–
¡Estás de coña! –dijo Diana con una sonrisa irónica antes de
soltar unas carcajadas.
– Yo
solo digo lo que me han contado –replicó Rebeca algo molesta –.
Tu cree lo que quieras.
–
Tranquila –dijo Diana tranquilizadoramente –, no era mi intención
ofenderte. Olvidaba lo importante que son para ti estas cosas.
Perdóname.
Rebeca
permaneció seria unos segundos, pero luego sonrió. En el fondo,
nunca podía enfadarse con su mejor amiga.
–
Suponiendo que sea verdad –continuó Diana –. ¿Que ocurre si
entras en ese sitio cuando hay luna llena?
Rebeca
se encogió de hombros.
– No
me lo dijeron. Pero afirman que es algo que nunca podrás olvidar.
– Pues
esta noche hay luna llena. ¿Vas a probarlo?
Rebeca
arqueó las cejas y se apresuró a negar con la cabeza.
–
¿Bromeas? No me atrevo ni a encender el ordenador.
Diana
volvió a reír.
– Mira
que eres cobardica.
– Si
tan valiente eres, por qué no entras esta noche y mañana me lo
cuentas.
– Como
quieras –dijo tras encogerse de hombros –. Verás como todo no es
mas que una cuento chino.
En esos
momentos sonó la campana anunciado el regreso a las aulas para
continuar con las clases. Diana y Rebeca, que se encontraban en uno
de los rincones del pasillo, emprendieron la marcha entre los alumnos
que regresaban a sus respectivas aulas.
–
Recuerda –dijo Rebeca mientras caminaban –. Debe ser a media
noche; justo a media noche.
–
Entendido.
Mas
tarde, terminadas ya las clases, Diana se encontraba de regreso a su
casa. Puesto que el autobús paraba un poco lejos de su casa, tenía
que caminar un poco. Mientras caminaba, con la mochila colgada a un
hombro y abrazada a una carpeta, muchos de los viandantes no podían evitar mirarla furtivamente.
A sus 16
años, Diana era toda una belleza. Alta, de figura escultural, largos
cabellos rubios y piel color marfil, la chica era todo un regalo para
la vista. Además, en esos momentos vestía el uniforme del colegio
privado donde iba –su familia no era rica, pero tenía dinero –,
uno de esos de la camisa blanca y falda a cuadros –de los que tan
sexys resultan a los ojos de los hombres –que la convertían en
toda una lolita. No había hombre en el vecindario, tanto joven como
mayor, que no la deseara; incluso algunas chicas se sentían atraídas
por ella.
Poco
después de llegar a su casa se metió en internet y buscó la web
con la ayuda de un trozo de papel donde Rebeca le había anotado la
dirección. Se trataba de una web muy sencilla, compuesta por una
sola página donde tan solo podía verse un vídeo online que, en
esos momentos, solo emitía interferencias.
La joven
sonrió irónicamente y meneó la cabeza mientras apagaba el
ordenador y se ponía a estudiar.
Mas
tarde, ya de noche, estaba metida en la cama, pero aún seguía
despierta. Miró su reloj despertador, el cual era de números
electrónicos de colo verde que brillaban en la oscuridad, y vio que
eran cerca de las 12. Se desarropó y, vestida solo con una braga y
un pequeño top, ambos de color rosa fucsia, se encaminó hacia el
ordenador. Estaba completamente a oscuras, pero conocía
perfectamente su cuarto y sabía exactamente donde estaban las cosas.
Encendió
el ordenador y se metió en internet, buscando de nuevo esa web. Una
vez en ella, vio que el vídeo seguía emitiendo interferencias.
Esperó hasta que fueron las 12 en punto, pero el vídeo seguía
emitiendo interferencias sin cambio alguno.
Pensando
en como se iba a reír de Rebeca al día siguiente, se dispuso a
salir de la página. Pero, en esos momentos, el vídeo dejó de
emitir interferencias y se puso en negro mientras de los altavoces
del ordenador salía un ligero pitido.
Diana,
extrañada, miró a la pantalla negra. En esos momentos, el vídeo
comenzó a emitir. La pantalla mostraba una cámara de vídeo
grabando en plena oscuridad con la luz inflaroja. Quién quiera que
grabara, estaba caminando por una sala de estar. Diana abrió mucho
los ojos y ahogó un grito al comprobar que era la sala de estar de
su casa.
