El
coche se detuvo en el callejón. Muy seria, Marta apagó el motor y se quedó
mirando a través de sus gafas de sol la puerta verde que había delante sin
despegar las manos del volante. A su lado, sentado en el asiento del copiloto,
Carlos no paraba de mirarla, también muy serio.
-
¿Estás segura de que quieres hacer esto…? –le preguntó.
La
chica respondió agitando la cabeza en señal de afirmación sin despegar los ojos
de la puerta verde.
-
Aún estás a tiempo –insistió él –. No tienes por qué hacerlo si no quieres…
-
Ya lo hemos hablado –replicó ella –. No hay otra opción.
-
Si la hay. Habla con tus padres. Puedes convencerles de que te presten más
dinero.
-
Ya les he pedido demasiado estos años. Es hora de que dejen de sacarme las
castañas del fuego para que pueda sacártelas a ti.
Tras
una pequeña pausa incómoda, el chico posó una de sus manos sobre el hombro de
la chica.
-
No te preocupes… –dijo con voz entrecortada –. Te lo compensaré. Esta es la
última vez, te lo juro…
-
Ojalá pudiera creerte… –replicó ella de forma seca.
-
Esta vez es verdad. Créeme…
La
chica respiró hondo antes de contestar.
-
Primero terminemos con esto cuanto antes…
Abrió
la puerta y salió del vehículo. Carlos la imitó. Tras cerrar el coche con el
control remoto se encaminó hacia la puerta seguida por su novio, quién no podía
creerse lo que ella estaba dispuesta a hacer para ayudarle. No había duda de
que estaba ciegamente enamorada de él.
Como
muchas otras veces, le había jurado a Marta que dejaría de apostar en los
partidos de futbol. Pero, era una promesa imposible de cumplir. Más aún en un
partido como aquel, donde todo el mundo daba por hecho de que ganaría el equipo
local ante un equipo que llevaba toda la temporada perdiendo fuera de casa. No
podía perder.
El
problema era que no tenía dinero con el que apostar. Su sueldo siempre se iba
en pagar otras deudas y Marta había cancelado la cuenta conjunta y abierto una
propia para proteger lo que quedaba de sus ahorros. Ninguno de los pocos amigos
que le quedaban se fiaba ya de él; lo mismo que sus padres y, mucho menos, los
padres de Marta.
Así
que, cuando un compañero del trabajo le habló de aquellos prestamistas de los
que nunca había oído hablar, no dudó en llamarles. Los tipos le prestaron
encantados la gran suma que necesitaba para cubrir la apuesta, pero desde el
primer momento le dejaron claro lo que le harían si no se lo devolvía antes de
plazo fijado. Según le contó su compañero de trabajo, aquellos tipos no eran de
romper pulgares, si no de romper brazos y piernas directamente. Era una locura
endeudarse con esa gente, pero su corazonada era demasiado grande y la
tentación de apostar era aún mucho mayor.
Y,
al final, ocurrió lo de siempre. El equipo que no ganaba nunca fuera de casa al
final ganó el partido en el último momento. Hubo cierta ayudaarbitral, pero eso
importaba poco a los prestamistas, quienes le reclamaban una enorme suma de
dinero que no podía pagar.
Intentó
por todos los medios conseguir la pasta, pero le fue imposible. Así que, solo
unos días antes de que terminara el plazo, llamó a los tipos para pedirles más
tiempo. Y, como era de esperar, se negaron en redondo.
No
le quedó más remedio que rebajarse y suplicarles y, para su sorpresa, los tipos
no le ofrecieron más tiempo, sino cancelar la deuda a cambio de algo. El
problema radicaba en que ese algo era Marta.
Por
lo visto, a esos tipos les gustaba investigar a la gente con la que hacían
tratos y de alguna manera habían conocido a su novia y esta les gustaba
bastante. Él no dio crédito cuando la voz al otro lado del teléfono se lo dijo.
-
¡¿Qué?! –preguntó estupefacto –Esto debe ser una broma…
-
Nosotros no bromeamos –le respondió la voz del teléfono –. Solo serán unas
horas. No te preocupes, no le haremos daño; pero tendrá que prestarse a hacer
todo lo que queramos sin rechistar. Si consigues que tu chica acceda, la deuda
quedará completamente saldada. De lo contrario, atente a las consecuencias.
