UNA SELECCIÓN DE MIS RELATOS MAS ATREVIDOS

jueves, 2 de mayo de 2013

NO ENTRES EN ESA WEB LAS NOCHES DE LUNA LLENA



– ¡Estás de coña! –dijo Diana con una sonrisa irónica antes de soltar unas carcajadas.
– Yo solo digo lo que me han contado –replicó Rebeca algo molesta –. Tu cree lo que quieras.
– Tranquila –dijo Diana tranquilizadoramente –, no era mi intención ofenderte. Olvidaba lo importante que son para ti estas cosas. Perdóname.
Rebeca permaneció seria unos segundos, pero luego sonrió. En el fondo, nunca podía enfadarse con su mejor amiga.
– Suponiendo que sea verdad –continuó Diana –. ¿Que ocurre si entras en ese sitio cuando hay luna llena?
Rebeca se encogió de hombros.
– No me lo dijeron. Pero afirman que es algo que nunca podrás olvidar.
– Pues esta noche hay luna llena. ¿Vas a probarlo?
Rebeca arqueó las cejas y se apresuró a negar con la cabeza.
– ¿Bromeas? No me atrevo ni a encender el ordenador.
Diana volvió a reír.
– Mira que eres cobardica.
– Si tan valiente eres, por qué no entras esta noche y mañana me lo cuentas.
– Como quieras –dijo tras encogerse de hombros –. Verás como todo no es mas que una cuento chino.
En esos momentos sonó la campana anunciado el regreso a las aulas para continuar con las clases. Diana y Rebeca, que se encontraban en uno de los rincones del pasillo, emprendieron la marcha entre los alumnos que regresaban a sus respectivas aulas.
– Recuerda –dijo Rebeca mientras caminaban –. Debe ser a media noche; justo a media noche.
– Entendido.


Mas tarde, terminadas ya las clases, Diana se encontraba de regreso a su casa. Puesto que el autobús paraba un poco lejos de su casa, tenía que caminar un poco. Mientras caminaba, con la mochila colgada a un hombro y abrazada a una carpeta, muchos de los viandantes no podían evitar mirarla furtivamente.
A sus 16 años, Diana era toda una belleza. Alta, de figura escultural, largos cabellos rubios y piel color marfil, la chica era todo un regalo para la vista. Además, en esos momentos vestía el uniforme del colegio privado donde iba –su familia no era rica, pero tenía dinero –, uno de esos de la camisa blanca y falda a cuadros –de los que tan sexys resultan a los ojos de los hombres –que la convertían en toda una lolita. No había hombre en el vecindario, tanto joven como mayor, que no la deseara; incluso algunas chicas se sentían atraídas por ella.
Poco después de llegar a su casa se metió en internet y buscó la web con la ayuda de un trozo de papel donde Rebeca le había anotado la dirección. Se trataba de una web muy sencilla, compuesta por una sola página donde tan solo podía verse un vídeo online que, en esos momentos, solo emitía interferencias.
La joven sonrió irónicamente y meneó la cabeza mientras apagaba el ordenador y se ponía a estudiar.