Aterrada,
se quedó petrificada en la silla con la mirada fija en la pantalla,
viendo como el que grababa el vídeo salía de la sala de estar,
caminaba por el pasillo y subía las escaleras. Después, pasó por
la puerta cerrada del dormitorio de sus padres y por la puerta,
también cerrada, del dormitorio de su hermano pequeño hasta
detenerse frente a una puerta que ella conocía muy bien: la puerta
de su dormitorio.
En esos
momentos, la imagen se apagó y el vídeo volvió a emitir
interferencias.
Muerta
de miedo, Diana seguía petrificada con la mirada fija en la
pantalla. Unos ruidos al otro lado de su puerta la sacaron de su
estado. Rápidamente, sacó de un cajón del escritorio el spray de
pimienta que su precavida madre le regaló en su cumpleaños y se
dirigió hacia la puerta. Se moría de miedo, pero le angustiaba
mucho mas no saber que había al otro lado de la puerta. Además,
estaba preparada con el spray y, además, dispuesta gritar si ocurría
algo.
Tragó
saliva antes de abrir la puerta y encender la luz a toda prisa. El
pasillo estaba completamente desierto, nada ni nadie había allí y,
de haber habido alguien, no le hubiera dado tiempo a esconderse.
Respiró
hondo y volvió a cerrar la puerta. Mas tranquila, dejó el spray
sobre la mesa de noche y volvió al escritorio para apagar el
ordenador y volver a la cama. Pero, al ver la pantalla, se volvió a
quedar petrificada mientras un sudor frío recorría su cuerpo. La
pantalla del vídeo volvía a estar en negro, pero esta vez con unas
enormes letras de color rojo que decían:
HOLA, DIANA
En esos
momentos, unas manos enguantas en negro la abordaron taponándole la
boca con una gasa empapada en cloroformo. La chica forcejeó pero,
poco a poco fue perdiendo el conocimiento y todo se volvió negro
para ella.
Diana
despertó poco a poco. Trató de moverse, pero pronto se dio cuenta
de que sus brazos y piernas se encontraban inmovilizados. Miró en
rededor y todo estaba oscuro.
Cuando
terminó de recobrar el sentido se dio cuenta de que se encontraba
tumbada boca arriba en una especie de altar de piedra al que se
encontraba atada por sus muñecas y sus tobillos. Pronto se dio
cuenta de que su ropa había desaparecido y estaba completamente
desnuda.
Aterrorizada,
gritó con fuerza pidiendo auxilio, pero nadie parecía oírla.
Forcejeó intentando liberarse, pero las ataduras la tenían bien
sujeta.
Finalmente,
una luz se encendió, iluminando a medias ese lugar. Diana se dio
cuenta de que estaba en una especie de cripta, muy parecida a las que
salían en las películas de terror que tanto le gustaban a ella y
aterraban a su hermano. Era una enorme sala abovedada de paredes de
piedra y ella estaba en el centro.
Frente a
ella podía ver una enorme puerta de madera vieja. Esta se abrió
entrando por ella una persona vestida con una especie de túnica de
seda negra y la cabeza cubierta con una capucha. Diana no podía
verle bien, pero pudo intuir que se trataba de un hombre bastante
alto y de constitución muy fuerte.
El
encapuchado se acercó a los píes del altar y se quedó quieto
mirando a la chica. Esta no podía verle los ojos, pero si pudo
sentir su mirada recorriendo su cuerpo.
–
¿Quién eres...? –dijo la chica entre sollozos –¿Que quieres de
mi...?
Pero el
encapuchado no dijo nada y continuó quieto mirando a la chica, quién
volvió a gritar pidiendo ayuda; cosa que a aquel tipo no pareció
importarle, ya que allí no había nadie que pudiera oírla; y si lo
había, no estaba dispuesto a ayudarla.
Finalmente,
el tipo se acercó mas a la joven.
–
¡Noooooooooooooooooooooooooooooooooo! –gritó esta cuando vio que
el tipo acercaba una de sus enormes manos hacia ella.
