser descubierta.
Aquel circo mediático duró varios días y fue la comidilla en toda la ciudad; y todo el país.
Finalmente, la policía archivó las pruebas y cerró el caso, dando por hecho que todo había sido un ajuste de cuentas, ya que ese tipo estaba relacionado con una peligrosa banda de narcotraficantes colombianos que, en esos momentos, estaban en guerra con una banda rival. Incluso el padre dio por hecho que a su hijo lo habían matado unos narcotraficantes, ya que hizo unas declaraciones en la prensa afirmando que no iba a parar hasta hundir esa organización.
Asombrada, me di cuenta que me había librado.
Hasta entonces, lo único que tenía era miedo de que me descubrieran, ya que los remordimientos cesaron cuando supe de que calaña era aquel tipo. Ahora, ese miedo había desaparecido. Podía volver a mi vida.
Pero, ¿Quería volver a mi antigua vida?
Mirándome al espejo del cuarto de baño tras darme una ducha, empecé a analizar lo que había hecho y lo que también podía hacer.
Mientras os cuento esto, han pasado cinco años de lo ocurrido.
Sigo viviendo mi vida como antes. Salgo de marcha con mis amigas, follo con ligues de una noche y voy al cine sola a ver películas de acción. A los ojos de mi familia, mis amigas y del resto del mundo, soy la misma de siempre.
Pero, nadie sabe, ni se imagina, lo mucho que he cambiado y desconocen por completo que ahora tengo una doble vida.
Bruno Barrios solo fue el primero. Decidí aprender artes marciales, a manejar armas –tanto blancas como de fuego –, todo tipo de tácticas militares de combate y guerrilla urbana e, incluso, aprendí acrobacias de circo y trucos de magia, de esos en los que desapareces en una nube de humo y todo eso.
Dado que no tengo la pasta de Bruce Wayne, tengo que financiarme de la misma forma que hacía Blade, robándoles a mis presas todo lo de valor que lleven encima y, como la mayoría son gente con pasta, en poco tiempo saqué lo suficiente para hacerme con un almacén abandonado y un arsenal de armas y demás artilugios que me ayuden en mi cruzada.
Es allí donde estoy ahora mismo.
Acabo de hablar por teléfono con Celia. Dice que ha conocido un chico y se muere de ganas por presentármelo; para mí que quiere que nos montemos otro trío. Hemos quedado para dentro de tres horas, tiempo de sobra para ir a visitar a mi próxima víctima: un importante traficante de armas de visita en mi país.
Parece un trabajo difícil, pero va a ser más fácil de lo esperado. Llevo una semana observando el chalet de lujo donde se hospeda y tengo su seguridad bien chequeada. Además, me hice con unos planos del edificio en el mercado negro.
Precisamente, les estoy echando un último vistazo dentro de una habitación que antaño fue un despacho cuyas paredes tengo decoradas con recortes de periódicos que hablan de asesinos, violadores, narcotraficantes y demás escoria que han aparecido asesinados estos últimos años sin que la policía de con la pista del culpable. Aunque, la verdad es que a penas se esfuerzan, ya que no les interesa mucho atrapar a quién les está haciendo el trabajo sucio. Yo lo sé porque uno de mis amigos con derecho a roce es policía y le gusta mucho hablar en la cama.
Eché un vistazo a mi reloj. Tenía tres horas para entrar en el chalet, llegar hasta el dormitorio del traficante de armas, encargarme de él, salir de allí sin ser vista y llegar a tiempo a la cita con Celia.
Sabía que podía hacerlo, ya que lo había hecho otras veces; y cada vez estaba mejorando. En mi primer año cometí varios errores y más de una vez estuvieron a punto de costarme la vida. Pero siempre lograba escapar, aunque fuera por pura suerte y, además, me han servido para mejorar, ya que desde muy pequeña siempre aprendí de mis errores.
Ahora me dispongo a salir de caza. Me he puesto mi habitual traje de cuero negro ajustado, he cubierto mis largos cabellos castaños con una peluca en forma de melena negra, me he puesto unas enormes gafas de sol que cubren la mitad de mi rostro y he cogido una pistola automática con silenciador, una pequeña Uzi por si las cosas se tuercen y me tengo que enfrentar a su ejército de guardaespaldas, varios cuchillos arrojadizos y algunos artilugios, todos guardados en una pequeña mochila negra.
Ya estoy preparada para salir de caza esta noche.
FIN