Él
no podía creer lo que oía, pero no le quedaba más remedio. Si no conseguía que
Marta accediera a prestarse a ese sucio juego, se exponía a pasar una larga
temporada en el hospital. El dolor físico era algo que siempre le había
aterrado. Desde muy joven siempre evitó las peleas y su forma física no era la
más adecuada para pelear; los amigos de Marta siempre bromeaban con que ella
tenía más músculos que él.
Cuando
se lo pidió a Marta, la reacción de ella era la esperaba. Entre rabia y llantos
le echó de su apartamento y le dijo que no quería volver a verle. Pero, al día
siguiente, le llamó al móvil citándole en un café y, para su sorpresa, ella
accedió.
-
No me hace ninguna gracia –dijo ella mientras lo miraba con los ojos aún rojos
de llorar –, pero anoche lo estuve consultando con la almohada y no puedo
dejarte en la estacada en este momento. No podría soportar que te hicieran
daño.
Él
no se lo podía creer. Sabía que ella estaba tan enamorada de él como para
perdonarle en las muchas crisis que tuvieron a causas de sus problemas con el
juego, pero jamás pensó que lo estuviera tanto como para sacrificarse de esa
manera.
Marta
llamó a la puerta con los nudillos y, tras unos segundos –que se hicieron tan
largos como horas –, la puerta se abrió, apareciendo tras ella uno de los dos
prestamistas.
Era
un tipo negro, de piel muy oscura y muy alto. Vestía con unos anchos pantalones
deportivos y una camiseta blanca sin mangas con la que lucía unos musculosos
brazos, fruto de pasarse muchas horas en el gimnasio. Debía tener entre 27 y 29
años, su cabeza estaba muy rapada y tenía barba de varios días.
El
tipo miró a la chica de arriba abajo y sonrió como un zorro al comprobar que
habían hecho un buen trato.
Marta
era todo un regalo para la vista. Una preciosidad de 24 años, de largos
cabellos castaños, piel color marfil y un escultural y voluptuoso cuerpo
embutido en una ajustada blusa color celeste, escotada y sin magas, y una falda
blanca muy corta con la que lucía dos imponentes piernas.
-
Pasad. Mi hermano está esperando dentro…
Se
hizo a un lado y Marta y Carlos pasaron dentro.
Aunque,
por fuera, el edificio parecía un lugar abandonado y en ruinas, por dentro era
un lugar bastante acogedor que apenas se diferenciaba de su apartamento. Los
dos jóvenes fueron llevados a una sala de estar bastante enorme, aunque con
pocos muebles. Tan solo había una gran Tv-de plasma frente a la cual había un
gran sofá y algunos sillones alrededor. Además, en una de las esquinas había
una minibarra de bar.
Sentado
en medio del sofá se encontraba el otro moreno, que apenas se diferenciaba de
su hermano; seguramente, serían gemelos. Vestía unos pantalones cortos de jugar
a baloncesto, aunque este no llevaba camiseta e iba a pecho descubierto,
dejando ver un peludo torso lleno de músculos y tatuajes.
El
tipo se puso en píe y también sonrió como un zorro al ver a la chica.
-
Bien… –dijo mientras miraba a la chica de arriba abajo y su sonrisa se volvía
más perversa –Veo que has cumplido. Ahora falta ver si ella cumple también.
Sintiendo
las lascivas miradas de los dos negros recorriendo su cuerpo, la chica empezó a
cubrirse vergonzosamente con los brazos, como si estuviera desnuda.
-
Haré todo lo que queráis –dijo con voz temblorosa –. Pero debéis cancelar la
deuda…
-
Aquí las órdenes las damos nosotros, preciosa –se acercó más a ella –. Las
reglas son muy claras. Hasta que mi hermano y yo quedemos satisfechos, harás
todo lo que digamos y te prestarás a todo lo que queramos. Si te niegas a
cualquier cosa o te echas atrás en el último momento, romperemos el trato y la
deuda seguirá en píe con todas sus consecuencias. ¿Entendido…?
La
joven asintió con la cabeza y el moreno se volvió hacia Carlos.
-
Tú te sentarás ahí –señaló a la minibarra –y disfrutarás del espectáculo.