Sin
embargo, el tipo no la tocó. En lugar de eso, hizo una extraña
señal en el aire sobre su cuerpo, como si hubiera hecho una especie
de bendición.
Esto, no
obstante, aterró aún mas a la joven, quién creyó que, en
cualquier momento, el tipo sacaría un enorme cuchillo y le
arrancaría el corazón o algo por el estilo.
Pero no
ocurrió nada de eso.
Al
final, el tipo se bajó la capucha. Pero, por alguna razón, tal vez
la luz, ella no podía ver su rostro, el cual estaba completamente
ennegrecido; aunque si pudo apreciar que aquel hombre tenía una
larga cabellera castaña. Luego se quitó la túnica y la dejó caer
al suelo, quedándose completamente desnudo ante los ojos de la
chica, quién no pudo evitar cierto asombro al verle.
Aquel
tipo parecía estar esculpido en bronce, con un cuerpo atlético
lleno de músculos y abdominales, sin un solo rastro de bello en todo
su cuerpo, y piel blanca y bronceada –lo que descartaba que fuera
una criatura de la noche –. Aunque, lo que mas llamó la atención
de la chica era una verga enorme, mas propia de un negro, tan larga
que debía llegarle por las rodillas.
El tipo
volvió a acercar su mano hacia ella, aunque esta vez si llegó a
tocarla. Empezó acariciándole sus pechos, luego el vientre y fue
bajando hasta la entrepierna.
–
¡Noooooooooooooooooooooooo! –volvió a gritar la chica mientras
forcejeaba intentando huir. Luego suplicó entre lágrimas y llantos
que no lo hiciera, pero el tipo actuaba como si no la escuchase.
La chica
soltó un enorme gemido al sentir los dedos de él introduciéndose
dentro de ella. Al principio, fue una situación desagradable para la
chica pero, poco a poco, empezó a sentir una sensación diferente.
Los dedos de aquel tipo parecían conocer a la perfección los puntos
que mas la excitaban y, aunque intentó resistirse, no pudo ignorar
el calor y la humedad que iban creciendo a marchas forzadas dentro de
su cuerpo.
Así que
cerró los ojos y se entregó por completo al placer mientras gemía
y jadeaba de gusto.
La joven
se vio liberada de las ataduras, pero no intentó escapar; ya no
deseaba hacerlo. Se vio sumergida en un profundo abrazo lleno de
caricias y besos con aquel hombre misterioso, cuyas manos la
acariciaban tan suavemente que parecía que la tocaban sin que
llegara a haber contacto físico.
Luego se
vio de nuevo tumbada boca arriba sobre el altar mientras él metía
la cabeza entre sus piernas. Entonces, la joven volvió a gemir, esta
vez al sentir la lengua de él introducirse en ella y localizar las
zonas de placer mejor, incluso que sus dedos.
La chica
ya no podía mas. Su cada vez mas mojada entrepierna ardía como si
estuviera al rojo vivo. Deseaba ser penetrada cuando antes.
Y él,
pareció intuirlo, ya que se irguió con su verga completamente
empalmada y se subió al altar colocándose sobre la chica, quién
volvió a gemir, esta vez mucho mas fuerte que las otras veces, al
sentir aquella enorme verga, tan dura como una roca, penetrándola.
Diana se
sentía en el paraíso, sus gemidos y jadeos de placer resonaban por
la cripta cada vez con mas fuerza. Jamás había sentido una
sensación como aquella. Ni cuando perdió la virginidad con su primo
hacía casi un año o las pocas veces que lo había hecho con algunos
compañeros de instituto podían ni compararse con lo que sentía en
aquel momento.
Tras un
largo rato, el tipo dejó de penetrarla y se bajó del altar,
acercando mas su verga al rostro de la joven quién, completamente
excitada, no dudó en coger aquel enorme trozo de carne empapado en
sus propios fluidos y se lo metió en la boca con gran ímpetu.
Después,
él hizo que la chica se tumbara boca abajo.
La
joven, con la mirada fija en la piedra donde estaba tumbada, sintió
como las manos y el rostro de él se centraban en su culo. Cerró los
ojos y se mordió el labio inferior excitada al sentir la lengua de
él penetrar por su ano.