Mas tarde, ya de noche, estaba metida en la cama, pero aún seguía despierta. Miró su reloj despertador, el cual era de números electrónicos de colo verde que brillaban en la oscuridad, y vio que eran cerca de las 12. Se desarropó y, vestida solo con una braga y un pequeño top, ambos de color rosa fucsia, se encaminó hacia el ordenador. Estaba completamente a oscuras, pero conocía perfectamente su cuarto y sabía exactamente donde estaban las cosas.
Encendió el ordenador y se metió en internet, buscando de nuevo esa web. Una vez en ella, vio que el vídeo seguía emitiendo interferencias. Esperó hasta que fueron las 12 en punto, pero el vídeo seguía emitiendo interferencias sin cambio alguno.
Pensando en como se iba a reír de Rebeca al día siguiente, se dispuso a salir de la página. Pero, en esos momentos, el vídeo dejó de emitir interferencias y se puso en negro mientras de los altavoces del ordenador salía un ligero pitido.
Diana, extrañada, miró a la pantalla negra. En esos momentos, el vídeo comenzó a emitir. La pantalla mostraba una cámara de vídeo grabando en plena oscuridad con la luz inflaroja. Quién quiera que grabara, estaba caminando por una sala de estar. Diana abrió mucho los ojos y ahogó un grito al comprobar que era la sala de estar de su casa.
Aterrada, se quedó petrificada en la silla con la mirada fija en la pantalla, viendo como el que grababa el vídeo salía de la sala de estar, caminaba por el pasillo y subía las escaleras. Después, pasó por la puerta cerrada del dormitorio de sus padres y por la puerta, también cerrada, del dormitorio de su hermano pequeño hasta detenerse frente a una puerta que ella conocía muy bien: la puerta de su dormitorio.
En esos momentos, la imagen se apagó y el vídeo volvió a emitir interferencias.
Muerta de miedo, Diana seguía petrificada con la mirada fija en la pantalla. Unos ruidos al otro lado de su puerta la sacaron de su estado. Rápidamente, sacó de un cajón del escritorio el spray de pimienta que su precavida madre le regaló en su cumpleaños y se dirigió hacia la puerta. Se moría de miedo, pero le angustiaba mucho mas no saber que había al otro lado de la puerta. Además, estaba preparada con el spray y, además, dispuesta gritar si ocurría algo.
Tragó saliva antes de abrir la puerta y encender la luz a toda prisa. El pasillo estaba completamente desierto, nada ni nadie había allí y, de haber habido alguien, no le hubiera dado tiempo a esconderse.
Respiró hondo y volvió a cerrar la puerta. Mas tranquila, dejó el spray sobre la mesa de noche y volvió al escritorio para apagar el ordenador y volver a la cama. Pero, al ver la pantalla, se volvió a quedar petrificada mientras un sudor frío recorría su cuerpo. La pantalla del vídeo volvía a estar en negro, pero esta vez con unas enormes letras de color rojo que decían:

HOLA, DIANA

En esos momentos, unas manos enguantas en negro la abordaron taponándole la boca con una gasa empapada en cloroformo. La chica forcejeó pero, poco a poco fue perdiendo el conocimiento y todo se volvió negro para ella.