Puedes hacer lo que quieras, taparte los ojos o disfrutar del espectáculo
mientras te haces una paja. Me da igual. Pero, si nos interrumpes o nos cortas
el rollo, ya sabes lo que te toca. ¿Entendido?
Tembloroso,
Carlos asintió a pesar de sentir deseos de escupirle a la cara, agarrar a Marta
por un brazo y sacarla de allí a rastras. Pero tuvo que conformarse con agachar
la cabeza y sentarse en uno de los taburetes de la minibarra.
Los
dos morenos, mientras, comenzaron a girar alrededor de Marta como si fueran dos
lobos acechando a una presa herida.
-
Si te sirve de consuelo, pequeña –dijo uno de ellos –. No eres la única que ha
estado donde estás tú ahora. Otras lo han hecho y se han ido tranquilamente a
casa con sus respectivas deudas pagadas una vez cumplen su parte del trato. Así
que ya lo sabes, preciosa, por el bien de tu novio, mas te vale que quedemos muy contentos.
Marta
tragó saliva y se puso en una posición que indicaba claramente que podían hacer
con ella lo que quisieran. Entonces, los lobos saltaron sobre su presa.
La
chica quedó rápidamente emparedada entre aquellos dos enormes cuerpos oscuros.
Ambos la besaron compulsivamente en la boca y luego empezaron a recorren su
cuello y sus mejillas con sus bocas y sus lenguas mientras sus gigantescas
manos toqueteaban todo su cuerpo por encima y por debajo de la ropa.
Todo
ello ante los ojos de Carlos, quién observaba impotente la escena.
Tras
un pequeño rato magreando a la joven, uno de ellos le indicó que se pusiera de
rodillas. Ella obedeció y los dos tipos se colocaron frente a ella. Casi a la
vez, se bajaron los pantalones y dos mastodónticas vergas emergieron frente al
rostro de la chica, quién las miró boquiabierta.
-
Si, preciosa –dijo uno de ellos –. El mito es cierto. Ahora ya sabes lo que
tienes que hacer…
Efectivamente,
Marta lo sabía muy bien. Así que agarró ambos miembros con sus suaves y pálidas
manos. Primero se metió una en la boca y, tras un pequeño rato, se metió la
otra y así se fue turnando con mamadas cada vez más largas. Los dos tipos,
mientras, gozaban.
-
Eso es… –dijo uno de ellos –Esta zorra lo hace genial…
-
Estas tías van de recatadas pero, en realidad, son unas zorras… –dijo el otro,
quién giró su cabeza y miró a Carlos –. No veas la suerte que tienes…
El
chico sintió una rabia tremenda. Aunque, no pudo evitar sentirse excitado por
esa escena.
Además,
le sorprendió lo bien que se le estaba dando a su novia hacer aquello cuando el
sexo oral no era algo que no solían practicar muy a menudo.
Completamente
desnudos, los dos tipos se sentaron en el sofá con sus enormes vergas, muy
empalmadas y empapadas en la saliva de Marta, apuntando al techo.
Siguiendo
las indicaciones que le habían dado poco antes, Marta se colocó frente a ellos
y, lenta y sensualmente, se fue quitando la ropa hasta quedar completamente
desnuda. Después, se arrodilló frente al sofá y, como si adivinara sus
intenciones, agarró la verga de uno de ellos, se la metió entre sus grandes
tetas y le hizo una paja cubana. Después repitió la misma operación con el
otro.
Luego,
uno de ellos se puso en píe, la agarró y la tumbó boca arriba sobre el sofá,
abrió mucho sus piernas y hundió su cabeza entre los muslos de la chica, la
cual empezó a gemir de placer al sentir la lengua del tipo penetrando en ella.
Aunque, pronto sus gemidos se vieron apagados cuando el otro moreno se colocó
encima de su cabeza y le metió su gran aparato en la boca mientras esperaba
ansioso su turno.
Los
dos hermanos se fueron turnando durante un rato hasta que, finalmente, había
llegado el momento que tanto ansiaban y uno de los dos se colocó encima de la
chica.
Marta
abrió mucho los ojos y la boca, de la que salió un enorme alarido, mezcla de dolor
y placer, al sentir aquella cosa enorme y dura penetrándola. Los tipos le
habían dejado la entrepierna muy lubricada pero, aún así, aquella verga era
demasiado grande.
