Era el imperio más grande y poderoso de su tiempo. Reinos fuertes e, incluso, otros imperios habían caído
bajo sus armas. Sin embargo, aquel pequeño reino, que creyeron fácil de conquistar, se había convertido en un
inconveniente. Todo por su reina, Zara, una joven de 20 años a la que, al principio,
el emperador subestimó, pero que había resultado ser una formidable estratega y
una fiera guerrera.
Durante cinco años, el
emperador había enviado enormes ejércitos a conquistar ese reino, pero
terminaban sucumbiendo ante sus guerreros que, liderados por su reina, sorprendían a sus legiones y caían sobre ellas como lobos hambrientos, dejando los campos de batalla sembrados de soldados imperiales muertos y desmembrados.
Finalmente,
gracias a una traición que le costó enormes cantidades de oro, el emperador
pudo capturar a esa tan temida reina e hizo que la llevaran ante su presencia. Con mucho gusto, la habría
matado él mismo, pero el Gran Maestre, su principal consejero, le dijo que las
hazañas de la joven estaban recorriendo todo el imperio y, si la mataba, la
convertiría en una mártir y provocaría revueltas en todo el imperio.
- Tienes que hacer que
ella se arrodille ante ti voluntariamente –dijo el Gran Maestre.
Pero la joven reina era
un hueso duro de roer. Hizo que la azotaran y la torturaran, pero la chica no
se doblegaba. Finalmente, el Gran Maestre pareció dar con la solución.
- La haremos sucumbir
por medio del placer…
El emperador hizo
construir una gran tienda en medio de la sala del trono donde metió a Zara. Uno a
uno, cientos de soldados y miembros de la guardia imperial pasaron por allí y la fueron violando. Sin
embargo, la joven reina resistía y seguía sin doblegarse. El emperador empezaba
a impacientarse.
- Tengo la solución –dijo
el Gran Maestre.
Entonces, hizo traer a
tres hombres de los territorios más inhóspitos del imperio que, aparte de ser
unos guerreros letales, tenían fama de ser unos amantes insaciables. Cuando entraron
desnudos en la sala del trono, todos los presentes se asombraron al verlos.
Eras tres tipos muy altos, de piel muy oscura y de cuerpos atléticos y
musculosos. Pero, lo que más sorprendió, era el enorme tamaño de sus miembros, los cuales no parecían humanos.
Los tres entraron en la
tienda, donde permanecieron largas horas de ininterrumpidos gemidos y jadeos
que salían de su interior. El emperador esperaba impacientemente, pero aquello
estaba durando demasiado. Incluso le sorprendía que unos seres humanos pudieran
resistir tanto. El Gran Maestre trataba de animarle.
- Tranquilo, mi señor.
Cuando terminen, esa zorra se arrodillará ante ti y te suplicará ser tu
esclava.
Pero pasaba el tiempo y
la cosa continuaba. Se hizo de noche, pero todavía seguían, llegando a durar hasta el amanecer. Finalmente, el ruido de los gemidos cesó y los tres guerreros, muy
sudorosos, salieron de la tienda. El emperador, que acababa de despertarse –ya que
se había quedado dormido sentado en su trono –sonrió.
- ¿Lo habéis
conseguido?
Pero, inesperadamente,
uno de los morenos, el líder de los tres, le arrebató la lanza a un miembro de
la guardia medio dormido al que rompió el cuello con una de sus fuertes manos y la lanzó contra el emperador. Mientras, los otros
dos les arrebataron las armas a otros y empezaron a aniquilar a los demás
miembros de la guardia imperial que había allí; a penas encontraron
resistencia, ya que casi todos estaban dormidos. Otros guerreros morenos que los habían acompañado hasta allí, aunque no entendían muy bien lo que ocurría, tomaron también las armas e imitaron a sus compañeros. En poco tiempo, aniquilaron a la guardia imperial y se hicieron con el control de la sala del trono.
En esos momentos, por los grandes ventanales entró el ruido de los gritos de los habitantes de la ciudad capitalina, que parecía haberse sublebado; todos gritaban y coreaban el nombre de Zara. Más tarde, se sabría que varios hombres se habían infiltrado entre la población y habían hecho correr la voz de que Zara iba a matar al emperador y hacerse con el trono, algo que los ciudadanos, hartos de la tiranía y los abusos del emperador e inspirados por las victorias de la joven reina, vieron con buenos ojos. Estos hombres misteriosos eran guerreros fieles a Zara, quién, antes de ser capturada, les ordenó que hicieran aquello. Era como si la joven hubiera planeado todo desde el principio.
En esos momentos, por los grandes ventanales entró el ruido de los gritos de los habitantes de la ciudad capitalina, que parecía haberse sublebado; todos gritaban y coreaban el nombre de Zara. Más tarde, se sabría que varios hombres se habían infiltrado entre la población y habían hecho correr la voz de que Zara iba a matar al emperador y hacerse con el trono, algo que los ciudadanos, hartos de la tiranía y los abusos del emperador e inspirados por las victorias de la joven reina, vieron con buenos ojos. Estos hombres misteriosos eran guerreros fieles a Zara, quién, antes de ser capturada, les ordenó que hicieran aquello. Era como si la joven hubiera planeado todo desde el principio.
Mientras, en la sala del trono, el líder
subió las escaleras que llegaban hasta el trono, donde el emperador, ensartado
con la lanza, se revolvía moribundo.
- Lo siento, mi señor –dijo
el moreno en voz baja –. Pero ella dijo que no pararía si no lo hacíamos…
Entonces, agarró la
lanza y la hundió más hasta que el emperador murió. Los otros morenos, mientras,
sometieron al resto de los presentes –miembros de la corte y los gobernadores
de las ciudades periféricas –rodeándolos y apuntándoles con las armas. El Gran Maestre
intentó huir, pero uno de los morenos le atravesó una pierna con una lanza y luego lo decapitó.
Zara salió de la
tienda completamente desnuda. Estaba magullada, sudorosa y exhausta, pero caminaba con paso firme, aunque dificultoso.
Subió las escaleras hasta llegar al trono. El moreno agarró el cadáver del
emperador y lo arrojó lejos, dejando que ella se sentara. Luego, se volvió
hacia los presentes.
- ¡Arrodillaos ante
vuestra nueva emperatriz!
Y todos se
arrodillaron.
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