Cuando
notó la lengua salir fuera de ella, las manos dejando de acariciar
sus nalgas y sus muslos y el pesado cuerpo del hombre subirse al
altar y colocarse sobre ella, Diana supo rápidamente lo que iba a
pasar y se preparó para lo que venía.
Alzó el
rostro todo lo que pudo con los ojos y la boca muy abiertos y soltó
el gemido mas grande de todos los que había soltado aquella noche al
sentir la enorme verga penetrar por el estrecho hueco que, aunque
lubricado, no estaba preparado para aquello; mas que nada, porque de
esa zona todavía seguía siendo virgen.
Medio
desfallecida por aquella sensación, mezcla de dolor y placer, Diana
no supo como había vuelto a ponerse boca arriba; aunque estaba claro
que había sido aquel tipo, ya que era tan fuerte y ella tan ligera
que podía manejarla con total facilidad.
Entreabrió
los ojos y pudo ver la verga de aquel tipo frente a ella, la cual
estalló en esos momentos dejando su rostro y su cuerpo completamente
perdidos de semen. La joven sonrió mientras, poco a poco, iba
perdiendo el conocimiento. No sabía si era por todas las sensaciones
vividas en esa noche o si habían vuelto a drogarla, pero eso ya le
importaba poco.
Diana
despertó bruscamente. Su cuerpo estaba empapado en sudor y su
entrepierna muy mojada. Miró en rededor alterada. Volvía a estar en
su cuarto, sentada frente al ordenado y con la ropa de dormir todavía
puesta; aunque muy mojada a causa del sudor.
Con la
respiración entrecortada, volvió a mirar la pantalla del ordenador,
donde seguía viéndose esa web con el vídeo de nuevo emitiendo
interferencias.
Se
sintió confusa. Todo parecía indicar que había sido un sueño. Sin
embargo, aquel momento y todo lo que sintió en él estaba muy vivo
en su cabeza y era una sensación de lo mas real.
Rápidamente,
apagó el ordenador y se volvió a meter en la cama; aunque a penas
pudo pegar ojo esa noche.
A la
mañana siguiente, en el instituto, se encontró de nuevo con Rebeca,
quién pareció advertir que su amiga estaba algo rara.
–
Hola, Diana. ¿Te ocurre algo?
Diana se
apresuró a negar con la cabeza.
– Es
solo que me he levantado algo indispuesta; solo eso.
–
Parece como si hubieras tenido una mala noche. ¿Tuviste alguna
pesadilla?
“Te
puedo asegurar que no –pensó ella mientras volvía a negar con la
cabeza.
La
campana anunciando el inicio de las clases sonó y las dos amigas
entraron en el aula sentándose en sus respectivos pupitres, los
cuales estaban juntos.
– Por
cierto, Diana. ¿Viste anoche la web?
Diana se
quedó unos segundos callada mientras sacaba los libros y los
apuntes. Los recuerdos de aquella noche volvieron a su cabeza y
empezó a excitarse.
–
¿Diana...?
– Si,
la vi –reaccionó –. No había nada interesante. Solo un vídeo
que emitía interferencias.
– Yo
quise verla, pero me entró miedo y no me atreví ni a encender el
ordenador, como ya te dije.
– Pues
no te perdiste nada.
En esos
momentos entró el profesor de historia pidiendo silencio y comenzó
la clase.
Habían
pasado varias semanas desde aquella noche, pero Diana tenía el
recuerdo tan grabado como el primer día. Los recuerdos de aquel
momento la excitaban tanto que solía masturbarse pensando en ellos y
también ayudaban a que sus encuentros sexuales con otros compañeros
de instituto fueran mas intensos y satisfactorios que otras veces.
Aquella
noche no podía dormir. Era de nuevo luna llena y el reloj estaba a
punto de dar las doce.
Rápidamente,
se levantó de la cama y corrió a encender el ordenador, volviendo a
meterse en esa web, donde volvía a aparecer el vídeo emitiendo
interferencias. Esperó unos minutos muy quieta con la vista fija en
la pantalla hasta que el vídeo dejó de emitir interferencias y
volvió a ponerse todo en negro. Entonces, apareció aquel mensaje en
letras grandes y rojas saludándola y llamándola por su nombre.
Una
maliciosa sonrisa se dibujó en el rostro de la joven.
FIN
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