El
tipo se tiró un buen rato montándola mientras su hermano, de píe junto a ellos,
observaba la escena masturbándose hasta que le tocó el turno. Aunque, en lugar
de montarla, se tumbó boca arriba y la chica se sentó sobre él y empezó a
cabalgarle, lo cual aprovechó el otro para sobar a la chica en medio de las
cabalgadas.
Tras
un rato turnándose para follarla, vieron que llegó el momento de subir la
fiesta a un nivel mayor y la colocaron a cuatro patas sobre el enmoquetado
suelo. Los gritos de la chica fueron aún mayores y sus ojos parecía que se iban
a salir de las órbitas al sentir aquellas enormes vergas perforando su ano.
Carlos,
que nunca había tenido ese privilegio con su novia, observaba la escena entre
excitado e indignado.
Tras
un buen rato turnándose para encularla, los morenos decidieron dejar de lado
los turnos y follarse a la chica a la vez. Tumbado boca arriba en el sofá, uno
de ellos follaba a la chica, que estaba tumbada encima de él boca abajo,
mientras el otro, tumbado también boca abajo sobre la chica, la enculaba.
Emparedada
entre esos dos cuerpos oscuros, como si de la crema de una galleta Oreo se
tratase, la chica reemplazó sus gemidos mezcla de dolor y placer por alaridos
enormes que inundaron toda la habitación y, seguramente, todo el edificio.
Había
llegado ya el final.
Los
dos morenos habían resistido una barbaridad –Carlos llegó a creer que no eran
humanos –, pero ya no podían más; sus vergas iban a estallar en cualquier
momento y no podían permitirse dejar preñada a una chica blanca.
Rápidamente,
se pusieron de píe y encañonaron con sus aparatos a la chica, que se encontraba
tumbada boca arriba en el sofá exhausta y sudorosa. Las vergas reventaron y,
como si de dos mangueras se tratasen, vomitaron semen sobre el cuerpo y la cara
de la chica, dejándola completamente empapada.
Exhaustos,
sudorosos y entre jadeos de cansancio, los dos tipos se miraron, sonrieron y
chocaron sus manos en plan colegas.
Carlos,
al ver que todo había terminado, se acercó a ellos.
-
Bueno, ya habéis quedado satisfechos. Ahora debéis cancelar la deuda.
Entonces,
para sorpresa del chico, los dos morenos empezaron a reírse con grandes
carcajadas. La perplejidad de Carlos aumentó cuando Marta se incorporó y
también empezó a reír.
-
Como te lo has tragado todo, pardillo –dijo uno de ellos entre risas.
-
Si, parece que no se nos da mal lo de actuar –dijo el otro, también entre risas
–. Deberían darnos el oscar.
Carlos
empezó a mostrarse molesto.
-
¿Se puede saber que está pasando aquí? –bramó.
Las
risas empezaron a apagarse. Marta, completamente desnuda y cubierta de sudor y
semen, se puso seria, se levantó del sofá, colocándose entre los dos morenos.
-
Permite que te presente. Son Héctor y Narciso. Trabajan de monitores en el
gimnasio al que voy y somos muy buenos amigos.
-
Y ahora algo más… –dijo uno de ellos con una sonrisa de complicidad.
Carlos
abrió los ojos como platos.
-
No… No son prestamistas…
Marta
negó con la cabeza.
-
De hecho, el dinero que te prestaron era mío y es a mí a quién se lo tienes que
devolver. Pero, tranquilo, te daré más tiempo. En tu nueva situación te va a
ser difícil hacer frente a una deuda tan grande.
-
¿A qué te refieres…?
Marta
lo miró fijamente antes de contestar.
-
Para tu información. Todo este numerito es una forma original de decirte que te
estoy mandando a la mierda. Ya no quiero volver a verte más. Ni te molestes en
volver a mi apartamento, ahora mismo están cambiando las cerraduras y sacando
tus cosas; uno de los pocos amigos que aún te quedan, el que se ofreció a
ayudarme con esto, se ha ofrecido a guardártelas por un tiempo en su trastero.
Carlos
no daba crédito a lo que oía. Por un momento, creyó que estaba soñando.