Diana despertó poco a poco. Trató de moverse, pero pronto se dio cuenta de que sus brazos y piernas se encontraban inmovilizados. Miró en rededor y todo estaba oscuro.
Cuando terminó de recobrar el sentido se dio cuenta de que se encontraba tumbada boca arriba en una especie de altar de piedra al que se encontraba atada por sus muñecas y sus tobillos. Pronto se dio cuenta de que su ropa había desaparecido y estaba completamente desnuda.
Aterrorizada, gritó con fuerza pidiendo auxilio, pero nadie parecía oírla. Forcejeó intentando liberarse, pero las ataduras la tenían bien sujeta.
Finalmente, una luz se encendió, iluminando a medias ese lugar. Diana se dio cuenta de que estaba en una especie de cripta, muy parecida a las que salían en las películas de terror que tanto le gustaban a ella y aterraban a su hermano. Era una enorme sala abovedada de paredes de piedra y ella estaba en el centro.
Frente a ella podía ver una enorme puerta de madera vieja. Esta se abrió entrando por ella una persona vestida con una especie de túnica de seda negra y la cabeza cubierta con una capucha. Diana no podía verle bien, pero pudo intuir que se trataba de un hombre bastante alto y de constitución muy fuerte.
El encapuchado se acercó a los píes del altar y se quedó quieto mirando a la chica. Esta no podía verle los ojos, pero si pudo sentir su mirada recorriendo su cuerpo.
– ¿Quién eres...? –dijo la chica entre sollozos –¿Que quieres de mi...?
Pero el encapuchado no dijo nada y continuó quieto mirando a la chica, quién volvió a gritar pidiendo ayuda; cosa que a aquel tipo no pareció importarle, ya que allí no había nadie que pudiera oírla; y si lo había, no estaba dispuesto a ayudarla.
Finalmente, el tipo se acercó mas a la joven.
– ¡Noooooooooooooooooooooooooooooooooo! –gritó esta cuando vio que el tipo acercaba una de sus enormes manos hacia ella.
Sin embargo, el tipo no la tocó. En lugar de eso, hizo una extraña señal en el aire sobre su cuerpo, como si hubiera hecho una especie de bendición.
Esto, no obstante, aterró aún mas a la joven, quién creyó que, en cualquier momento, el tipo sacaría un enorme cuchillo y le arrancaría el corazón o algo por el estilo.
Pero no ocurrió nada de eso.
Al final, el tipo se bajó la capucha. Pero, por alguna razón, tal vez la luz, ella no podía ver su rostro, el cual estaba completamente ennegrecido; aunque si pudo apreciar que aquel hombre tenía una larga cabellera castaña. Luego se quitó la túnica y la dejó caer al suelo, quedándose completamente desnudo ante los ojos de la chica, quién no pudo evitar cierto asombro al verle.
Aquel tipo parecía estar esculpido en bronce, con un cuerpo atlético lleno de músculos y abdominales, sin un solo rastro de bello en todo su cuerpo, y piel blanca y bronceada –lo que descartaba que fuera una criatura de la noche –. Aunque, lo que mas llamó la atención de la chica era una verga enorme, mas propia de un negro, tan larga que debía llegarle por las rodillas.
El tipo volvió a acercar su mano hacia ella, aunque esta vez si llegó a tocarla. Empezó acariciándole sus pechos, luego el vientre y fue bajando hasta la entrepierna.
– ¡Noooooooooooooooooooooooo! –volvió a gritar la chica mientras forcejeaba intentando huir. Luego suplicó entre lágrimas y llantos que no lo hiciera, pero el tipo actuaba como si no la escuchase.
La chica soltó un enorme gemido al sentir los dedos de él introduciéndose dentro de ella. Al principio, fue una situación desagradable para la chica pero, poco a poco, empezó a sentir una sensación diferente. Los dedos de aquel tipo parecían conocer a la perfección los puntos que mas la excitaban y, aunque intentó resistirse, no pudo ignorar el calor y la humedad que iban creciendo a marchas forzadas dentro de su cuerpo.
Así que cerró los ojos y se entregó por completo al placer mientras gemía y jadeaba de gusto.

La joven se vio liberada de las ataduras, pero no intentó escapar; ya no deseaba hacerlo. Se vio sumergida en un profundo abrazo lleno de caricias y besos con aquel hombre misterioso, cuyas manos la acariciaban tan suavemente que parecía que la tocaban sin que llegara a haber contacto físico.
Luego se vio de nuevo tumbada boca arriba sobre el altar mientras él metía la cabeza entre sus piernas. Entonces, la joven volvió a gemir, esta vez al sentir la lengua de él introducirse en ella y localizar las zonas de placer mejor, incluso que sus dedos.
La chica ya no podía mas. Su cada vez mas mojada entrepierna ardía como si estuviera al rojo vivo. Deseaba ser penetrada cuando antes.
Y él, pareció intuirlo, ya que se irguió con su verga completamente empalmada y se subió al altar colocándose sobre la chica, quién volvió a gemir, esta vez mucho mas fuerte que las otras veces, al sentir aquella enorme verga, tan dura como una roca, penetrándola.
Diana se sentía en el paraíso, sus gemidos y jadeos de placer resonaban por la cripta cada vez con mas fuerza. Jamás había sentido una sensación como aquella. Ni cuando perdió la virginidad con su primo hacía casi un año o las pocas veces que lo había hecho con algunos compañeros de instituto podían ni compararse con lo que sentía en aquel momento.

Tras un largo rato, el tipo dejó de penetrarla y se bajó del altar, acercando mas su verga al rostro de la joven quién, completamente excitada, no dudó en coger aquel enorme trozo de carne empapado en sus propios fluidos y se lo metió en la boca con gran ímpetu.