-
Pero ¿por qué…? –dijo con voz temblorosa –. Pensaba que me querías…
-
Si, te quería mucho. Tanto que estaba dispuesta a tolerar tus continuos
problemas con las apuestas. Pero lo que no voy a tolerar es que, encima, te
folles a tus compañeras de trabajo.
Carlos
se quedó paralizado, sin atreverse a mover un solo músculo. No sabía cómo, pero
Marta había descubierto su “otro gran vicio”.
Él estaba enamorado de Marta, pero nunca le gustó la vida monógama.
-
Tú lo sabías…
Marta
asintió.
-
Lo descubrí hace un mes, cuando volví antes de lo previsto de aquel viaje a
Londres en el que estuve por trabajo.
-
Pero… Si lo descubriste hace un mes, ¿por qué has seguido siendo mi novia hasta
ahora…? ¿y por qué has organizado todo esto?
Marta
sonrió maliciosamente.
-
Porque no te merecías solo que rompiera contigo. Tenía que tomarme mi venganza.
Y ellos –señaló a los morenos –se ofrecieron a ayudarme. Siempre solían tirarme los tejos en el
gimnasio y más de una vez me propusieron montarnos un trío. La idea me atraía,
no te voy a mentir, pero mi amor por ti siempre me había frenado hasta ahora.
Pero, en cuanto supe lo cabrón que eras, no dudé en aceptar cuando volvieron a
proponérnoslo.
Carlos
volvió a abrir los ojos como platos.
-
Ya habéis hecho esto otras veces…
-
No lo sabes tú bien… –dijo uno de los morenos irónicamente.
-
Llevamos viéndonos desde hace dos semanas –continuó Marta –. Este suele ser
nuestro picadero; pero creo que no lo vamos a necesitar más ahora que mi
apartamento va a quedar libre.
Carlos
se quedó atónito. A pesar de sus continuas infidelidades, se sintió traicionado
y un fuerte sentimiento de rabia creció en él.
-
¡Eres una zorra!
Se
abalanzó sobre Marta con intención de golpearla, pero los dos morenos se
colocaron frente a él cortándole el paso. Carlos estaba tan ciego de rabia que
olvidó que era más débil que aquellos tipos y descargó un puñetazo contra el
estómago de uno de ellos. Pero el puño chocó contra un vientre tan duro que
parecía un muro de hormigón y el chico creyó que se había roto la mano.
Automáticamente, cayó al suelo frotándose la mano y quejándose de dolor.
Marta
meneó la cabeza.
-
Eres patético –miró a los morenos –. Me voy a dar una ducha, vosotros
acompañarle a la salida.
-
A la orden –dijo uno de los morenos con una maliciosa sonrisa. Luego le hizo
una señal al otro, quién levantó a Carlos cogiéndole de un brazo y empezó a
arrastrarle hacia la salida.
-
¡Marta! ¡Por favor! –suplicó mientras le arrastraban –. Todavía te quiero… Dame
otra oportunidad… Esta vez no te fallaré…
Marta
se quedó unos segundos pensativa.
-Esperad
–dijo Marta bruscamente.
Los
dos morenos, perplejos, se detuvieron a pocos centímetros de la puerta, pero
sin soltar a Carlos.
Todos
miraron a Marta, que fue hacia su bolso, el cual había dejado sobre uno de los
sillones. De él sacó un billete y fue hacia donde estaba el que había sido su
novio.
-
Toma –le dijo a Carlos mientras le entregaba el billete –. Para que puedas
tomar un taxi, ya que no pienso llevarte de vuelta en mi coche.
Acto
seguido, le hizo un gesto a sus amigos y estos salieron de la habitación
llevando a Carlos a rastras, quién seguía gritando y suplicando; súplicas que
cayeron en saco roto.
Fuera,
la puerta verde se abrió y Carlos salió despedido varios metros. Desde el
suelo, miró a la puerta, donde los dos morenos lo miraban sonrientes.
-
Ahora lárgate, escoria –dijo uno de ellos.
-
Y más te vale mantenerte alejado de Marta. Porque, entonces, iremos a por ti y
no seremos tan delicados.
La
puerta verde se cerró y Carlos se quedó solo en el callejón. Derrotado, no le
quedó más remedio que irse de allí cabizbajo.
EPÍLOGO
Un
buen rato después, uno de los morenos, aún desnudo, veía la Tv acomodado en el
sofá. Mientras el otro, también desnudo, se preparaba dos Martinis en la
minibarra.
Marta
salió del cuarto de baño con su empapado cuerpo envuelto en una toalla mientras
con otra más pequeña se secaba el pelo. Fue a la barra y el moreno le entregó
uno de los Martinis.
-
Gracias –dijo mientras cogía la copa, a la que dio un sorbo antes de continuar
–. ¿Habéis recuperado ya fuerzas…?
El
moreno asintió.
-
Listos para otro asalto. ¿Cuándo empezamos…?
-
En cuanto llegue.
-
¿Crees que vendrá…? –preguntó el otro moreno mientras se levantaba del sofá
apagando la Tv con el mando a distancia.
-
Más le vale.
Uno
de los morenos no parecía muy conforme.
-
¿Crees que es necesario? Ya te has vengado de tu ex. Y ella no es la única
chica con quién te engañó.
-
Lo sé. Pero la vi follando con él sobre mi cama y oí como se burlaba de mí;
incluso me llamó pardilla. Pues bien, veremos quién es ahora la pardilla.
Unos
golpes sonaron en la puerta en esos momentos y los dos morenos se pusieron sus
pantalones casi al instante. Uno de ellos fue a abrir y a los pocos segundos
entró en la habitación acompañado de una preciosa joven de 20 años, de largos
cabellos rubios y figura esbelta que lucía con un ajustado vestido rosa.
La
chica, muy nerviosa y algo asustada, miró de reojo a los dos morenos y luego
fue hacia Marta, quién la miraba con una maliciosa sonrisa.
-
Veo que has venido…
-
No me queda más remedio –dijo la chica resignada –. Si no pago el alquiler
mañana me echan de mi piso y estoy sin blanca.
-
No debiste haberle prestado todo ese dinero a Carlos. Siempre jura que te lo
devolverá, pero jamás vuelves a verlo.
La
chica la miró con un brillo en los ojos.
-
Me dijo que iba a romper contigo…
-
Pues he sido yo quién ha roto con él. Así que ya es todo tuyo.
-
Ya no quiero volver a verle.
-Me
alegro por ti. Pero, ahora no es momento de hablar de eso –fue hasta su bolso y
de él sacó un sobre. Luego regresó donde estaba la chica y le dejó ver el
contenido. La joven arqueó las cejas al ver los fajos de billetes de 100 que
había dentro –. Con esto podrás pagar el alquiler de varios meses; y hasta te
sobrará para comprarte algo bonito.
Cerró
de nuevo el sobre y lo dejó sobre la minibarra. Desde allí se volvió y miró a
la chica fijamente.
-
Ya te dejé claro cuando hablamos la última vez lo que tienes que hacer si
quieres conseguirlo. Solo será una vez y nadie se enterará. Si no estás
conforme, eres libre de irte. Pero no pienso darte una segunda oportunidad. Así
que, ¿qué decides…?
La
chica, temblorosa, se lo pensó unos segundos. Miró el sobre y, finalmente, tomó
una decisión.
No
le hizo falta contestar. Cuando se bajó la cremallera del vestido y lo dejó
caer al suelo, mostrando su escultural cuerpo desnudo –ya que no llevaba ropa interior –, Marta supo que
había ganado y su venganza iba a estar completa.
Los
dos morenos también captaron el mensaje y se colocaron a ambos lados de la
joven, a la que empezaron a besar, acariciar y lamer de una forma muy
compulsiva mientras Marta observaba la escena muy excitada mordiéndose el labio
inferior.
-
Calma chicos –dijo –. No os la comáis entera. Tiene que quedar algo para mí…
La
chica abrió los ojos como platos cuando vio a Marta quitándose la toalla mientras
avanzaba hacia ella.
FIN
Una venganza muy sensual. Me pregunto que pasó con la chica cuando Marta terminó con ella...
ResponderEliminarPues, al igual que ocurrió con el novio, se fue de allí escarmentada.
EliminarAunque, eres libre de imaginar lo que quieras...
Creo que en vez de escarmentada se fue con gana de más...
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