Después, él hizo que la chica se tumbara boca abajo.
La joven, con la mirada fija en la piedra donde estaba tumbada, sintió como las manos y el rostro de él se centraban en su culo. Cerró los ojos y se mordió el labio inferior excitada al sentir la lengua de él penetrar por su ano.
Cuando notó la lengua salir fuera de ella, las manos dejando de acariciar sus nalgas y sus muslos y el pesado cuerpo del hombre subirse al altar y colocarse sobre ella, Diana supo rápidamente lo que iba a pasar y se preparó para lo que venía.
Alzó el rostro todo lo que pudo con los ojos y la boca muy abiertos y soltó el gemido mas grande de todos los que había soltado aquella noche al sentir la enorme verga penetrar por el estrecho hueco que, aunque lubricado, no estaba preparado para aquello; mas que nada, porque de esa zona todavía seguía siendo virgen.

Medio desfallecida por aquella sensación, mezcla de dolor y placer, Diana no supo como había vuelto a ponerse boca arriba; aunque estaba claro que había sido aquel tipo, ya que era tan fuerte y ella tan ligera que podía manejarla con total facilidad.
Entreabrió los ojos y pudo ver la verga de aquel tipo frente a ella, la cual estalló en esos momentos dejando su rostro y su cuerpo completamente perdidos de semen. La joven sonrió mientras, poco a poco, iba perdiendo el conocimiento. No sabía si era por todas las sensaciones vividas en esa noche o si habían vuelto a drogarla, pero eso ya le importaba poco.

Diana despertó bruscamente. Su cuerpo estaba empapado en sudor y su entrepierna muy mojada. Miró en rededor alterada. Volvía a estar en su cuarto, sentada frente al ordenado y con la ropa de dormir todavía puesta; aunque muy mojada a causa del sudor.
Con la respiración entrecortada, volvió a mirar la pantalla del ordenador, donde seguía viéndose esa web con el vídeo de nuevo emitiendo interferencias.
Se sintió confusa. Todo parecía indicar que había sido un sueño. Sin embargo, aquel momento y todo lo que sintió en él estaba muy vivo en su cabeza y era una sensación de lo mas real.
Rápidamente, apagó el ordenador y se volvió a meter en la cama; aunque a penas pudo pegar ojo esa noche.

A la mañana siguiente, en el instituto, se encontró de nuevo con Rebeca, quién pareció advertir que su amiga estaba algo rara.
– Hola, Diana. ¿Te ocurre algo?
Diana se apresuró a negar con la cabeza.
– Es solo que me he levantado algo indispuesta; solo eso.
– Parece como si hubieras tenido una mala noche. ¿Tuviste alguna pesadilla?
“Te puedo asegurar que no –pensó ella mientras volvía a negar con la cabeza.
La campana anunciando el inicio de las clases sonó y las dos amigas entraron en el aula sentándose en sus respectivos pupitres, los cuales estaban juntos.
– Por cierto, Diana. ¿Viste anoche la web?
Diana se quedó unos segundos callada mientras sacaba los libros y los apuntes. Los recuerdos de aquella noche volvieron a su cabeza y empezó a excitarse.
– ¿Diana...?
– Si, la vi –reaccionó –. No había nada interesante. Solo un vídeo que emitía interferencias.
– Yo quise verla, pero me entró miedo y no me atreví ni a encender el ordenador, como ya te dije.
– Pues no te perdiste nada.
En esos momentos entró el profesor de historia pidiendo silencio y comenzó la clase.

Habían pasado varias semanas desde aquella noche, pero Diana tenía el recuerdo tan grabado como el primer día. Los recuerdos de aquel momento la excitaban tanto que solía masturbarse pensando en ellos y también ayudaban a que sus encuentros sexuales con otros compañeros de instituto fueran mas intensos y satisfactorios que otras veces.
Aquella noche no podía dormir. Era de nuevo luna llena y el reloj estaba a punto de dar las doce.
Rápidamente, se levantó de la cama y corrió a encender el ordenador, volviendo a meterse en esa web, donde volvía a aparecer el vídeo emitiendo interferencias. Esperó unos minutos muy quieta con la vista fija en la pantalla hasta que el vídeo dejó de emitir interferencias y volvió a ponerse todo en negro. Entonces, apareció aquel mensaje en letras grandes y rojas saludándola y llamándola por su nombre.
Una maliciosa sonrisa se dibujó en el rostro de la joven.



FIN







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